(AyO) Desde su coronación canónica, sucedida hace exactamente 100 años, la devoción por la Virgen del Rocío se ha extendido por los cinco continentes. Uno de los lugares más singulares a donde ha llegado la Blanca Paloma es sin duda la selva amazónica de Perú. Allí el padre Ignacio Doñoro está impulsando la creación de un hogar para niñas en exclusión social cuya fachada es una réplica exacta de la ermita del Rocío de Almonte.
«El santuario español más reconocido traspasa las fronteras y en la selva, en medio de la nada, te encuentras una réplica exacta del Rocío. Dentro de este centenario de la coronación, hemos querido hacer este homenaje a la Virgen del Rocío y a España», explica el sacerdote bilbaíno a Alfa y Omega.
El complejo se encuentra en plena construcción, pero actualmente está paralizado por falta de presupuesto. Una vez que acaben las obras, el hogar, que será también un santuario mariano, acogerá a niñas en exclusión social.
Sanar a los niños y a sus familias
Hogar Nazaret, que también atiende a niños en otra de sus casas, «es una obra de misericordia de la Iglesia que intenta restituir a los niños más pobres de entre los pobres los derechos que les han sido vulnerados: derecho a la identidad, a la salud, a la familia, derecho a sentirse especiales y ser amados».
Las niñas llegan al hogar a través de los sacerdotes de la zona, que son quienes detectan en sus comunidades distintos menores que puedan estar en alguna situación de exclusión o en alto riesgo de estarlo. Son ellos los que emiten una carta de garantía solicitando la admisión de los menores al Hogar Nazaret.
Sin embargo, «nuestros niños están en acogida temporal, están de paso. Trabajamos siempre con la familia, para sanarlas y que los niños puedan retorna a ella. Se trata de sanar a las familias, no de acoger a los niños».
Al final, «lo que hacemos es preguntarnos qué haría la Virgen del Rocío en el caso concreto de esta niña o de este niño y así tratamos de actuar», asegura Doñoro.
Niños crucificados
El sacerdote vive totalmente entregado a los niños crucificados desde hace dos décadas. Tal y como relata él mismo, «mi vida cambió al ver morir niños por desnutrición en las montañas de Panchimalco, en San Salvador. No me lo habían contado, o era tan solo un programa de televisión, algunos murieron en mis brazos. Desde entonces oigo el pitido de su débil voz agonizando, el grito de los niños crucificados, el grito de Cristo en la cruz».
Doñoro también se encontró a niños crucificados en Bogotá, en Tánger, en Mozambique… «Por eso, tuve que dejar España [donde era capellán castrense] y venirme a la Selva del Amazonas del Perú. Era mucho más que una protesta ante el mundo que hemos destrozado. No es fácil estar a los pies de la cruz de Cristo, y -perdón por la imagen pero es muy exacta- que la sangre del mismo Dios caiga encima del rostro».
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