(ReL/InfoCatólica) «Los padres han hecho su tarea, los médicos no»: es la respuesta taxativa de Domenico Coviello, pediatra y director del laboratorio de genética del hospital Galliera de Génova. A quien no duelen prendas en afirmar que «la historia de Charlie Gard es la historia de un poder violento, el ejercido por la ciencia ante lo desconocido: la ciencia que no sabe ni puede ayudar a Charlie, se sirve de la ley para eliminarlo, para eliminar un problema. Pero ningún médico puede arrogarse el derecho de dictar semejante veredicto. No se puede suprimir la vida de un niño solo porque “no sea posible curarlo”, porque no se sepa “si sufre”, porque no se sepa “qué efectos podría tener sobre el niño una terapia experimental”».
El doctor Coviello coincide con el diagnóstico de sus colegas ingleses en que Charlie es incurable, pero discrepa de las conclusiones que ellos extraen ante ese hecho: «Según los conocimientos que tenemos hoy, Charlie Gard no se puede curar. ¿Entonces? Si no pueden curarlo, si su enfermedad es irreversible (y ésta parece ser la única certeza de los ingleses), los médicos deben dedicarse a su tarea, que es asistir al enfermo hasta el fin. No acelerar el resultado final y fatal de su vida».
No es labor de los médicos arrebatar un hijo a sus padres
En una entrevista concedida a Tempi, Coviello recuerda que «no es tarea de los médicos arrebatar un hijo a sus padres», quienes saben, «más que cualquier experto», que el bien del niño «no pasa por una muerte por sentencia no de la enfermedad, sino de un juez o de un médico. Desear que tu hijo viva no indica un alejamiento de la realidad. Para ellos la realidad no es un fardo insoportable, la han afrontado (y han esperado) aunque todo parecía sugerir lo contrario. Los padres han hecho su tarea, los médicos no».
El pediatra italiano, que como genetista conoce bien el síndrome de agotamiento mitocondrial que padece el bebé de diez meses, destaca que «Charlie está conectado a un respirador, está alimentado e hidratado. No hay ninguna terapia en curso. A menos que queramos denominar ensañamiento terapéutico a la vida misma y a los medios para su conservación».
«La urgencia de Charlie es la urgencia de cualquier hombre», añade, «porque su enfermedad implicaba la fase vital en la que el hombre es más débil e indefenso y tiene necesidad de ser acogido, aún más si padece una enfermedad genética o malformativa. Y a su sufrimiento no se ha dado ninguna respuesta concreta, se le ha negado la base mínima de la piedad humana decretando que, si sufre, no vale la pena vivir».
«Cuando la imposibilidad de sobrevivir se hace evidente, aparece un gran riesgo: abandonar al paciente y a la familia. Es lo que ha sucedido con el pequeñín Charlie», concluye el doctor Coviello, «y lo que se está enseñando peligrosamente. La labor del médico es curar, dar esperanza, pero sobre todo acompañar en la enfermedad a las personas sin hacer números o casos clínicos, con una deontología que responda a su misión principal: curar. Debemos usar la genética de forma ética: para salvar al hombre. Y cuando no lo conseguimos, acompañarlo».