(InfoCatólica) El obispo indica que se ha leído el libro «Protestants: The Faith that Made the Modern World», de Alec Ryrie, de quien considera que escribe con brío, claridad y profundidad histórica. Afirma:
«Lo que hasta ahora me ha intrigado más que nada en el libro de Ryrie es su retrato del indiscutible padre de la Reforma, Martín Lutero. Confieso cierta fascinación con Lutero. He estado leyendo sus libros, discursos y sermones durante muchos años, y durante unos diez años, cuando fui profesor de teología en el Seminario Mundelein, enseñé un curso de posgrado en la teología cristiana del siglo XVI, que naturalmente le incluía».
El obispo afirma que «en el centro de la vida y la teología de Lutero había una abrumadora experiencia de la gracia. Después de años de intentar en vano agradar a Dios a través de heroicos esfuerzos morales y espirituales, Lutero se dio cuenta de que, a pesar de su indignidad, era amado por un Dios que había muerto para salvarlo».
Tras indicar que una de las claves «para entender la religión es la distinción entre lo místico y lo profético, o entre lo experiencial y lo racional», Mons. Barron explica que es habitual señalar que «Lutero caería claramente en el último lado de esta división. Él es, al parecer, el teólogo de la palabra por excelencia». Sin embargo, el obispo opina que «Lutero era un místico de la gracia, alguien que se había enamorado -lo que ayuda enormemente a explicar que sus ideas teológicas sean tan fascinantes y tan frustrantes-. La gente enamorada hace y dice cosas extravagantes. Tan abrumados están por la experiencia de la amada que usan palabra como "sólo" y "nunca" y "para siempre"... Después de toda una vida de escrupulosidad y lucha interior, Lutero sintió el avance de la gracia divina a través de la mediación de la Biblia. Por lo tanto, nos sorprende que exprese su éxtasis de forma exagerada en su lenguaje: "¡Por gracia solo! ¡Sólo por la fe! ¡Sólo por la Escritura!"»
El obispo concluye:
«Lo que la caracterización de Ryrie de Lutero me ha ayudado a ver es cómo las grandes Solas de la Reforma pueden ser a la vez celebradas y legítimamente criticadas. ¿Quizás Lutero estaba en lo correcto al expresar su extática experiencia del amor divino de una manera tan distintiva? ¿Quizás el Concilio de Trento tenía derecho a ofrecer un claro correctivo teológico a la forma en que Lutero formulaba la relación entre la fe y las obras y entre la Biblia y la razón? Me doy cuenta de que podría molestar a mis amigos católicos y protestantes incluso plantear el problema de esta manera, pero respondería que sí a ambas preguntas, tal vez para mostrar un camino a seguir en el diálogo ecuménico».