(La Razón/Álvaro de Juana) Los católicos, que desde los años 90 han descendido de los 800.000 a los 400.000 fieles y son una minoría, abarrotaron las calles para recibir a Francisco. A ellos se sumaron muchos de las demás confesiones religiosas del país: musulmanes, ortodoxos y judíos. De hecho, a su llegada al aeropuerto de Sarajevo, fue recibido por los tres miembros de la presidencia de Bosnia Herzegovina, que rota cada ocho meses con el fin de mantener la neutralidad y el equilibrio político y social.
El país que perteneció a la antigua Yugoslavia posee 3,8 millones de habitantes, de los que el 40% son musulmanes bosnios, otro 40% ortodoxos serbios y un 15% católicos croatas.
En el encuentro que mantuvo por la mañana con las autoridades del país, Francisco puso Sarajevo como modelo para Europa y el resto del mundo. Subrayó que la ciudad, así como Bosnia y Herzegovina, «tienen un significado especial para Europa y el mundo entero», y añadió que «en estos territorios hay comunidades que, desde hace siglos, profesan religiones diferentes y pertenecen a etnias y culturas distintas». Algo que, sin embargo, «no ha sido obstáculo para que durante mucho tiempo hayan tenido relaciones de mutua amistad y cordialidad».
Aún así, no se olvidó de reclamar que «se construyan siempre nuevos puentes» y «se sanen y restauren los ya existentes», para «asegurar una comunicación fluida, segura y civil». Bergoglio piensa que así se pueden curar «las graves heridas del pasado reciente» y mirar «hacia el futuro con esperanza». Al gobierno le instó a proteger los derechos fundamentales de la persona, entre ellos la libertad religiosa, y realizó una crítica velada a la discriminación que todavía pueden sufrir algunos: es «indispensable» que todos los ciudadanos «sean iguales ante la ley y su aplicación», dijo.
Sin duda, el acto más multitudinario del Pontífice fue la misa que celebró en el estadio olímpico de la ciudad, a la que asistieron unas 65.000 personas. La ceremonia se desarrolló sin incidentes, salvo el que sufrió el propio báculo del Papa al romperse justo por la empuñadura minutos antes de comenzar. El problema, del que algunos periodistas se percataron, fue resuelto con cinta adhesiva de color gris que intentó mantener unida la cruz.
En su homilía, Francisco recordó que la paz «es un proyecto que encuentra siempre oposición por parte del hombre y por parte del maligno». En este sentido, alertó de cómo «también en nuestro tiempo, el deseo de paz y el compromiso por construirla contrastan con el hecho de que en el mundo existen numerosos conflictos armados». Fue en este punto cuando habló de «una especie de Tercera Guerra Mundial combatida por partes» que provoca la percepción de «un clima de guerra».
Francisco lamentó que existan quienes fomentan la confrontación «entre las distintas culturas y civilizaciones, y también cuantos especulan con las guerras para vender armas». Como ha hecho ya otras veces desde que los ataques del autodenominado Estado Islámico hacia los cristianos se hayan agravado en Irak y Siria, recordó que «la guerra significa niños, mujeres y ancianos en campos de refugiados; significa desplazamientos forzados; significa casas, calles, fábricas destruidas; significa, sobre todo, vidas truncadas». Por ello, gritó fuerte un «¡nunca más a la guerra!», que originó un inmenso aplauso de todos los fieles. El Papa resumió su mensaje de paz asegurando entonces que «la verdadera justicia es hacer a esa persona, a ese pueblo, lo que me gustaría que me hiciesen a mí, a mi pueblo».
Fue por la tarde cuando Francisco quedó «tocado» –como él mismo dijo– al escuchar las historias de un sacerdote, un religioso y una religiosa que narraron cómo sufrieron en su propia carne la crueldad de la guerra. Durante el encuentro con seminaristas y sacerdotes en la catedral, los tres relataron las torturas, los golpes y las vejaciones a las que fueron sometidos. Fue tal la conmoción del Pontífice, que decidió dejar el discurso preparado a un lado y expresar lo que sentía. «Un pueblo que olvida su memoria no tiene futuro», dijo muy serio. A continuación, advirtió a los que le escuchaban de que «no tienen derecho a olvidar su historia. No para vengarse, sino para hacer la paz. No para mirar como algo extraño, sino para amar como ellos han amado». Fue el momento en el que les pidió que perdonen, puesto que «un hombre o una mujer que se consagra al servicio del Señor y no sabe perdonar no sirve». Y mucho menos, «perdonar a aquel que te golpea, que te tortura, que te pisotea, que te amenaza con el fusil para asesinarte. Esto sí es difícil». Francisco criticó antes de concluir cómo muchas veces los consagrados se quejan por pequeñas cosas y se convierten en «caricaturas», personas mundanas que «no sirven».
La agenda del Pontífice continuó en la tarde con un encuentro interreligioso en el que hablaron los representantes de las comunidades católica, ortodoxa, judía y musulmana ante unas 300 personas. Tras sus intervenciones, Francisco tomó la palabra para destacar el largo camino de «fraternidad y de paz» recorrido hasta ahora.
En el diálogo interreligioso «se aprende a vivir juntos, a conocerse y aceptarse con las propias diferencias, libremente, por lo que cada uno es» y «no puede limitarse sólo a unos pocos», sino que «debería extenderse lo más posible a todos los creyentes, involucrando a las distintas esferas de la sociedad civil», manifestó. En particular, nadie debe desanimarse «por las dificultades», es más, se debe proseguir «por el camino del perdón y de la reconciliación». Para ello Francisco instó a «evitar los reproches y recriminaciones» y dejarse «purificar por Dios, que nos da el presente y el futuro, Él es nuestro futuro: Él es la fuente última de la paz».
El broche final fue el encuentro con los jóvenes. «Veo que ustedes no quieren destrucción, no quieren hacerse enemigos unos de otros, quieren caminar juntos y esto es grande», dijo al ser preguntado qué esperaba de ellos. Así, a pesar de que cada uno tenga una creencia religiosa, «jamás construyan muros, solamente puentes». Francisco –que hoy se entrevistará por cuarta vez con la presidenta de Argentina– también les pidió «honestidad» y coherencia «entre lo que piensan y hacen», puesto que hay «poderosos de la tierra que dicen cosas muy bonitas de la paz, pero por debajo venden armas».