En mi artículo anterior –Nueva y Vieja religión (I)- exponía que la mentalidad y cultura de La Modernidad había conseguido apoderarse de amplios sectores de la sociedad occidental y de la Iglesia Católica, pese al reiterado Magisterio de los Papas y de los concilios. Dos han sido los efectos que creo más importante de este hecho: la crisis de fe y de vocación, y la tergiversación de la interpretación del último concilio y, por lo tanto, del Magisterio realizado por parte de los modernistas infiltrados en la Iglesia. Una interpretación modernista del Magisterio que no corresponde con lo que nos enseña dicho concilio y todos los Papas.
Esta doble victoria modernista ha ocasionado, al mismo tiempo, una doble consecuencia: de un lado, la crisis de fe y el alejamiento de la Iglesia ha llevado al fomento de “trascendencias” paganas y filosofías alternativas al cristianismo. Por otro lado, también ha llevado a que sectores del clero secular y regular anden por caminos cada vez más alejados de la Doctrina y del Magisterio. Y ay lo dice el refrán: “quien da malos pasos acaba en malos caminos”, bien lejos de la Casa que es Madre.
Es así como, desde la década de 1960, diversidad de presbíteros y demás ministros han transitado del orden secualar al laicismo. Poniendo por excusa la interpretación modernista del Magisterio sostuvieron que había que vivir más "en el siglo", es decir, no sólo en la sociedad de los hombres, sino como los demás hombres tanto en las formas como en los fondos. Similar camino han andado muchos del clero regular, precisamente, clero sometido -por lo general- a antiguas reglas que han probado suficientemente su validez e hicieron, de la Casa, una fortaleza inexpugnable resistiendo todo tipo de acometidas. Por ello esas reglas antiguas siempre fueron nuevas. Sin embargo ahora la nueva acometida de esos modernista niega la novedad de sus reglas y las lanza al cubo de la historia.
El grito de todos los modernistas dentro de nuestra Casa ha sido dar por liquidada la antigua Iglesia y abrir las puertas a la nueva Iglesia. Desde hace, por lo menos, 60 años vienen pregonando machaconamente: abandonemos los antiguos ritos, los antiguos votos, los antiguos documentos, las antiguas imágenes (físicas y mentales), los antiguos cantos, las antiguas alabanzas, las antiguas devociones, los antiguos inciensos, las antiguas vestiduras. Desacralicemos y acerquemos la fe al mundo metiéndonos en el mundo y actuando en el mundo, como el mundo y para el mundo. Purifiquemos y eliminemos todas las superficialidades y adherencias que con el tiempo han invadido la Casa. Estos modernistas incluso se han llegado a decir que estas reformas son las que quería el Concilio.
El resultado ha sido la permanente reforma de la Casa. Una reforma que no ha respetado ni los cimientos bimilenarios. Una reforma que ha pretendido que la Casa sea más como las otras casas, mundanas y minimalistas, con muebles de la peor melanina y conglomerado de serrín. Una Casa sin Cruz, sin representación Virginal, sin Artesano, sin Dios.
Los modernistas han sido maestros en propagar una gran ficción conscientemente, unos, inconscientemente y engañados, los más. El resultado ha sido la consolidación de una sociedad occidental a la cual le han matado la fe cristiana, sustituyéndola por ideologías y creencias de lo más variopinto, vendidas como compatibles todas ellas. Han constituido una nueva religión, más bien, nueva espiritualidad a carta y medida de las necesidades temporales, materiales y psicológicas de cada persona: la Nueva Era. Unas veces se presenta tal cual y bajo tal nombre; otras, las más, se presenta únicamente en sus expresiones concretas.
Esta Nueva Era se presenta como la novedad, la nueva religión frente a la vieja; con nuevas liturgias, nuevas músicas y cánticos y escritos comercializados en grandes almacenes. Pero ¿son realmente nuevas?
Todas las llamadas nuevas religiones o nuevas espiritualidades tienen una misma base: la revalorización de lo humano y lo temporal desde la mezcolanza de elementos religiosos diversos. A esto se le llama sincretismo. Al mismo tiempo los elementos diversos quedan vaciados de contenido y desacralizados. Esto es reduccionismo. Por lo tanto, nada nuevo.
Algunas tendencias de la nueva religión se centran en la figura de Jesucristo para rebajar la naturaleza divina y ensalzar la naturaleza humana o negar una de las dos naturalezas. Esto no es más que modalismo, patripasianismo, docentismo, monofisismo, nestorismo y arrianismo. Por lo tanto, nada nuevo.
Otras tendencias de la nueva religión ponen su atención en el ser humano como un dios en potencia. Y añaden que el ser humano tiene dos energías o voluntades: humana y divina. El objetivo del ser humano sería, pues, unir las dos energías en una sola. Esto no es otra cosa que pelagianismo, monotelismo, monoenergismo e incluso y taoísmo. Por lo tanto, nada nuevo.
No faltan tendencias que sostienen que Jesucristo es un dios menor o un simple maestro de sabiduría. Esto no es otra cosa que politeísmo y gnosis. Todo ello trufado con visiones futuristas utópicas y milenaristas. Por lo tanto, nada nuevo.
Asimismo hay corrientes que divulgan la idea de que, en el fondo, lo único que existe y lo que verdaderamente cuenta es la espiritualidad humana expresada de diversas maneras (religiones). Espiritualidad que ha dado al mundo hombres de gran sabiduría, maestros que nos han ido enseñando el camino de perfección espiritual. Y que realmente lo único importante es un continuo choque entre las luces y las tinieblas que habitan en el propio ser humano (que no es un choque entre el bien y el mal porque estos no existirían). Esto no es más que dualismo. Por lo tanto, nada nuevo.
Hay movimientos liderados por teólogos que centran sus críticas a la Iglesia Católica en cuestiones como el celibato. Esto es sencillamente nicolaísmo. Por lo tanto, nada nuevo. O bien entiende la Iglesia como una simple institución humana sometida a los mismos mecanismos que cualquier otra. De tal manera defienden una llamada “democratización” y se autodenominana antiestructuras. Muchos teólogos de esta corriente entienden la Iglesia como una empresa humana más en la cual hacer carrera. Todo esto no es más que “investidura laica”. Por lo tanto nada nuevo.
Como vemos todos estos movimientos no son nuevos, son muy viejos, y se fundamentan en la persuasión sin convicción, sin fe. Es decir, en el vacío existencial que golpea el corazón y la mente de hombres y mujeres antes cristianos y ahora, ya, modernos pero que, pese a todo sienten la necesidad de buscar algo más allá del aquí y ahora. De ahí la actual desesperación de tantas personas y de la sociedad de La Modernidad. Porque la sociedad de La Modernidad ya no espera nada, ya no confía en nada, ya no ama nada porque ya no es capaz de comprometerse con nada. Porque comprometerse significa adquirir un vínculo de vida. Y La Modernidad ha destruido la conciencia del compromiso y de vínculo: fidelidad.
Esto hace que los modernos sean incapaces, incluso, de conformarse con sus nuevas religiones o espiritualidades y que necesiten ir de un lado a otro como una hoja marchita llevada por el viento. Son gentes que siempre están atacando a la Iglesia Católica porque lo único que les queda es la insatisfacción permanente generadora de odio. Y es que cuando no hay verdad ni compromiso tampoco puede haber fidelidad verdadera y todo es fracaso y desengaño y, entonces, se odia a todo aquel que se mantiene firme, comprometido, fiel y en la Verdad. Pero resulta que de este tremendo ataque de los modernos resurge la luz de la Verdad con más fuerza para señalar el camino de la religión realmente nueva y joven: la Iglesia Católica.
Y esto es lo que más les irrita a los modernos, esto es lo que menos entienden ¿Cómo es posible que pese a los ataques y cuando más declinada y quebrada parecía más alta y fuerte se alce? Para los modernistas esto es un imposible que, sin embargo, es hecho realidad porque no entienden que la Iglesia Católica está formada por hombres pero es sobrenatural porque está la Iglesia está fundada por Jesucristo y guiada por el Espíritu Santo.
La Iglesia Católica es una vieja-nueva casa. Como esos luminosos caserones medievales de profundos cimientos y gruesos muros que hacen la casa fresca en verano y cálida en invierno. Una casa con múltiples ventanas abiertas a la realidad, al avance vigoroso de la ciencia, con la mirada puesta en la intimidad humana que es la moral. Una casa de amplios jardines donde estudiar la naturaleza y escuchar la llamada de Dios. Una casa con el mayor de los refectorios, siempre abiertos para toda persona que busque saciar su hambre y su sed. Y con la sala más grande jamás vista, dedicada a sanar el cuerpo herido. Una casa con una gran biblioteca donde nutrir el intelecto y con confesionario, donde reposar y curar el alma. Y tiene también esta casa una acogedora sala de cómodos sillones, donde sentarse a entablar tertulia. Este viejo caserón tiene los únicos y auténticos aposentos merecedores de este nombre, auténticos nidos de vida nueva, donde reposar cuerpo y alma tras una larga travesía sabiendo que los que duermen en ellos no sueñan sino que viven unidos a Dios.
Esta es nuestra Casa, la siempre auténtica nueva religión. Ésta es la Iglesia Católica.
Antonio Ramón Peña Izquierdo, Doctor en Historia