Nada hay que más despiste en la experiencia humana, que aquellos deseos que el hombre tiene y no los logra conseguir a su modo; esto provoca inmediatamente una reacción que le lleva al “sin sentido” de la misma vida que quiere sostener y aplicar. Queremos resultados inmediatos y buscamos denodadamente a alguien que nos dé respuestas satisfactorias pero que a la postre son engañosas y faltas de lo que en la realidad se da. De ahí que proliferen los “curanderos del espíritu”.
Jesucristo nos dice que hemos de tener cuidado de los falsos profetas que vienen a nosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Parece que es una advertencia contra sectas, adivinos y herejías de todo tipo. A medida que crecen estas engañosas formas de solucionar los problemas, más se cae en la tristeza de no llegar a ver el horizonte de la vida. Por desgracia, dichos grupos se presentan como aquellos que con sus falacias y magias dan respuesta a los interrogantes más sagrados de la persona.
La fe cristiana no es una magia inocua más o menos atrevida que da caprichosamente gusto a nuestros deseos sino una profunda experiencia de confianza en Dios, de quien dependemos y a quien pertenecemos. Lo que hemos de comprar es tiempo divino y vender horas de triste tiempo terrenal convertido en falso paraíso. Jesucristo no fue comprendido porque predicaba a todos una nueva concepción de la vida: la que tiene su límite y está abierta a la eterna plenitud de amor y de felicidad que sólo en la otra vida se completará. Nos gusta buscar fuera de nosotros las propias obras y “despreciamos dentro de nosotros la obra de Dios” (San Agustín, Serm. Wilmart, 11, 4). Ésta es la clave fundamental de la hondura de la vida y la espesura que le da sentido.
Cuando en el corazón humano no se logra ahondar, se le envuelve en falsas expectativas que lo único que provocan es una desorientación. Los “curanderos del espíritu” no buscan el bien de la persona sino la instrumentalización de la misma con falsas y engañosas promesas, amén de los beneficios materiales que les reporta. Al pedirles cuenta de sus incumplimientos se repliegan y vuelven a forzar la falsedad de sus principios inventándose mayores mentiras que provocan la indignación. Los engaños caen por sí mismos y, como ocurre con la mentira, a la vuelta de la esquina se la despoja de su falsedad.
Me da pena que, en pleno siglo XXI, se potencie tanto a los adivinos y se consulte a los que practican la cartomancia y otros métodos "mágicos" de forma al mismo tiempo tan descarada e inocente, como si fueran los profetas de la modernidad. Se hacen los dueños de las ilusiones y deseos más sagrados de la humanidad jugando a ser profetas. Por otra parte esto indica una baja cultura sociológica y muestra que se han de buscar cauces para tratar de desenmascarar tales falacias y engaños.
La Iglesia alienta a que los creyentes se fíen de la acción y fuerza de Cristo, para que su vida no esté sojuzgada por los falsos profetas que, al haber hoy un gran vacío interior y espiritual, son considerados como aquéllos que dan solución a los problemas existenciales. La Iglesia apuesta por la Verdad y por quienes buscan en la ciencia y en los medios ordinarios las respuestas, sin engaños y sin falsos resultados. La fe y la razón ni se confunden, ni se contradicen; por el contrario la fe y la magia son contrapuestas entre sí.