Seguramente éste va a ser un artículo polémico. Pero me parece necesario después de las encontradas opiniones aparecidas con motivo de la supresión de la misa del 20N en la abadía benedictina del Valle de los Caídos.
No pretendo escribir un artículo político ni voy a enjuiciar el régimen que imperó en parte de España desde 1936 a 1975 y en toda ella desde el primero de abril de 1939. Han pasado treinta y cuatro años desde la muerte de Franco. Si aceptamos que quienes tuvieran quince años o menos en 1975 no tenían conciencia de lo que era aquel sistema político podemos concluir que sólo los mayores de cincuenta años pueden hablar del mismo como una experiencia vivida. Y acepto plenamente que por unos gozada y por otros sufrida. Pero nos estamos refiriendo a bastante menos de la mitad de la población de España. La mayor parte de la misma sólo puede hablar de eso por referencias. De lo oído a sus padres, de lo que han leído, de lo que unos u otros les han querido inculcar.
Estamos pues ante una persona que es historia de España. Como Azaña, Queipo de Llano, Pasionaria o Girón. Cabe enjuiciarle positiva o negativamente pero debería hacerse sin visceralidad. Quedan ya poquísimos españoles que hayan vivido la guerra. Siendo conscientes de ella apenas pocos cientos de miles. Y con participación en la misma unos escasos millares. Todos nonagenarios.
Me parece normal la visceralidad en ellos. Se jugaron la vida. Los que ganaron y los que perdieron. La entiendo también en aquellos, de uno u otro bando, a los que se les arrebató un ser muy querido. Que ya sólo puede ser un padre. Porque viudas no sé si quedará alguna. Ya los amores a un abuelo al que nunca se conoció me parecen un cuento chino. Que abriga otras intenciones o denota algún trastorno mental.
Francisco Franco ha muerto. Es evidente que no puede resucitar. Y tampoco el régimen que personificó. No se puede saber si dentro de doscientos o cuatrocientos años conocerá España algo parecido pero nadie en sus cabales puede pensar que un sistema análogo esté en el horizonte no ya a corto sino ni a medio o largo plazo.
Pues desde esos presupuestos no entiendo los amores o los odios a Franco en menores de cincuenta años. Como tampoco éntendería que hubiera hoy alguien arrebatado por el Cid, Don Juan de Austria o el general Espartero. Claro que un historiador podrá juzgarles pero o lo hace desapasionadamente o su trabajo carecerá de valor. ¿Se puede entender que alguien odie o ame hoy al general Prim o a Cánovas del Castillo?
Dicho esto hay que añadir algo más. La Iglesia española se salvó del exterminio general gracias al alzamiento, sublevación o como queráis llamarlo de 1936. Donde no triunfó aquello fue perseguida a sangre y fuego. Doce obispos, siete mil sacerdotes y religiosos, algunos centenares de monjas y varios miles de seglares fueron asesinados por su fe. En la España de Franco no se mató por eso a nadie. Ni a uno. Aunque evidentemente murieran, asesinados o ejecutados, algunos que eran católicos. Pero por otros motivos.
La Iglesia, desde la princesa altiva a la que pesca en ruin barca, el Santo Padre incluido, vio con alivio y alegría la victoria de Franco. Y así lo expresó en mil testimonios. Que están al alcance de todos. Y lo entiende cualquiera. Unos la respetaban y la honraban, otros la exterminaban. Pues ya me diréis.
Un régimen político no encarna nunca el Evangelio. Y la Iglesia desde el primer momento expresó reservas ante lo que juzgaba no era conforme con su doctrina. El mismo cardenal Gomá, fallecido en 1940, es ejemplo de ello. Reconocimiento y gratitud pero no bendición de todo.
Y llegamos a la dichosa misa del 20N. Los benedictinos van a seguir encomendando las almas de Franco y José Antonio. Pero llevaban años diciendo que el 20N en el Valle era utilizar una misa con fines políticos. Y protestaban. A una misa no se va con camisa azul, no se concluye con el Cara al Sol, con insignias nazis y en muchos era más un acto político que religioso. Y ello amenzaba la supervivencia misma de la abadía. Y hasta las tumbas mismas de Franco y José Antonio. Ante la declarada hostilidad a los mismos del sistema político actual esas manifestaciones eran suicidas.
A nadie se le va a impedir la presencia en la basílica para orar por el eterno descanso de Franco o José Antonio, seguramente se aceptarán sin el menor problema encargos de misas por esas intenciones, lo único que se suprime es un espectáculo que tenía mucho más de político que religioso y que utilizaba la iglesia y a los mismos monjes para algo que no era lo propio de la basílica. Con grave riesgo para la misma. Y nada más.
Esa es mi opinión. Y como tal la digo.
Francisco José Fernández de la Cigoña