Después de la ley de aborto, se sabía que venía la ley de eutanasia, siguiendo el mismo camino de otros países. Hemos entrado de lleno en la cultura de la muerte. El país como tal, en la representación de sus gobernantes y legisladores, ha dejado de lado el principio fundamental de que el inicio y el fin de la vida humana dependen solo de Dios.
La mujer que quiere abortar y la persona a quien se le pretende aplicar la eutanasia viven situaciones humanas difíciles que requieren de atención, acompañamiento y soluciones oportunas y concretas. Pero la superación o mitigación de situaciones complejas deben ir en la línea del respeto a la vida. De ninguna manera el matar puede ser considerado una solución.
El hombre recibe la vida como un don de Dios a fin de realizar una vocación de amor que alcanza su plenitud no en este mundo sino en la vida eterna. Toda persona es trascendente y solo bajo este aspecto se comprende el sentido del dolor inherente a la enfermedad y a la ancianidad.
No considerar la sacralidad y la trascendencia de la vida humana conduce a banalizarla y, finalmente, a despreciarla. Como repite el Papa Francisco, poco a poco se va instaurando una «cultura del descarte». Se recurre a la fácil pero inhumana solución de eliminar a las personas que generan molestias, pero los afectados son siempre las personas más débiles.
En una sociedad en la que la persona humana está por encima de todo otro criterio, los más necesitados, los más débiles y los más indefensos ocupan un lugar preferencial en la preocupación de los demás integrantes de la sociedad. Los gobernantes, los legisladores y los jueces reciben su autoridad de parte de Dios para velar precisamente por el respeto de la dignidad de toda persona humana, sobre todo de los más débiles frente a los más fuertes. Es una contradicción legislar a favor de los más poderosos y en contra de los más débiles.
Es significativo que en Chile en tan poco tiempo haya avanzado tan rápidamente la premura de imponer leyes destinadas a matar, toda vez que el avance de la ciencia va en dirección contraria. En efecto, los logros de la medicina en el combate y en la prevención de las enfermedades hacen que aumente la posibilidad de vivir más y mejor. Pero por el olvido de Dios y de la verdad de la persona humana, lo que debería ser una ciencia al servicio de todo hombre se convierte en instrumento de muerte.
Es lamentable cómo gobernantes y legisladores entran tan fácil, superficial y frívolamente en la lógica de la cultura de la muerte. Ellos autorizan matar directamente a una persona con las leyes del aborto, la eutanasia y el suicidio asistido.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica