El domingo pasado el Evangelio nos hablaba de la mujer adúltera y perdonada por Jesús. La escena está llena de dramatismo porque aquellos que ya habían condenado a la mujer piden a Jesús que la juzgue con el fin de ponerle a prueba. Está en juego la vida de esa persona y la del propio Jesús. A nosotros nos produce profundo rechazo la hipocresía de los fariseos que condenan a la mujer. Poco les importaba a los fariseos la situación de la mujer. Querían probar a Jesús poniéndole una trampa.
Pero Él les desconcierta con su silencio. Aparentemente se desentiende de ellos, escribe en el suelo mientras se agacha con una serenidad que pone a prueba sus nervios. En realidad está preparando un juicio severísimo sobre aquellos hipócritas a quienes no importa manipular la verdad y a las personas. Jesús va a enfrentarles con su propia conciencia mirándoles uno a uno diciéndoles: “Aquel de vosotros que esté libre de pecado, tire la primera piedra”. No podían ser jueces porque también eran pecadores. “Y se quedó solo Jesús, con la mujer que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? Ella respondió: Nadie Señor. Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más”.
Así era la condición de la mujer en aquella época. Pero no es menos denigrante lo que ocurre hoy: pensemos sólo cómo se trata a las mujeres como objeto de placer o con violencia muchas mujeres son obligadas a prostituirse…, y nada se dice de los clientes varones responsables de esa situación. Y no hablemos de las mujeres que se ven abocadas a deshacerse de sus hijos antes de que nazcan. ¿Dónde están los padres de esos niños? Sólo se hacen presentes para forzar a sus parejas a abortar, si es que no han desaparecido cobardemente.
Y ¿qué hacen las instituciones públicas en sus leyes? ¿No son igualmente hipócritas las posturas de quienes las engañan con el eslogan de “nosotras tenemos derecho a decidir”? No deciden libremente, porque se sienten enormemente presionadas por todas partes y, con frecuencia, por los que están más cerca de ellas. ¿No se dan hoy situaciones “legales” que son profundamente inhumanas como el aborto o de los desahucios amparados “legalmente” o de tantas corrupciones amparadas en el subterfugio de lo “legal”? No dejaremos de pedir a las instituciones que no les dejen solas, que ayuden a las mujeres para que puedan traer a sus hijos al mundo. Que se ampare a la familia en todas sus dimensiones.
Nosotros como cristianos, en todas las Diócesis de España, ofrecemos a toda madre la acogida de “Centros de Orientación Familiar” a fin de que den a la luz el hijo de sus entrañas. En nuestra Diócesis hemos puesto a su servicio y ayuda desde COSPLAN. Colaboramos, desde Cáritas, para que las familias en desahucio se les puedan pagar el alquiler de su casa. La Iglesia está ayudando a los pobres, en todas sus facetas.
Conviene también reflexionar, teniendo presente a aquellos que se escandalizaban de la mujer adúltera, sobre algo que está muy presente en nuestro tiempo: la manipulación del escándalo. Muchos se convierten en jueces y sacan a la luz pública escándalos, con verdad o sin ella. Unas veces por morbosidad, lo que entraña beneficios económicos; otros para hundir a personas aireando sus defectos privados; otros falseando la verdad y propagando calumnias y difamaciones que manchan el honor y la fama de sus víctimas. Son auténticos hipócritas y falseadores: negociadores de la sospecha. Se juega con las personas y su intimidad, unas veces por dinero, otras por intereses políticos o por motivos ideológicos y hasta religiosos.
Jesús siempre está a favor de los más desvalidos, de los pecadores, de esa mujer dejada sola con su delito ante los manipuladores de esa época. También hoy la Iglesia está a favor de la mujer, poniendo siempre de relieve la dignidad de la mujer y su vocación, como también la del hombre, que encuentra su eterna fuente en el corazón de Dios que nos ama, que nos perdona siempre que estamos arrepentidos y que nos abre un horizonte nuevo. ¡Vete y no peques más!
San Agustín observa conmovido: “El Señor condena el pecado, no al pecador. Si hubiera tolerado el pecado, habría dicho: Tampoco yo te condeno; vete y vive como quieras… Por grandes que sean tus pecados, yo te libraré de todo castigo y de todo sufrimiento”. Pero no dijo eso (In Io. Ev. tract. 33, 6). Así se pone de relieve que sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y “no pecar más”, para dejarnos conquistar.
+ Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela