Últimamente personas, que en principio que deberían estar bien formadas, nos regalan artículos anticatólicos y anticristianos que hacen pasar por científicos y serios pero que reflejan una absoluta falta de formación y conocimientos. Por no leer no se han leído ni siquiera el Catecismo de la Iglesia Católica, o al menos eso parece, de lo contrario no escribirían las cosas que escriben. Esto es lo que le pasa al catedrático Enrique Gimbernat con su artículo La secularización del Derecho y el aborto publicado en El Mundo el domingo 5 de octubre de 2008.
El Catedrático D. Enrique abre su artículo con la siguiente afirmación: “Según la religión católica, la única relación sexual permitida -cuya finalidad prioritaria es la de procrear hijos- es la genital-genital dentro de un matrimonio entre un hombre y una mujer”. Vamos a ver si usted se entera un poquito de la propuesta de la Iglesia Católica respecto al sexo.
Por la expresión relación sexual “genital-genital”, entiendo aquella en la que están implicados únicamente, o principalmente, los genitales. Vamos, que de genitales va la cosa. Pues bien, precisamente, D. Enrique, la propuesta de la Iglesia Católica es todo lo contrario. Los cristianos y católicos afirmamos que el ser humano está compuesto de la unidad intrínseca de cuerpo y alma. Por eso afirmamos que en una relación sexual es toda la persona la queda implicada. Por lo tanto, para un católico la relación sexual jamás es genital-genital. Eso sucederá con una persona que se vaya con una prostituta, interesándole sólo saciar sus instintos genitales. Eso es una relación únicamente genital. Mientras que la Iglesia Católica considera que la sexualidad es la expresión corporal más profunda de la capacidad de amar, capacidad que reside en nuestra alma y en nuestra mente. Toda la persona entera queda implicada en cuerpo, alma y mente. Espero que con estas simples líneas le haya quedado qué es y qué significa para los católicos la sexualidad.
Continúa su artículo diciendo que de esa genitalidad derivan toda una serie de prohibiciones: divorcio, adulterio, placer sexual, pornografía, homosexualidad, aborto. Vamos a ver si puedo ilustrarle un poquito D. Enrique.
Verá, deje que le explique. El matrimonio es una institución natural. Desde la prehistoria hombre y mujer se han unido formando unidades familiares. Ahora bien, para los cristianos, Dios creó al hombre y a la mujer para que se complementaran y se unieran y uno y otro fuesen carne de la misma carne. El propio Génesis dice que: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Será llamada Mujer". Y esto es lo que decimos y prometemos en el sacramento del matrimonio, que hombre y mujer estén unidos formando una sola carne.
Jesucristo eleva a Sacramento el matrimonio natural que es la unión entre un hombre y una mujer. Tomemos por ejemplo las Bodas de Caná: Jesús acude a la boda de unos amigos de su Madre la Virgen María, e interviene directamente en ayuda y consagración de los novios (Jn 2,1-11). En la Iglesia Católica la institución natural del matrimonio trasciende totalmente hasta el punto de que se convierte en unión sagrada. Por lo tanto aquí el divorció, la escisión de aquello que ha pasado a ser uno, sencillamente no existe.
En cuanto al adulterio, al que usted dice que “se trata de un comercio carnal” y que por eso la Iglesia lo prohíbe, pues mire usted, el adulterio no es comercio carnal, eso lo será la prostitución. A no ser que usted considere el adulterio como prostitución. Pues mire usted, resulta que la infidelidad no es precisamente cosa buena. Si así fuese ¿a qué viene tanto escándalo en el mundo de “lo civil” cuando uno de los miembros de la pareja es infiel? No creo equivocarme si afirmo que todos los lectores de este artículo se enfadarían “un poquito” si al llegar a casa sus esposas o esposos les confiesan que han cometido adulterio. Actualmente está de moda la idea según la frase “la infidelidad no es mala, lo que pasa es que es difícil perdonar”. ¿y por qué es difícil de perdonar? ¿No somos tan modernos?, pues venga la infidelidad… abierta y pública y en presencia de nuestra esposas o maridos (que puede que mole más) porque no pasa nada.
Pero en nuestro consciente y subconsciente individual y colectivo sabemos que sí pasa algo, que la infidelidad rompe la relación de pareja o la deteriora hasta el punto de ruptura. Y es lo más difícil de perdonar porque destruye esa íntima unión carnal espiritual y, además, rompe una promesa hecha, la promesa más importante que un ser humano pueda hacer a otro: entregarse la vida mutuamente y libremente. Por eso la infidelidad es la causa mayor de sufrimiento en la sociedad. Y de todo esto la Iglesia es consciente y lo sabe desde hace 2008 años. Por eso, y por todo lo expuesto, la infidelidad es mala, está mal y la Iglesia Católica la condena.
Sobre el placer sexual pues qué le voy a decir que no le haya dicho ya D. Enrique. Viendo que es tanta su ignorancia, aparentemente, añadiré alguna observación. Lo que usted llama relación genital-genital es sencillamente el choque de dos fieras hambrientas de carne y este tipo de relación la mantienen los animales. Esto es precisamente lo que niega la Iglesia Católica. Para la Iglesia el acto sexual no es un choque genital animal, ni tampoco un simple medio para la procreación (acto propio de los animales), sino que es un medio de expresión de toda la persona entera. Esto es Amar (darse por entero). La expresión más delicada y tierna de amor total es la unión sexual de marido y mujer. La Iglesia Católica añade que esta refinada expresión (que sólo la realizan los seres humanos) debe estar abierta a la vida.
Llegados a este punto podemos responder a la pregunta ¿qué es la pornografía? Pues sencillamente un mal que destruye al ser humano. La excitación sexual es la situación del cuerpo que prepara y hace posible la entrega total entre los esposos, que es el amor. Por lo tanto la excitación sexual es buena y necesaria, y tiene sentido y es expresión de verdadero amor cuando se produce en el momento en que se va a realizar el acto sexual. Fuera de este contexto la excitación sexual pierde todo su sentido. No tiene nada de sensual, nada de noble, sólo sabe a soledad amarga porque se busca por sí misma y para sí misma al margen de cada uno de los esposos o para la satisfacción personal. Aquí el amor, dar; es sustituido por querer, tomar. Con la pornografía se toma al otro o a uno mismo desgajándolo, seccionándolo, apropiándonos sólo de aquello que nos interesa para dar rienda suelta a un antojo tirando a la basura al resto de la persona. La pornografía introduce en la vida de la pareja y en la vida propia la relación clínex: tratar a las personas o a uno mismo como un clínex, de usar y tirar. Por eso la Iglesia Católica condena la pornografía. ¿Lo entiende ahora, D. Enrique?
A su listado de dislates añade usted que la Iglesia Católica prohíbe la homosexualidad y pone como razón que la homosexualidad no lleva a “la generación de la prole”. Desde luego está usted muy mal informado y muy mal formado. Usted, todo un catedrático. Mire, a ver si consigo informarle un poquito. La homosexualidad no está condenada por la Iglesia Católica. Repito, no está condenada por la Iglesia Católica. La Iglesia Católica condena la práctica de la homosexualidad, esto es, el mantenimiento de relaciones sexuales entre hombres. Y yo digo, ¡pues claro! La Iglesia Católica reprueba toda relación sexual fuera del matrimonio (ya sean hombre con mujer, hombre con hombre, mujer con mujer, mujeres y hombres todos juntos y revueltos, y cualquier otro sucedáneo que al lector se le ocurra). Fuera del matrimonio no es lícito mantener relaciones sexuales, y punto. Esto se basa y parte, ya, de los Diez Mandamientos (recuerden aquello de no fornicarás, no cometerás actos impuros).
Pongamos el caso de un hombre y una mujer que se aman de verdad y se juntan pero no se casan (o se casan civilmente, que para la Iglesia Católica es como si no estuviesen casados). Por qué se reprueba esta actitud. Pues sencillamente, porque no hay auténtico compromiso. Hoy está muy de moda esa frase de que “nosotros no necesitamos papeles para amarnos”. Ufff.
Resulta que cuando se trata de cosas materiales nos aseguramos muy mucho que nuestros tratos y contratos, nuestras promesas o las promesas que recibimos queden negro sobre blanco, todo bien clarito y público (esto ocurre con un coche, una casa, o cualquier otra cosa). Pues vaya, vaya, resulta que aquello que es lo más valioso (nosotros mismos y la otra persona) sobre eso rechazamos ponerlo negro sobre blanco. Nos basta con pedir a la otra persona que diga por lo bajini cuánto nos quiere, y ya sabemos que las palabras se las lleva el viento. De tal manera si las cosas van mal qué fácil resulta romper una promesa y “si te he visto no me acuerdo”.
Pues bien, frente a esto la Iglesia Católica propone que hombre y mujer se hagan una promesa de Amor Absoluto. Porque el Amor o es un “Sí” absoluto o no es Amor. Además esa promesa se debe hacer en público, ante toda la comunidad y, a través de ella, ante toda la sociedad. Y por si esto fuese poco esa promesa queda puesta sobre el papel, negro sobre blanco y firmada. Y sobre todo, es una promesa realizada ante Dios mismo y de forma libre y para siempre, porque el compromiso o lo es de verdad para siempre o no es compromiso. No creo que a nadie le guste que le digan te amo hoy pero mañana no. El Amor exige eso, que sea para siempre. Lo que una pareja de enamorados quiere escuchar es decirse: “te amo y siempre te amaré”, “te amo hoy, y mañana y pasado mañana y siempre”. Por eso la Iglesia Católica propone que la promesa del matrimonio es para siempre, porque el Amor, por su propio ser, es absoluto y requiere ese compromiso total e ilimitado.
Por lo que respecta al aborto hay unas preguntas que creo que son las primeras que deberíamos responder ¿en qué momento empieza la vida humana? ¿cuándo empezamos a ser seres humanos? En las actuales leyes el legislador ha evitado responder a estas preguntas, ni siquiera se las ha planteado de forma que se permite, por ejemplo, la investigación con embriones y el aborto en ciertas circunstancias.
Desde el punto de vista de la embriología (Moore, Sadler, Serra) el desarrollo humano se inicia en el momento de la fecundación, formándose la primera célula de un nuevo ser distinto al de la madre hasta tal punto que el cuerpo de la madre reacciona considerándolo un cuerpo extraño. Son muchos los científicos que como el genetista Lejeune insisten en que cuando las informaciones del espermatozoide y la del óvulo se encuentran, en ese momento queda definido el nuevo ser, que no puede ser otra cosa que humano.
Pero… admitamos que un embrión humano no es humano. Pues bien, lo que sí debemos reconocer es que un embrión humano es en potencia un ser humano. Y si esto es así debemos reconocer también que un embrión humano es en esencia un ser humano, es esencialmente un ser humano. Porque nada que no sea esencia puede ser potencia. Por ejemplo, un bloque de madera puede ser en potencia muchas cosas (mesa, silla, etc) porque no tiene esencia, pero de un embrión humano sólo puede surgir un ser humano: ni un perro, ni un gato, ni un periquito, sólo puede surgir un ser humano porque es, en su misma esencia, un ser humano.
Desde el momento de la fecundación comienza una nueva vida humana que es distinta de la sus progenitores (padre y madre). Desde ese primer instante ya está fijado todo el “programa” de cómo será ese ser humano (tanto físicamente como su personalidad y características psicológicas. Esto no sólo lo afirman los científicos auténticamente progresistas, aquellos que no tienen complejos ni tabúes mentales para admitir esta realidad e ir así contra corriente de lo que actualmente es “políticamente correcto”. Esta posición también la mantiene de forma firme la Iglesia Católica y se encuentra desarrollada en encíclicas como el Evangelium Vitae.
Por lo tanto si biológicamente el embrión es un ser humano debe tener los derechos fundamentales propios de todo ser humano. De hecho, la actual legislación le reconoce como ser humano en tanto en cuanto el no-nacido tiene derecho a heredar, a la herencia. Y que yo sepa el derecho a la herencia es propio de los seres humanos. Pero sin embargo la legislación actual niega al embrión el derecho a la vida y permite que sea matado sin acusación, sin juicio previo y de las formas más horrendas (troceado, succionado, asfixiado, intoxicado…). Desde luego algo muy importante está en juego y bastaría la duda sobre si el embrión y el feto es o no un ser humano para abstenernos de cualquier decisión legal o “médica” destinada a la eliminación del embrión y del feto humanos. Ante la eliminación directa de un ser humano no puede haber componendas, ni pactos.
Sobre el aborto hay una serie de mitos que rondan nuestro cerebro. Entre ellos destacan cuatro muy extendidos. Se nos dice:
- En ocasiones es la única salida para la mujer: Mentira. Primero porque siempre existe la posibilidad de darlo en adopción y hay asociaciones que dan apoyo a la mujer para que pueda llevar a cabo su embarazo. Segundo porque hay que tener en cuenta las consecuencias del aborto para la mujer: psíquicas, emocionales, fisiológicas, familiares, sociales, (Simon, Nathanson).
- La mujer tiene derecho a disponer de su cuerpo: Mentira. Cuando se aborta no se está manipulando el propio cuerpo sino que se trocea otro cuerpo, se mata a otro ser humano. Madre e hijo son seres distintos. El feto recibe de la madre alimento y espacio para vivir, pero nada más.
- Son los médicos los que deben decidir si conviene o no realizar un aborto: Mentira. El hecho de que unas personas se sometan a un largo proceso de enseñanza médica eso no les convierte en dioses para decidir sobre la vida y la muerte.
- El problema es la Iglesia Católica que quiere imponer unos criterios religiosos a todos. Mentira, los que dicen esto son, precisamente, los que quieren imponer sus criterios pro-aborto a toda la sociedad a cualquier precio y quien levante la voz en contra inmediatamente es tachado de retrógrado, ultraconservador, radicalcatólico o ultracatólico, fascista. A los que así actúan se les llena la boca de palabras como libertad, justicia, paz, solidaridad, pero no admiten que se les contradiga y ni siquiera se plantean el debate. Optan directamente por la descalificación, quizás porque es lo único que tienen. Es precisamente esa actitud la que les convierte a ellos en retrógrados.
- El problema se solucionaría con una ley de plazos que daría seguridad jurídica a todos. Mentira. Siempre podría haber quien quisiese saltarse los plazos, como ocurre actualmente de forma muy común, saltándose los requisitos médicos para autorizar un aborto. Además aquí tenemos una cuestión muy simple ¿quién decide cuando un ser humano es ser humano? Si tiene más de 24 semanas sí, si tiene 24 semanas menos 2 horas no; si tiene nueve meses y 5 días sí, si tiene nueve meses menos 1 hora no. Y ya puestos pues por qué no: si tiene 5 años sí, si tiene 5 años menos 3 minutos no; si tiene 16 años sí, menos de 16 años no. Y ya puesto por qué no: si es rubio y de ojos azules y raza aria sí, si por el contrario es moreno y gordito no; si es blanco sí, si es negro no. Puestos a poner plazos y límites artificiales que delimitan cuando un ser humano es ser humano cualquier cosa es posible, por qué no, basta que haya una mayoría parlamentaria para legalizarla.
En otro orden de cosas debo decirle, D. Enrique, que usted no tiene ni idea de historia. Cualquier alumno mío de 12 años realiza reflexiones históricas mucho mejores, tanto en los aspectos cronológicos como en los contenidos. Vamos, que no vale la pena comentar ninguno de los guiños supuestamente históricos que expone en su artículo, no acierta ni una.
El artículo de D. Enrique termina diciendo que “España es un Estado de Derecho democrático, pluralista y laico”. Qué pena que no soy su profesor, D. Enrique. Pese a todo debo decirle que: ¡Está usted suspendido! España no es un estado laico. España es un estado aconfesional. D. Enrique… ¿se ha leído usted la Constitución Española de 1978? Parece que no.
De igual manera dice usted que es en “el aborto donde todavía encuentra refugio el último vestigio de la nefasta influencia de la Iglesia”. Sobre el aborto ya he expuesto largamente mis argumentos. Quisiera centrarme en eso de “la nefasta influencia de la Iglesia”. ¿Quiere usted saber cuál es la “influencia de la Iglesia”? Déjeme que le explique.
La aportación del cristianismo a la humanidad es tan novedosa y tan fuerte que tras 2000 años sigue plenamente vigente. El cristianismo ha grabado en el consciente y subconsciente individual y colectivo diversos principios que se pueden resumir en dos muy básicos:
1) Al proponer que Dios se ha hecho hombre, Dios-Hijo entra en la historia de la humanidad haciéndose uno de nosotros, con lo que todas las personas nos convertimos en hermanos e hijos de Dios y quedamos, así, ungidos de un excelso valor, dignidad y trascendencia que de otra manera no tendríamos y seríamos iguales a cualquier otro animal. Dios también es presentado como Padre, por lo que la relación Dios-hombre es filial y personal, y ante Él todos somos iguales. Así, el ser humano trasciende hacia su interior, hacia su entorno y fuera de su entorno, hacia las demás personas. La persona queda erigida en un ser eminentemente moral. Posee una moral natural innata propia al hecho de ser humano completada y encauzada por la moral cristiana. La persona también es hombre y mujer, distintos pero iguales en el ser y destinados a estar unidos formando la base de la comunidad cristiana: la familia, contexto apropiado para dar nueva vida y para el desarrollo de las personas y de la sociedad.
2) Dios creó al ser humano como ser moral, racional, y libre. Esto implica conciencia del Bien y del Mal, de la Verdad y la Mentira, de lo Justo y lo Injusto. Por lo tanto el ser humano tiene la capacidad para hacer unas cosas o sus contrarias. Trascendencia, moral, razón y libertad hacen que la persona sea consciente y responsable ante Dios, ante sí mismo y ante la sociedad de sus opciones, actos y de las consecuencias derivadas.
De tal modo Moral, Razón, Libertad y Responsabilidad forman el sustento de toda sociedad libre y democrática bajo el respeto a las tres dimensiones del ser humano (biología, razón y espíritu) que quedan unidas y guiadas por la moral. Y sobre estas bases debe levantarse el Derecho y el Imperio de la Ley.
En estos últimos tiempos la Constitución de 1978 y el Cristianismo se han convertido en foco de todos los ataques porque defienden las máximas que nos sustentan como personas individuales, con principios morales y derechos naturales inalienables. Si consiguieran abatir la Constitución y a la Iglesia, se abriría paso un mundo sin Dios, volátil como un fuego de artificio y ya sólo el Estado aparecería como algo estable, permanente e imperecedero. De tal manera al ser humano no le quedaría más remedio que volcar su mirada en el Estado para adorarle porque de él han de venir la nueva moral, los nuevos valores, los nuevos códigos de conducta, la Ley y todas las ayudas materiales e ideológicas, en un mundo siempre cambiante y donde es imposible echar raíces que se fijen en tierra firme. El Estado quedaría convertido en el “nuevo dios” caprichoso.
La Iglesia Católica es la enemiga de ese “Gran Estado” convertido en dios porque le niega el papel de único ente racionalizador y organizador de la Vida, totalizador del Ser Humano en todo su Ser (físico, intelectual, moral, espiritual). La Iglesia Católica denuncia al “nuevo dios” y defiende unos valores objetivos, absolutos y eternos que parten del Amor de Dios, que nos llama hijos, y que nos reclama partiendo de nuestra realidad viva diaria.
Antonio Ramón Peña Izquierdo
Doctor en Historia Moderna y Contemporánea