En esta Andalucía de nuestras entretelas, cortijo privado de un socialismo que se resiste al recambio interno, coto de mandarines de laicismo excluyente, se vive en una esquizofrenia desternillante. Los dueños de la finca se desayunan con almidonadas ayudas a la plata cofrade; almuerzan nombrando hijos predilectos a cristos y vírgenes y cenan tras las procesiones patronales que gustan presidir.
Después, con alevosía y nocturnidad, actúan a la contra: niegan frecuencias de radio solicitadas por la Iglesia, encabezan una eutanasia esperpéntica, gritan por un aborto con exquisitos plazos, confiscan iniciativas sociales y eliminan con malas artes, contraviniendo leyes educativas, más de tres mil horas de clases de religión.
Es la solución final que ahorrará buenos dineros a esta España sumida en una crisis económica descomunal. El embajador en el Vaticano, Francisco Vázquez, se enorgullecía recientemente de los acuerdos logrados por el PSOE y la Iglesia para dignificar las clases de religión. Desconoce, sin duda, las maniobras de sus camaradas en este último reducto del soviet en España.
Juan Rubio, sacerdote y director de Vida Nueva