Ya nada es como era. Ha dejado de haber vacas sagradas y muñecos del pim, pam, pum. Buenos y malos. Que siempre eran los mismos. Y con la curiosa pecularidad de que los buenos eran verdaderamente los malos y los malos, los buenos.
Jugaban con cartas marcadas y ganaban siempre. Los suyos eran los intocables de Elliot Ness y los otros los malos de la película. Contra los que todo valía. De repente, todo ha ha cambiado. Y los que siempre iban montados en el machito y bajo un paraguas se encuentran a pie y a la intemperie. Y están que bufan. No estaban acostumbrados a aquello de que donde las dan las toman.
Las cosas que se dijeron, y se dicen, contra Don Javier Matínez, Don Juan Antonio Reig, Don Demetrio Fernández, Don Román Casanova, Don Juan Antonio Martínez Camino, Don Alfonso Carrasco, Don Jesús Sanz Montes... O de los cardenales Rouco, Cañizares, García Gasco o Carles. Y en sus días de Don Marcelo. No digamos ya del cardenal Ratzinger. Incluso después de acceder al Pontificado. Lo recientemente ocurrido con el sacerdote Iraburu fue pura calumnia. Lo de la caridad y el no juzguéis, que nos lo repiten a todas horas, sólo rige para nosotros. Ellos parece que tenían bula y no les afectaba.
Se sentían fuertes, seguros, al abrigo de todo ataque. Los medios de comunicación les apoyaban. La información religiosa de los mismos estaba también en sus manos. Lo único que no se entendía era como tantos, tan organizados y con tantos medios a su disposición no conseguían hacerse con la Iglesia.
Pero un día, la que creían criada les salió respondona. Y todo cambió. Los herejes pasaron a ser herejes, concubinarios los que lo eran, lumbreras no había ninguna y mediocres muchísimos y todos se han dado cuenta. Ya son pocos y viejos y lo que parecía una imponente organización apenas es una excursión del INSERSO. Los obispos que les respaldaban ya hay que buscarlos con lupa. Y a nada que se rasque en ellos sale uno en un vídeo con un chapero, otro casado, un tercero pederasta y un cuarto hostil al Papa. Y de buena parte de los curas, excuras, monjas y exmonjas mejor no hablar. O eso es lo que quisieran. El tinglado se les viene abajo y braman. Pues que se vayan acostumbrando. Porque esto ya no hay quien lo pare.
La ley del embudo termina haciéndose insoportable a aquellos a quienes siempre les tocaba la parte estrecha. Y más cuando los que siempre tiraban las piedras tienen el tejado de vidrio. Se comprende su reacción. Desesperada. Son la peor Iglesia, en el caso de que algunos todavía sigan siéndolo. Y se va a enterar todo el mundo.