Queridos miembros de la Compañía de Jesús, queridos sacerdotes concelebrantes, queridos fieles y devotos de San Ignacio, queridas autoridades aquí presentes:
El Evangelio de San Lucas que la liturgia proclama en la solemnidad de San Ignacio, comienza formulando la pregunta por nuestra fe en Jesús de Nazaret: ¿Quién dice la gente que es Jesús? ¿Quién decimos nosotros que es Jesús?... San Ignacio de Loyola nos ayuda a responder a esta pregunta, ya que sus palabras y su testimonio de vida giraron en torno a la confesión de su fe en Jesucristo. Precisamente, si por algo se caracteriza la espiritualidad ignaciana es por ser eminentemente cristocéntrica. Buena prueba de ello es el mismo nombre con el que San Ignacio designó a la congregación religiosa por él fundada: “Compañía de Jesús”. Es decir, se trata de acompañar a Jesús, de que nuestra vida gire en torno a Él, y no al revés. Los seguidores de Jesús estamos llamados a vivir un proyecto de vida cristocéntrico y no egocéntrico….
La fe con la que San Ignacio de Loyola se adhiere al misterio de Jesucristo y lo predica, tiene plena validez y actualidad en nuestros días. En efecto, es usual que actualmente se presente y se subraye la humanidad de Jesús de Nazaret, en detrimento de la confesión de su divinidad, la cual queda silenciada con demasiada frecuencia, cuando no negada. Por el contrario, cuantos nos hemos acercado a los textos de San Ignacio, y de una forma muy especial, a las meditaciones de sus Ejercicios Espirituales, hemos podido comprobar cómo este recio creyente, subraya de forma contundente y con fina pedagogía, tanto la humanidad como la divinidad de Jesús de Nazaret. Así, por ejemplo, nos invita a “contemplar cómo se esconde la divinidad en los momentos en que Jesús es humillado”… y también a “contemplar cómo en el momento de la Pasión, Jesús podría haber destruido a sus enemigos, y sin embargo decidió padecer por nosotros en su santa humanidad de forma crudelísima”…
La fe de San Ignacio en Jesucristo, es la fe que se nos ha revelado a través de la Tradición y de las Sagradas Escrituras; aquella fe que ha sido proclamada por los concilios cristológicos de Éfeso, Nicea y Constantinopla. La fe de San Ignacio en Jesús -Hombre y Salvador- no es abstracta, sino que se alimenta en la experiencia de la intimidad con Cristo en la oración, en la que se nos invita a alcanzar un “sentimiento interno” del amor de Dios.
Más aún, la fe de San Ignacio en Jesucristo no puede ser separada de su amor a la Iglesia. Es la fe en el “Cristo total” de la que habló San Agustín. La Iglesia es una con Cristo, y eso lo sabe muy bien Ignacio cuando predica las “Reglas para sentir con la Iglesia”. Así lo aprendió él de los Padres de la Iglesia; por ejemplo, de San Gregorio Magno, quien afirma: "Nuestro Redentor muestra que forma una sola persona con la Iglesia que Él asumió"…
En otras palabras: la espiritualidad de San Ignacio es el mejor antídoto contra la fractura que Lutero introduce entre Cristo y su Iglesia, o contra la famosa expresión del racionalismo modernista: “Cristo sí, Iglesia no”.
La experiencia nos demuestra que los errores cristológicos derivan siempre en errores eclesiológicos, de forma que cuando se debilita la confesión de la divinidad de Jesucristo y se habla de Él como de un mero hombre, irremediablemente, la Iglesia pasa a ser percibida como una mera institución humana. Pero cuando Cristo es confesado como Dios y Hombre verdadero, entonces la Iglesia es mucho más que una institución humana: es la prolongación de la presencia de Dios entre nosotros; es el Cuerpo Místico de Cristo por cuyas venas corre el Espíritu de Cristo.
Es notorio que tras la pregunta que Jesús realiza en el Evangelio sobre su identidad (“¿Y vosotros quién decís que soy yo?” Mt 16, 15), y tras la respuesta certera de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo (“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” Mt 16, 16); entonces, justamente entonces, es cuando Jesús afirma la “condición divina” de la Iglesia (“Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no la derrotarán. Te daré las llaves del Reino de los Cielos” Mt 16, 18).
San Ignacio es ejemplo de una fe viva e incólume en el “Cristo total”, sostenida fielmente en un tiempo histórico en el que muchos rompieron con la Iglesia. Su figura nos demuestra que sólo los santos hacen la auténtica lectura del Evangelio, en comunión con la Tradición de la Iglesia. Todo lo demás, son meras ideologías de los hombres, aunque a veces se disfracen de argumentos teológicos…
Pero acerquémonos ahora a la actualidad, para extraer una conclusión práctica de nuestra fe en el “Cristo total”. Me refiero a la situación de hambruna que está padeciendo el llamado Cuerno de África. La vida de cientos de miles de personas pende en estos momentos de un hilo. Este drama y este escándalo sin paliativos, pone en cuestión la conciencia ética de la humanidad. A los creyentes nos resuena en nuestros oídos las palabras de Cristo: “Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). La Beata Madre Teresa de Calcuta llegó a predicar a sus hijas el conocido como “Evangelio de los cinco dedos”: “A-mí-me-lo-hicisteis”. Una de las consecuencias prácticas de nuestra fe en el “Cristo total” habrá de ser nuestra movilización ante esta situación.
La Diócesis de Meki en Etiopía, hacia la que hemos dirigido el “gesto cuaresmal” de este año, es una de las afectadas por esta realidad. Os recuerdo que su Obispo –Mons. Abuna Abraham Desta- nos visitó recientemente e impartió las charlas cuaresmales en la Catedral de San Sebastián. El próximo mes de octubre tenemos previsto devolverle su visita, acudiendo a su Diócesis de Etiopia, en el marco del proyecto de colaboración al que nos habíamos comprometido. Pero en el momento presente, el azote de la hambruna, hace que nuestro viaje alcance una nueva dimensión.
Poco importa que nosotros nos encontremos en medio de una crisis económica o que nuestra situación no sea la más boyante… La verdadera caridad, la verdadera solidaridad, no es la que nos lleva a desprendernos de lo que nos sobra, sino la que nos interpela a una vida más austera; a conformarnos con menos para que otros puedan, ni más ni menos, que ¡sobrevivir! Os invito a que tengamos unas vacaciones austeras; os invito a volcarnos en esta ayuda. La cuenta de CARITAS a la que puede canalizarse nuestra colaboración, está publicada en la WEB diocesana.
Pero aún hay más: el “Cristo total” incluye también a nuestros jóvenes, a los que con frecuencia nos cuesta tanto transmitir el testigo de la fe. El Papa nos visitará este mes de agosto, para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. A veces se acusa a la Iglesia de tener un lenguaje y unos métodos anquilosados, y otras veces se le critica por realizar un esfuerzo de comunicación como éste, en unos parámetros culturales jóvenes. ¡Está claro que no hay razones para quien no quiere entender! Lo importante es que, sin dejarnos distraer por críticas superficiales, aprovechemos esta ocasión de gracia para hacer llegar el mensaje de Cristo y la experiencia de su Iglesia a nuestros jóvenes.
En este Santuario de Loyola se darán cita dentro de pocos días miles de jóvenes del proyecto MAGIS, con la presencia del General de la Compañía de Jesús. Días más tarde, varios miles de jóvenes provenientes de todas las partes del mundo que visitarán nuestra Diócesis por espacio de cuatro días, acudirán también a este Santuario. Queremos mostrarles y compartir con ellos el mayor de los tesoros que los cristianos tenemos en Guipuzcoa: la cuna de San Ignacio.
Y, por último, queridos hermanos, nuestra fe en el “Cristo total” -a la que nos venimos refiriendo en esta homilía- también incluye nuestra preocupación y corresponsabilidad con los problemas de nuestra sociedad. Un año más, le encomendamos a nuestro Santo Patrono la paz de nuestro pueblo: Pedimos con insistencia la disolución de la banda terrorista ETA y apostamos por un camino de reconciliación, que permita sanar tantas heridas abiertas.
Con alegría y esperanza hemos conocido en fechas recientes que algunos presos condenados por delitos de terrorismo, han manifestado la necesidad y la importancia de realizar una lectura crítica de la acción violenta de ETA. Una vez más, nos reafirmamos en nuestra convicción evangélica: La verdadera paz no puede nacer de los meros cálculos políticos, sino de un auténtico arrepentimiento. El arrepentimiento desinteresado es el primer paso hacia la reconciliación con las víctimas, hacia la pacificación, y hacia la normalización.
Animo a todos a abrir los corazones y a no tener miedo al arrepentimiento, a la conversión, a la reconciliación... A los creyentes se lo quiero decir de una forma muy especial, con las palabras del Beato Juan Pablo II: “No tengáis miedo, abrid las puertas de vuestro corazón de par en par a Cristo”... Invito a los católicos que practicaron cualquier tipo de violencia, o que la apoyaron, o que simplemente albergan odio en sus corazones, a que se abran al perdón de Dios, que se les ofrece siempre en el sacramento de la confesión. Les animo además a tomar un compromiso activo por la reconciliación y por la paz.
Que el amor de Dios habite en nosotros en toda su plenitud, como lo hizo en el Corazón de Santa María. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
+ José Ignacio Munilla Aguirre
Obispo de San Sebastián