(Vatican.news/InfoCatólica) El cardenal indicó que es necesaria «una Iglesia más divina, que sea capaz, a través de sus miembros, siempre renovados por la gracia, de hacer brillar la luz de Dios en lo humano de cada día», para ello es necesario «recomenzar desde la confesión, desde la misericordia, para ser peregrinos de esperanza».
Con los sacerdotes y candidatos a las órdenes sagradas –reunidos hasta el 8 de marzo en Roma, en el Palacio de la Cancillería–, el cardenal destacó cuán central y determinada es, como «auténtica razón del Jubileo», la reconciliación sacramental con Dios y con la Iglesia, que es también «la condición previa para cualquier otra reconciliación posible: con uno mismo, con los hermanos, con la sociedad y con la historia».
Renovación personal generada por la Gracia
Somos peregrinos porque «caminamos hacia un destino preciso», que «se ha revelado, de manera única y personal», Jesucristo, Luz del mundo, explicó el cardenal Piacenza.Pero «para que esta Luz brille en las tinieblas del mundo y se convierta en portadora de esperanza», primero debe brillar en cada uno de nosotros.
«Una renovación de la Iglesia y del mundo» requiere, de hecho, en primer lugar, una «renovación personal, generada por la Gracia, que hace de cada uno un portador, un peregrino de esperanza», señaló el Penitenciario Mayor, pero como el hombre por sí solo no es «capaz de 'resolverse a sí mismo'», «de conocerse profundamente», para poder «emprender una peregrinación de verdadera comunión consigo mismo, de verdadera renovación y realización humana», es necesario «que alguien, fuera de él, le ofrezca misericordia y perdón». Por tanto, «el perdón sólo es auténtico si viene 'de fuera', del Otro».
El valor eclesial de la confesión
La confesión es también «una verdadera y propia 'nueva creación'», dijo el cardenal, porque Dios –como un escultor que quita de la materia lo que cubre la imagen, según el pensamiento de Miguel Ángel– «libera al penitente de toda la 'escoria inútil', que se ha depositado en él a causa del pecado, haciendo surgir una y otra vez al hombre nuevo, hecho a su imagen y semejanza». Además, «nos hace peregrinos de la esperanza, porque nos da la certeza de ser continuamente renovados por la Gracia» y «de ser todavía siempre 'esculpidos', liberados por Dios».Es una dinámica que «tiene también un profundo valor eclesial» porque, para una «verdadera reforma» en la Iglesia, debemos dejarnos «barrer, siempre de nuevo, nuestras construcciones e incrustaciones humanas por la misericordia que viene de lo alto».
Los santos, la mayoría que guía a la Iglesia
En su informe, el cardenal Piacenza subrayó también que la Iglesia está formada por los laicos, las jerarquías, «todos los testigos de la esperanza en el Mesías del Antiguo Testamento, hasta la Santísima Virgen María y los Apóstoles», los santos y «todos los hombres y mujeres desconocidos, cuya fe sólo Dios podía ver, y que ahora lo ven cara a cara» y que «los santos son la mayoría verdadera, decisiva, según la cual se orienta la Iglesia», aquellos que «misteriosamente traen algo de lo 'divino' a lo humano», «nuestros maestros de humanidad, que no nos abandonan ni siquiera en el dolor y la soledad».
Por eso, señala el Penitenciario Mayor, «la santidad bautismal, que nos inserta en la comunión de la Iglesia, y el sacramento de la Confesión, que recrea en nosotros la imagen desfigurada por el pecado, son la verdadera fuente de nuestro ser 'peregrinos de la esperanza', de nuestro caminar hacia la esperanza escatológica», que «nos permite no confiar en construcciones meramente humanas, en sistemas sociales o políticos» y «menos aún en una supuesta 'Iglesia nueva' hecha sólo por manos humanas».
El sentido de la penitencia
Por último, hay que tener en cuenta que la «esperanza que da la Confesión» no está exenta de fatiga, la reconciliación abre, de hecho, «a la penitencia, que no es otra cosa que la realización del perdón en mí», concluye el cardenal Piacenza, de la renovación de cada persona, que se debe ver dentro de la Iglesia, porque, «con la Confesión, el hombre es arrancado de su pecado y del consiguiente triste aislamiento y es acogido libremente, insertado» directamente en la Iglesia, «comunidad que une y sostiene en la vida y en la muerte».