(ACN/InfoCatólica) En la espiral cada vez más profunda de intentar silenciar a la Iglesia en Nicaragua, «se ha prohibido el ejercicio de piedad popular como es el vía crucis o procesiones, ya no salen de las parroquias a las calles como se ha hecho desde siempre. Los sacerdotes están siendo perseguidos, personas llegan a las eucaristías a grabar las homilías; no se puede pedir públicamente por la libertad de monseñor Rolando Álvarez. Yo formo parte de un grupo de oración que se reúne semanalmente y en los últimos días hemos sido vigilados por un paramilitar que claramente va armado con pistola bajo la camisa», cuenta María.
Nicaragua es un país donde la religiosidad popular es muy fuerte. Las procesiones públicas por barrios urbanos y zonas rurales han sido un medio de los fieles para vivir la fe y fortalecerla desde la primera evangelización; es la primera vez de la historia del país donde el gobierno limita su expresión, lo cual no había ocurrido ni siquiera en las peores épocas de la dictadura de los años 80. Según otras fuentes locales contactadas por ACN, que la fundación prefiere no nombrar por motivos de seguridad, policías estarían visitando parroquia por parroquia para hacer vigente la prohibición como una medida más del gobierno para desanimar a los fieles.
Sin embargo, la respuesta de los fieles nicaragüense durante el vía crucis que está viviendo el país es buscar caminos personales para unirse a la cruz: «Aun así, seguimos buscando formas de mortificación, el sacramento de la confesión, el rezo del vía crucis en nuestras casas, en las parroquias, la asistencia a la santa misa el domingo… Nos reunimos también en oración utilizando Zoom, WhatsApp o viendo predicaciones de YouTube o de Facebook; este pueblo sigue esperando en su Dios», afirma María a ACN.
Por temor a acusaciones de desacato al Estado, muchos sacerdotes tienen limitados sus actos y sus homilías. Los obispos han sido acusados públicamente por el presidente del gobierno de promover la muerte en Nicaragua, les ha llamado hijos del demonio y en los últimos días, en la cadena de radio nacional, llamó energúmeno y soberbio a monseñor Rolando Álvarez, condenado a prisión 26 años por no querer salir de su patria.
La situación es extremadamente difícil en las diócesis de Matagalpa y de Estelí, ambas bajo la responsabilidad de Mons. Álvarez, donde la vigilancia es muy fuerte, relatan las mismas fuentes; pero en todo el país los fieles temen que obispos y sacerdotes pueden ir a la cárcel o ser deportado.
Además del clero diocesano, también las congregaciones religiosas están sufriendo las consecuencias de la política de silenciamiento por parte del gobierno, después de que las religiosas de la Madre Teresa de Calcuta fueran expulsadas, otras religiosas como las trapenses o unas hermanas de Puerto Rico se han ido de forma voluntaria pero animadas por el acoso del Estado. Según informaciones recibidas por ACN, en muchos casos, se está prohibiendo a las órdenes religiosas que reciban donaciones para llevar a cabo sus obras de caridad y ayuda a los más necesitados, quitando permisos de residencia o incluso quitando la nacionalidad nicaragüense a misioneros que la habían recibido.
Los católicos nicaragüenses viven esta situación con tristeza, sufrimiento e impotencia. Pero a pesar de las dificultades, las iglesias y, en particular, las capillas de adoración perpetua, siguen siendo visitadas por los fieles. «A pesar de los asedios a las parroquias, nuestra devoción continúa siendo muy fuerte. Los nicaragüenses tenemos tres amores: Jesús en la eucaristía, la Purísima (devoción a María Inmaculada) y los pastores (el Papa, los obispos y los sacerdotes). Ellos tienen nuestras oraciones», cuenta María.
«El miedo no nos paraliza. Estamos seguros que el clamor de este pueblo será escuchado por Dios. El miedo no nos paraliza mientras tengamos fuerzas para arrodillamos y alzar nuestras manos a Dios , rogando a Quien todo lo puede», concluye la joven nicaragüense.