(ACI Prensa/InfoCatólica) El Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha presentado hoy en Roma la edición en alemán de su libro «La fuerza del silencio».
«No es un misterio –y lo digo con gran sufrimiento–, que nuestro mundo moderno vive de hecho un alejamiento práctico de Dios», expresó el purpurado al reflexionar sobre la importancia del silencio como medio de acercarse al Señor.
Existe un ambiente cultural, afirmó, «donde se evita sistemáticamente estar un solo consigo mismo para mirarse dentro. El barullo, el chisme y las tecnologías enmascaran el vacío de un hombre que ya no sabe qué es vivir».
«Pero», sentenció, «aún más doloroso para mí es el constatar cómo esta superficialidad, esta impiedad injuriosa hacia Dios y hacia la persona humana haya entrado también en la Iglesia», y que la liturgia –a la que el Concilio Vaticano II llamó «fuente y culmen de la vida cristiana»– es la «que más sufre por la reducción secularista que ocurre también dentro de la Iglesia».
El cardenal Sarah insistó en que «a veces tengo la impresión de que esta secularización ha entrado también en la Iglesia y consiste exactamente en el reducir la fe a nuestra medida humana. En vez de abrir al hombre a la iniciativa de Dios, que es inesperada, detonante, liberadora, se piensa que el hombre de hoy puede creer mejor si le proponemos una fe que no se funda tanto sobre la revelación de Cristo y la tradición de la Iglesia, sino sobre las exigencias del hombre moderno, sobre sus posibilidades y mentalidad».
«¿Escuchamos hablar de fe, vida eterna, comunión con la persona de Cristo, de pecado como ruptura y rebelión contra Dios en nuestras homilías?» cuestionó. O «se intenta quizá cancelar todos estos gestos que no parecen ‘comprensibles’ al hombre de hoy, sustituyéndolos con un río de palabras que transforman nuestras eucaristías más que en celebraciones, en grandes espectáculos, en cuyo centro hay un hombre cerrado en sus problemas y en sus criterios», señaló.
En ese sentido, el cardenal Sarah señaló que el silencio no es un fin en sí mismo, «sino un silencio en el cual Dios pueda hablar y ser escuchado. El primado de Dios, la centralidad de Dios, la adoración de Dios y la santificación del hombre constituyen el corazón y la sustancia de la liturgia cristiana».
En ese sentido, señaló que el desafío del silencio es un gran reto porque «nos lleva al sentido verdadero de la existencia humana: la relación del hombre con Dios, y quizá mejor aún: la relación de Dios con el hombre».
El silencio, afirmó, es una condición necesaria porque «crea el clima que hace posible la acogida de la encarnación». Como dice «Benedicto XVI en su introducción, Jesús es silencio y palabra, y la Iglesia en sus expresiones es silencio y palabra que se fecundan recíprocamente».
Verdadera inculturación
En su discurso, el prefecto de Culto Divino también señaló que «la cuestión de la inculturación no es principalmente la cuestión de cómo podemos hacer más africana o más asiática o más aborigen la liturgia. Lo divino irrumpe en lo humano no para hacerse encadenar por lo humano, sino para abrirlo, para purificarlo, para liberarlo, para transformarlo, para divinizarlo. Tengo muchas veces la impresión de que nos ocupamos más de cómo hacer más ‘adaptada’ la liturgia que cómo ofrecer toda su riqueza». «No podemos aprisionar lo divino en las categorías humanas», insistió.
«El silencio es el clima interior, la actitud interior, la disponibilidad interior», afirmó, que «hace fecunda la palabra de la Iglesia».
En ese sentido, la autoridad vaticana indicó que a una Iglesia que está en riesgo de empobrecerse porque se encierra en juicios puramente humanos, «me permito con gran humildad indicar el camino del silencio para que cada fiel, pero también cada comunidad celebrante, se abra a la iniciativa de Dios y acoja toda la gracia que viene de Él».