(OD) El colegio está ubicado en Barracas y fue fundado en 1918. El 60% de sus alumnas provienen de la villa 21-24 y de Zavaleta; promueve la integración social por medio de la educación de manera que las alumnas puedan acceder a estudios superiores o a empleos calificados; y, a la vez, contribuir a la recuperación cultural, económica y espiritual de las familias.
El gobierno de la Ciudad solventa los sueldos docentes y hay además padrinos que colaboran para terminar de cubrir los gastos. En relación a lo espiritual, el colegio está confiado a la Prelatura del Opus Dei, que se ocupa de la educación católica y de la atención espiritual, tanto de las alumnas como de sus familias.
«Las chicas provienen de familias con dificultades de todo tipo, tanto económicas como culturales y sociales. Familias muy golpeadas por la pobreza y la delincuencia», explica Sofía. Buscan en el colegio no solo enseñanza, sino también afecto y contención. «Apenas pongo un pie en el colegio, me encuentro con cientos de caritas esperándome para que les regale una sonrisa. Son alumnas que necesitan mucho cariño, que se les escuche, que se les mire a los ojos cuando nos cuentan algo, que les prestemos atención, pero también que les marquemos bien los límites», continúa Sofía.
Remarca que todos los chicos buscan entender lo que está bien y lo que está mal, aprender cómo son las cosas. Y su figura de referencia pasa a ser el maestro. En este caso, además, Sofía subraya que el respeto a la autoridad en el colegio es notable, y eso la ayuda a ser más consciente de la responsabilidad que tiene: «Uno se transforma en ejemplo, y lo que vos les decís, quizás nunca más lo vuelvan a escuchar. Es muy gratificante ver cómo unas pocas palabras pueden abrirle el panorama a cada una y darles una mayor aspiración para progresar».
Más de 30 alumnas del Buen Consejo ingresaron a diferentes universidades de Buenos Aires para continuar con sus estudios el curso pasado. «En la mayoría de los casos, son alumnas cuyos padres solo lograron completar la escuela primaria; por eso, alcanzar el título universitario tiene para ellas, y para sus familias, una implicancia enorme, porque nunca se lo hubiesen planteado como posibilidad si no hubiera sido por el trabajo que se hace desde el colegio», comenta emocionada la maestra. «Se les abre un panorama impensado, con el cual pueden ayudar a sus familias y plantearse aspiraciones cada día más altas».
«Soy consciente de que con mi trabajo puedo servir a la sociedad, haciendo tantas cosas pequeñas con mucho amor», dice entusiasmada Sofía, quien comenzó a darse cuenta de su vocación cuando estaba en secundaria, y cuando daba clases de apoyo escolar en un barrio carenciado de la Provincia de Buenos Aires. Era también la que siempre explicaba las materias a sus compañeras. «Si yo había estudiado en casa, o si había entendido los ejercicios, era un desperdicio no poder compartir eso con mis amigas. Lo veía como… ¡tiempo perdido!» Sin saber bien si hacer un profesorado de Historia o Matemática, al final se decidió por Ciencias de la Educación, que incluía también el Magisterio.
En este momento, no puede concebirse trabajando en otro lugar. «Este el camino que Dios diseñó y eligió para mí. Es cómo la locomotora que me empuja, que me hace andar en la vida, que me invita a crecer cada día un poco más». En sus palabras, el Buen Consejo es un lugar que elige una y mil veces. Dice que una de las principales satisfacciones que el colegio le da es saber que nada de lo que hace o dice es infructuoso. «Puedo asegurar que es un colegio donde nada de lo que uno haya hecho bueno es en vano; nada se desperdicia», finaliza con una sonrisa, con la alegría de saber que su aporte germinará con grandes frutos en todas estas chicas que hoy la necesitan.