(La Gaceta/InfoCatólica) «Me uno de corazón a la celebración», ha dicho Francisco, que ha recordado a los mujeres y hombres proclamados beatos mártires.
«¿Quiénes son los mártires? Son cristianos ganados por Cristo; cristianos que han aprendido bien el sentido de amar hasta el extremo», ha dicho el Santo Pádre, que ha recordado que «no existe el amor por entregas. El amor total cuando se ama es hasta el extremo».
En la cruz Jesús sintió el peso de la muerte, ha recordado el Papa. Y perdonó. «Apenas pronunció palabra, pero entregó la vida», dice Francisco, poniendo el acento así en uno de los elementos esenciales para declarar beato mártir a un hombre o mujer: que muriera perdonando. «Cristo nos primerea en el amor. Los mártires lo han imitado en el amor hasta el final».
Tras recordar que siempre «hay que morir un poco para salir de uno mismo y abrirse a Dios», el Papa ha pedido a los fieles que imploren la intercesión de los mártires para ser cristianos concretos; «de obra y no sólo de palabra». «Que no seamos cristianos mediocres, barnizados pero sin obras», ha dicho el Santo Padre, que se ha despedido con un «recen por mí. Jesús les bendiga».
Torturas, humillaciones y suplicios
Comenzada la celebración, y leídos uno a uno todos los nombres de los 522 mártires beatos, el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las causas de los santos, ha señalado en su homilía que todos los mártires beatificados fueron víctimas «inocentes, que soportaron torturas, humillaciones y suplicios indescriptibles». Los ha calificado de un «ejército inmenso de bautizados que siguieron a Cristo hasta el calvario para resucitar con Él en la Gloria de la Jerusalén celestial».
Tras lamentar la «niebla diabólica de una ideología que anuló a millones de ciudadanos pacíficos», que incendió iglesias y cerró colegios», Amato ha recordado que los mártires «no fueron caídos de la Guerra Civil, sino víctimas de una persecución religiosa que se proponía el exterminio programado de la Iglesia». «No eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente ni apoyaban a ningún partido. No eran provocadores, eran hombres y mujeres paćificos que fueron matados por odio a la fe, sólo por ser católicos, sacerdotes, seminaristas, religiosos...» Fueron asesinados, en suma, «porque creían en Dios y tenían a Jesús como único tesoro».
La mansedumbre de los fuertes
Tras presentar el espíritu de los mártires, el cardenal Amato ha incidido en otro punto esencial de su beatitud: «No odiaban a nadie» y a la atrocidad de los perseguidores respondieron no con la rebelión o las armas, «sino con la mansedumbre de los fuertes».
El cardenal ha reconocido durante la homilía haberse preguntado muchas veces «cómo se explica su fuerza sobrehumana de preferir la muerte antes que negar la fe en Dios». A juicio de Amato, la respuesta está, además de en la gracia divina, en la preparación al sacerdocio que se les dio. «En los años previos, seminarios y casas de formación informaban a los jóvenes claramente sobre el peligro mortal en que se encontraban, eran preparados espiritualmente para afrontar la muerte por su vocación». Esta «pedagogía martirial», dice Amato, los hizo fuertes e incluso gozosos en su destino.
Para quien quiera saber por qué la Iglesia beatifica a estos mártires, Amato responde con una sencilla explicación. «La iglesia no quiere olvidar a estos, sus hijos dolientes. Los ora con culto público para que su intercesión obtenga del Señor una lluvia de bienes», ha dicho el cardenal, que ha subrayado la ausencia de cualquier otro mensaje. «La Iglesia, casa del perdón, no busca culpables, sino glorificar a estos hombres porque merecen veneración».
Convencido de que la humanidad necesita paz, fraternidad y concorcdia, Amato recuerda que nada puede justificar la guerra, el odio fratricida o la muerte del prójimo. De ahí la importancia de la caridad de los mártires que, con su bien se opusieron al mal como un muro. «Desactivaron las armas de los tiranos venciendo al mal con el bien».
«Estamos llamados al gozo del perdón, a eliminar de la mente el rencor y el odio», señalaba el cardenal durante una homilía en la que ha recordado en numerosas ocasiones al Papa Francisco, en nombre de quien animó a los fieles reunidos a pensar en «una persona con la que no esté bien, a la que no quiera» y rezar por ella.
Porque, ha recordado Amato, esta fiesta de beatificación no es sino una «fiesta de la reconciliación, del perdón dado y recibido, el triunfo del Señor de la paz». Tras llamar a la conversión del corazón a la bondad y misericordia, el cardenal ha recordado que «todos estamos invitados a convertirnos al bien. El señor es Padre bueno que perdona y acoge con los brazos abiertos a sus hijos alejados por el mal y el pecado».
Y Jesús, terminaba Amato, «da el coraje necesario» para ellos. No hay tribulaciones que nos den miedo si permanecemos unidos a Dios, si le damos cada vez más espacio en nuestra vida».
Homilía de la Misa de Beatificación del año de la Fe
Angelo Card. Amato, SDB
l. La Iglesia española celebra hoy la beatificación de 522 (quinientos veintidós) hijos mártires, profetas desarmados de la caridad de Cristo. Es un extraordinario evento de gracia, que quita toda tristeza y llena de júbilo a la comunidad cristiana. Hoy recordamos con gratitud su sacrificio, que es la manifestación concreta de la civilización del amor predicada por Jesús: «Ahora -dice el libro del Apocalipsis de San Juan-se cumple la salvación, la fuerza y el reino de nuestro Dios y la potencia de su Cristo» (Ap 12, 10). Los mártires no se han avergonzado del Evangelio, sino que han permanecido fieles a Cristo, que dice: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda la propia vida por mí, la salvará» (Le 9, 23-24). Sepultados con Cristo en la muerte, con Él viven por la fe en la fuerza de Dios (cf. Col 2, 12).
España es una tierra bendecida por la sangre de los mártires. Si nos limitamos a los testigos heroicos de la fe, víctimas de la persecución religiosa de los años 30 (treinta) del siglo pasado, la Iglesia en 14 (catorce) distintas ceremonias ha beatificado más de mil. La primera, en 1987 (mil novecientos ochenta y siete), fue la beatificación de tres Carmelitas descalzas de Guadalajara. Entre las ceremonias más numerosas recordamos la del 11 (once) de marzo de 2001 (dos mil uno), con 233 (doscientos treinta y tres) mártires; la del 28 (veintiocho) de octubre de 2007 (dosmilsiete), con 498 (cuatrocientos noventa y ocho) mártires, entre los cuales los obispos de Ciudad Real y de Cuenca; y la celebrada en la catedral de la Almudena de Madrid, el 17 (diecisiete) de diciembre de 2011 (dosmil once), con 23 (veintitrés) testigos de la fe.
Hoy, aquí en Tarragona, el Papa Francisco beatifica 522 (quinientos veintidós) mártires, que «versaron su sangre para dar testimonio del Señor Jesús» (Carta Apostólica). Es la ceremonia de beatificación más grande que ha habido en tierra española. Este último grupo incluye tres obispos Manuel Basulto Jiménez, obispo de Jaén; Salvio Huix Miralpeix, obispo de Lleida e Manuel Borrás Ferré, obispo auxiliar de Tarragona -y, además, numerosos sacerdotes, seminaristas, consagrados y consagradas, jóvenes y ancianos, padres y madres de familia. Son todos víctimas inocentes que soportaron cárceles, torturas, procesos injustos, humillaciones y suplicios indescriptibles. Es un ejército inmenso de bautizados que, con el vestido blanco de la caridad, siguieron a Cristo hasta el Calvario para resucitar con Él en la gloria de la Jerusalén celestial.
2. En el periodo oscuro de la hostilidad anticatólica de los años 30 (treinta), vuestra noble nación fue envuelta en la niebla diabólica de una ideología, que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos y escuelas católicas, detruyendo parte de vuestro precioso patrimonio artístico. El Papa Pío XI (once) con la encíclica Dilectissima nobis, del 3 (tres) de junio de 1933 (mil novecientos treinta y tres), denunció enérgicamente esta libertina política antirreligiosa.
Recordemos de antemano que los mártires no fueron caídos de la guerra civil, sino víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia. Estos hermanos y hermanas nuestros no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no apoyaban a ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe, solo porque eran católicos, porque eran sacerdotes, porque eran seminaristas, porque eran religiosos, porque eran religiosas, porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como único tesoro, más querido que la propia vida. No odiaban a nadie, amaban a todos, hacían el bien a todos. Su apostolado era la catequesis en las parroquias, la enseñanza en las escuelas, el cuidado de los enfermos, la caridad con los pobres, la asistencia a los ancianos y a los marginados. A la atrocidad de los perseguidores, no respondieron con la rebelión o con las armas, sino con la mansedumbre de los fuertes.
En aquel periodo, mientras se encontraba en el exilio, Don Luigi Sturzo, diplomático y sacerdote católico italiano, en un artículo de 1933 (mil novecientos treinta y tres), publicado en el periódico El Mati de Barcelona, escribía con intuición profética, que las modernas ideología son verdaderas religiones idolátricas, que exigen altares y víctimas, sobre todo víctimas, miles, e incluso millones. Y añadía que el aumento aberrante de la violencia hacía que las víctimas fueran con mucho más numerosas que en las antiguas persecuciones romanas.(2)
3. Queridos hermanos, ante la respuesta valiente y unánime de estos mártires, sobre todo de muchísimos sacerdotes y seminaristas, me he preguntado muchas veces: cómo se explica su fuerza sobrehumana de preferir la muerte antes que renegar la propia fe en Dios? Además de la eficacia de la gracia divina, la respuesta hay que buscarla en una buena preparación al sacerdocio. En los años previos a la persecución, en los seminarios y en las casas de formación los jóvenes eran informados claramente sobre el peligro mortal en el que se encontraban. Eran preparados espiritualmente para afrontar incluso la muerte por su vocación. Era una verdadera pedagogía martirial, que hizo a los jóvenes fuertes e incluso gozosos en su testimonio supremo.
4. Ahora planteémonos una pregunta: ¿por qué la Iglesia beatifica a estos mártires? La respuesta es sencilla: la Iglesia no quiere olvidar a estos sus hijos valientes. La Iglesia los honra con culto público, para que su intercesión obtenga del Señor una lluvia beneficiosa de gracias espirituales y temporales en toda España. La Iglesia, casa del perdón, no busca culpables. Quiere glorificar a estos testigos heroicos del evangelio de la caridad, porque merecen admiración e imitación.
La celebración de hoy quiere una vez más gritar fuertemente al mundo, que la humanidad necesita paz, fraternidad, concordia. Nada puede justificar la guerra, el odio fratricida, la muerte del prójimo. Con su caridad, los mártires se opusieron al furor del mal, como un potente muro se opone a la violencia monstruosa de un tsunami. Con su mansedumbre los mártires desactivaron las armas micidiales de los tiranos y de los verdugos, venciendo al mal con el bien. Ellos son los profetas siempre actuales de la paz en la tierra.
5. y ahora una segunda pregunta: ¿por qué la beatificación de los mártires de muchas diócesis españolas adviene aquí en Tarragona?
Hay dos motivos. Ante todo el grupo más numeroso de los mártires es el de esta antiquísima diócesis española, con 147 (ciento cuarenta y siete) mártires, incluido el obispo auxiliar Manuel Borrás Ferré y los jóvenes seminaristas loan Montpeó Masip, de viente años, y Josep Gassol Montseny de veintidós.
El segundo motivo nos VIene del hecho que, en los pnmeros siglos cristianos, aquí en Tarragona, ecclesia Pauli, sedes Fructuosi, patria martyrum, tuvo lugar el martirio del obispo Fructuoso y de sus dos diáconos, Augurio y Eulogio, quemados vivos en el 259 (doscientos cincuenta y nueve) d.C. en el anfiteatro romano de la ciudad.
Recordemos brevemente el martirio de estos dos primeros testigos tarraconenses, porque repropone la dinámica esencial de toda persecución, que, por una parte, muestra la arbitrariedad de las acusaciones y la atrocidad de las torturas, y, por otra, la fortaleza sobrehumana de los mártires en el aceptar la pasión y la muerte con serenidad y con el perdón en los labios.
Tarragona, sede de una floreciente comunidad cristiana, en el siglo III (tercero) d. C. fue objeto de una violenta persecución, por obra del emperador Valeriano. Fueron víctimas de ella el obispo Fructuoso y los diáconos Augurio y Eulogio. De su martirio tenemos las Actas, que nos transmiten los protocolos notariales del proceso, del interrogatorio, de las respuestas, de la condena y de la ejecución.(3) La captura de Fructuoso y de sus diáconos tuvo lugar la mañana del domingo del 16 (dieciséis) de enero del 259 (doscientos cincuenta y nueve). Llevado a la cárcel, Fructuoso rezaba continuamente y daba gracias al Señor por la gracia del martirio. Además, también allí continuó su obra de pastor y de evangelizador, confortando a los fieles, bautizando y proclamando el Evangelio a los paganos. Después de algunos días, el 21 (veintiuno) de enero, los tres fueron convocados por el cónsul Emiliano para el interrogatorio. Fructuoso y los dos diáconos se negaron a ofrecer sacrificios a los ídolos, reafirmando su fidelidad a Cristo. Los tres fueron entonces condenados a ser quemados vivos. Llevados al anfiteatro, el santo Obispo gritó con fuerza que la Iglesia no quedaría nunca sin pastor y que Dios mantendría la promesa de protegerla en el futuro.
¿Qué mensaje nos ofrecen los mártires antiguos y modernos? Nos dejan un doble mensaje. Ante todo nos invitan a perdonar. El Papa Francisco recientemente nos ha recordado que «el gozo de Dios es perdonar!... Aquí está todo el Evangelio, todo el Cristianismo! No es sentimiento, no es «buenismo»! Al contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del «cáncer» que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor colma los vacíos, la vorágine negativa que el mal abre en el corazón y en la historia. Sólo el amor puede hacer esto, y este es el gozo de Dios!»(4)
Estamos llamados pues al gozo del perdón, a eliminar de la mente y del corazón la tristeza del rencor y del odio. Jesús decía «Sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre celestial» (Le 6, 36). Conviene hacer un examen concreto, ahora, sobre nuestra voluntad de perdón. El Papa Francisco sugiere: «Cada uno piense en una persona con la que no esté bien, con la que se haya enfadado, a la que no quiera. Pensemos en esa persona y en silencio, en este momento, recemos por esta persona y seamos misericordiosos con esta personan.(5)
La celebración de hoy sea pues la fiesta de la reconciliación, del perdón dado y recibido, el triunfo del Señor de la paz.
7. De aquí surge un segundo mensaje: el de la conversión del corazón a la bondad y a la misericordia. Todos estamos invitados a convertirnos al bien, no sólo quien se declara cristiano sino también quien no lo es. La Iglesia invita también a los perseguidores a no temer la conversión, a no tener miedo del bien, a rechazar el mal. El Señor es padre bueno que perdona y acoge con los brazos abiertos a sus hijos alejados por los caminos del mal y del pecado.
Todos -buenos y malos -necesitamos la conversión. Todos estamos llamados a convertirnos a la paz, a la fraternidad, al respeto de la libertad del otro, a la serenidad en las relaciones humanas. Así han actuado nuestros mártires, así han obrado los santos, que -como dice el Papa Francisco siguen «el camino de la conversión, el camino de la humildad, del amor, del corazón, el camino de la belleza».(6)
Es un mensaje que concierne sobre todo a los jóvenes, llamados a vivir con fidelidad y gozo la vida cristiana. Pero hay que ir contra corriente: «Ir contra corriente hace bien al corazón, pero es necesario el coraje y Jesús nos da este coraje! No hay dificultades, tribulaciones, incomprensiones que den miedo si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le damos cada vez más espacio en nuestra vida. Esto sucede sobretodo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios da fuerza a nuestra debilidad, riqueza a nuestra pobreza, conversión y perdón a nuestro pecado.(7)
Así se han comportado los mártires, jóvenes y ancianos, Sí, también jóvenes como, por ejemplo, los seminaristas de las diócesis de Tarragona y de Jaén y el laico de veintiún años, de la diócesis de Jaén. No han tenido miedo de la muerte, porque su mirada estaba proyectada hacia el cielo, hacia el gozo de la eternidad sin fin en la caridad de Dios. Si les faltó la misericordia de los hombres, estuvo presente y sobreabundante la misericordia de Dios.
Perdón y conversión son los dones que los mártires nos hacen a todos. El perdón lleva la paz a los corazones, la conversión crea fraternidad con los demás.
Nuestros Mártires, mensajeros de la vida y no de la muerte, sean nuestros intercesores por una existencia de paz y fraternidad. Será este el fruto precioso de esta celebración en el año de la fe.
María, Regina Martyrum, siga siendo la potente Auxiliadora de los cristianos.
Amén.
1 Pronunciada en Tarragona (Spagna) el 13 de ottobre de 2013.
2 LUIGI sruazo, Miscellanea londinese, vol. Il, Anni 1931-1933, Bologna 1967, p. 286. L’articolo fu pubblicato da El Mati di Barcellona, il19 dicembre 1933.
3 Si veda l’opuscolo molto ben documentato di PEDRO BATTLE y HUGUET, Santos Fructuoso Obispo de Tarragona y Augurio y Euloghio diáconos. Las Actas de su Martirio, Tarragona 1959. Questi Atti erano noti anche fuori dalla chiesa tarragonese. Ad esempio, il poeta spagnolo Aurelio Prudenzio, ne fece una traduzione dettagliata e fedele nell’inno VI del suo Peri stephanon o Libro delle corone. Lo stesso sant’Agostino nel sermone del giomo della festa dei santi ne commenta il testo.
4 PAPA FRANCESCO, Angelus del 15 settembre 2013.
5 lb.
6 PAPA FRANCESCO , Meditazione del 19 aprile 2013 .
7 PAPA FRANCESCO, Omelia del 28 aprile 2013.
Palabras de agradecimiento del señor cardenal Presidente de la Conferencia Episcopal Española al terminar el acto de la Beatificación del Año de la fe
Señor Cardenal, queridos amigos todos:
Al terminar esta hermosa liturgia, que nos ha emocionado a todos, cumplo con el grato deber de dar las gracias. Gracias a Benedicto XVI que firmó los decretos de muchas causas que han esperado hasta hoy para la beatificación de sus mártires. Gracias al Santo Padre, el papa Francisco que ha firmado los decretos de las últimas causas y que nos ha enviado como representante suyo al Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Cardenal Angelo Amato, que con tanto afecto ha seguido en los últimos años el camino de las causas de nuestros mártires. Gracias, señor Cardenal. El Papa Francisco se ha hecho presente entre nosotros también por medio del mensaje televisivo que nos ha dirigido. ¡Muchas gracias, Santo Padre! Guardamos sus palabras en el corazón.
Gracias al señor Arzobispo de Tarragona y a sus colaboradores. Esta querida archidiócesis, preclara por la sangre de sus mártires de los primeros siglos y del siglo XX, nos ha acogido con exquisita y fraterna cordialidad. Nos hemos sentido como en casa. Gracies, moltes gracies, senyor Arquebisbe.
Las autoridades civiles, militares y académicas han puesto de manifiesto con su presencia la armonía que ha de existir entre todos los ámbitos de nuestra sociedad. Muchas gracias. Los católicos, invocando la intercesión de los mártires, no dejamos de orar por las legítimas autoridades, de modo que todos podamos convivir fraternalmente en justicia, libertad y paz.
La Beatificación que acabamos de celebrar quedará como un fruto precioso del Año de la fe. Era un deseo ferviente de la Asamblea Plenaria de nuestra Conferencia Episcopal que hoy se ha cumplido con creces. Agradezco la presencia de tantos hermanos obispos de nuestras diócesis y también la de los venidos de otros países. Permítanme que agradezca, en particular, el delicado gesto del Patriarcado de Moscú, que, con su presencia a través de dos representantes, pone de relieve el nuevo camino ecuménico abierto por los mártires del siglo XX.
La Secretaría General de la Conferencia Episcopal Española, con su Oficina para las Causas de los Santos y un gran número de colaboradores, ha llevado adelante el encargo de la coordinación previa y de la realización de este acto. Sin olvidar el papel fundamental para el desarrollo ordenado de esta solemne y conmovedora celebración de tantos voluntarios, que aquí en Tarragona nos han ayudado con tanta generosidad y discreción. Se lo agradecemos con todo el corazón.
Cualquier beatificación, la más sencilla, exige un prolongado trabajo de años.
Cuánto más ésta que acabamos de celebrar. Las numerosas causas de los mártires que hoy se suman al martirologio de la Iglesia no habrían prosperado sin el trabajo y sin la paciencia de los postuladores, vicepostuladores y de todos los que colaboraron con ellos. Muchas gracias, queridos hermanos y hermanas. Gracias también a las partes actoras, diócesis, institutos de vida consagrada y otras personas, por su interés en promover la memoria de los mártires, que ahora pasan a ser patrimonio de la Iglesia Universal, gracias a la generosidad de sus familias diocesanas, religiosas e incluso parroquiales. ¡Que Dios os lo pague!
Gracias a la gran comunidad que ha seguido la ceremonia por los medios de comunicación desde toda España y desde todo el mundo. Gracias también a los medios de comunicación que lo han hecho posible y que hacen posible de otros muchos modos la difusión de este acontecimiento histórico para la vida de la Iglesia.
Gracias, en fin y muy especialmente, a todos vosotros, queridos amigos, que os habéis acercado a Tarragona para la Beatificación. Gracias por vuestra fe y por vuestra paciencia. En particular, a los más mayores, hermanos de sangre y de religión de los nuevos mártires. Gracias a vosotros sacerdotes concelebrantes, que habéis venido en gran número, animando a vuestras comunidades, desde los lugares más alejados de nuestra geografía, y a tantos consagrados y consagradas, herederos espirituales más directos de la mayoría de los hoy beatificados. Hemos vivido una asamblea litúrgica en la que hemos podido casi palpar la catolicidad de la Iglesia. Han merecido la pena los pequeños sacrificios que ha habido que hacer. Nos volvemos a nuestras casas fortalecidos en la fe por el testimonio heroico de tantos testigos firmes y valientes de Jesucristo, el Redentor del hombre. Ahora los tenemos también como intercesores. Buen viaje de vuelta. Gracies a tothom. Que Nuestra Señora, de Montserrat y Reina de los mártires os acompañe. Amén.
Cardenal Antonio Mª Rouco Varela
Presidente de la Conferencia Episcopal Española
Arzobispo de Madrid