(RV) En su discurso a los Obispos y al Delegado para los fieles greco-católicos en Kazajistán, al Administrador Apostólico en Kirguistán, al Administrador Apostólico en Uzbekistán, al Superior de la Missio sui iuris en Tayikistán y al Superior de la Missio sui iuris en Turkmenistán, que han concluido hoy su visita ad limina apostolorum, el Papa ha alentado a dar gracias al Señor:
«Demos gracias al Señor porque - a pesar de las duras presiones ejercidas durante los años del régimen ateo y comunista - gracias a la abnegación de celosos sacerdotes, religiosos y laicos, la llama de la fe sigue encendida en el corazón de los creyentes ».
Y tras animar a estos queridos hermanos a no desalentarse ante el número reducido de las comunidades - evocando a los primeros discípulos del Señor que anunciaban y testimoniaban con alegría el Evangelio, ayudando a los pobres y enfermos - el Papa ha recordado que «también hoy, como entonces, es el Espíritu Santo el que conduce a la Iglesia». Por lo que es importante dejarse guiar por él, educando a la escucha de la Palabra de Dios, suscitando en particular en los jóvenes el amor a la Eucaristía y la devoción mariana y difundir en las familias el rezo del Rosario.
Buscando asimismo, con paciencia y valentía, nuevas formas y métodos de apostolado, actualizándolos según las exigencias de hoy y la lengua y cultura de los fieles encomendados. Afianzados en la firme unidad de los Pastores y clero, sin olvidar la importante colaboración también de los laicos. Todo ello – ha señalado Benedicto XVI – «es más necesario aún para afrontar los desafíos que la sociedad globalizada de hoy presenta al anuncio y a la práctica coherente de la vida cristiana, también en vuestras regiones»:
«Quisiera recordar que, además de las dificultades que he mencionado, se registran casi en todo el mundo fenómenos preocupantes, que ponen en serio peligro la seguridad y la paz. Me refiero, en particular, a la plaga de la violencia y del terrorismo, a la difusión del extremismo y del fundamentalismo. Se deben contrastar, ciertamente, estos flagelos con intervenciones legislativas. Pero nunca la fuerza del derecho se puede transformar en iniquidad. Ni se puede limitar el libre ejercicio de las religiones, puesto que profesar la propia fe libremente es uno de los derechos humanos fundamentales y universalmente reconocidos.
«La Iglesia no impone, sino que propone libremente la fe católica, sabiendo bien que la conversión es el fruto misterioso de la acción del Espíritu Santo. La fe es don y obra de Dios», ha reiterado luego Benedicto XVI, haciendo hincapié en que «está prohibida toda forma de proselitismo que obligue o induzca y atraiga a alguien con medios inoportunos a abrazar la fe (cfr Ad gentes n.13)». Pues «una persona puede abrirse a la fe después de madura y responsable reflexión y debe poder realizar libremente esta íntima inspiración», ha destacado el Papa, añadiendo que «Ello va en ventaja no sólo del individuo, sino de toda la sociedad, puesto que la fiel observancia de los preceptos divinos ayuda a construir una convivencia más justa y solidaria».
Reiterando su aliento en el trabajo que han emprendido estos Pastores, Benedicto XVI ha manifestado su profundo aprecio y gratitud a los sacerdotes y religiosos que colaboran en las diversas circunscripciones eclesiásticas. A los franciscanos en la Diócesis de la Santísima Trinidad en Almaty; los jesuitas en Kirguistán; los franciscanos conventuales en Uzbekistán; los religiosos del Verbo Encarnado en Tayikistán y los Oblatos de María Inmaculada en Turkmenistán. E invitando también a otras familias religiosas a ofrecer generosamente su contribución, enviando personal y medios para cumplir el trabajo apostólico en las vastas regiones de Asia Central, el Papa ha invocado el amparo de María, Reina de los Apóstoles sobre estos obispos y sus comunidades, junto con su oración y bendición.