La vida humana: grandeza vulnerable

La persona humana no cuenta sólo desde que puede ser un sujeto votante, como para algunas fuerzas políticas parece ser que resulta. Si me puede votar a mí –dicen–, entonces organizo la vida y tutelo los derechos de modo que pueda contentar a quien se sienta en deuda conmigo y termine por votarme. Y entonces se inventan las leyes aunque sean la pena de muerte para el más inocente e indefenso de los seres.

Cada tirano sabe qué fruta prohibida consume, qué torre de babel levanta y cómo es el becerro de oro que adora. Parafraseando a T.S. Eliot, para unos será el dios poder con su impostura dominante; o el dios placer con su señuelo mentiroso; o el dios tener con su moneda segura. La tragedia es que esos dioses menores, son sencillamente dioses falsos. Y cuando se les ha rendido el culto que implacablemente reclaman hasta la entrega más despiadada, se descubre que jamás podrán dar lo que engañosamente prometieron.

En esta torpe y destructiva andadura, la vida siempre se ha presentado como un objetivo a tener bajo control: someterla al dominio de los poderosos, jugar con ella según la carta de sus placeres, y subvencionarla impunemente para tenerla comprada. La vida representa el último dominio de quienes se creen dioses. No es la actitud humilde de quien respeta la vida porque sabe que por ser sagrada no depende de nosotros, que no la hacen nuestras manos ni tienen nuestra rúbrica por firma.

La vida es así de vulnerable y grandiosa al mismo tiempo. Toda la vida importa, sea cual sea su brote, su color, su forma. Habría que tener la ternura y el respeto de un San Francisco de Asís, para comprender sin ecologismos ideológicos, que la Creación nos reclama siempre al estupor y a la gratitud llena de alabanza. «Alabado seas, mi Señor, por la madre tierra, por el hermano sol y la hermana luna, por la hermana agua y las estrellas…». Así cantaba San Francisco sus alabanzas por tantas criaturas hermanas que tienen por común padre nada menos que al mismo Dios.

Todos los seres son obra de Dios, pero no todos de la misma manera. Sólo el hombre y la mujer tienen el privilegio de ser imagen de un Dios que se les parece, imagen y semejanza de su propio Creador. La admiración y la gratitud por cada ser se hacen especialmente motivo de agradecimiento y de sorpresa cuando miramos al ser humano desde el mismo instante de su concepción hasta su término natural.

La persona humana no cuenta sólo desde que puede ser un sujeto votante, como para algunas fuerzas políticas parece ser que resulta. Si me puede votar a mí –dicen–, entonces organizo la vida y tutelo los derechos de modo que pueda contentar a quien se sienta en deuda conmigo y termine por votarme. Y entonces se inventan las leyes aunque sean la pena de muerte para el más inocente e indefenso de los seres. Unos las imponen como conquista de derechos y libertades, y otros no las quitan para evitar que esto les desgaste. Parece que sólo importa lo que puede granjearme beneficios a mis pretensiones de poder, de placer y de tener como diosecillos fugaces al uso.

Acabamos de celebrar la Jornada de la Vida, de la vida humana como cumbre de la Creación de Dios. Una vida humana que no admite componendas cuando su existencia y su dignidad queda en entredicho. La vida del no nacido pero que existe en el vientre de su madre; la vida del que ha nacido pero no se le protege su dignidad o sus libertades; la vida de quien enfermo o anciano se les quiere tirar después de haberlos usado. Desde el principio hasta el final, el ser humano cuenta con la bendición de Dios: no le maldigamos con nuestras manos endiosadas. Sólo quien apuesta por la vida como don, puede seguir soñando con esperanza en hacer un mundo mejor.

 

+Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

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1 comentario

Alf_3
Mons. Sanz, su artículo me hace recordar, especialmente a mis sensaciones de hace poco más de 36 años, cuando nació mi hija, mi primera descendencia. Es la fecha y no termino de asimilarlo.
Me sentí tan incapaz, tan impotente de reproducir a otra persona, deferente de mi y de mi esposa. Algo empecé a percibir desde que existía en el vientre de su madre, pero fue tan demoledor cuando nació. No está en mi poder re-crear a una nueva persona. No es mi capacidad hacerlo. Me es muy claro que soy un instrumento. Dios todopoderoso me permitió 'ser un lápiz' con el que escribe Él.
Es tan difícil expresar esa sensación. No tengo palabras, faltan en el diccionario, o soy muy ignorante. El poder de transmitir la vida es tan grande, que sería suficiente para hacerme creer en Dios. Nos hace partícipes en su poder de Creación. Y no de una piedra, sino de otro ser humano que nunca antes había existido, ni existirá. Y además, al bautizarlo, es una nueva alma que puede darle gloria a Él.
Y nos parece tan normal este milagro de la vida. Tanto que hasta lo despreciamos. Estar cocientes de que cada relación sexual puede convertirse en una nueva vida, debiera ser el inicio de ésta; de tal manera que diéramos gracias, tanto por el placer permitido en 'ser una sola carne', como los frutos que nos puede permitir al pro-crear.
¡Bendito sea Dios!
13/04/13 11:46 PM

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