El espíritu conciliar

¿En qué consiste el espíritu conciliar? Por supuesto lo encontramos ante todo en sus documentos, cuya lectura no puedo sino recomendar y que contienen preciosos tesoros que tanto pueden contribuir a mejorar nuestro conocimiento de la Iglesia, del mundo y nuestra propia vida espiritual.

La reciente beatificación de Pablo VI me ha traído recuerdos de mi época de estudiante en Roma, donde coincidí precisamente con los pontificados de san Juan XXIII y del beato Pablo VI y de una frase que Pablo VI nos dijo a los sacerdotes jóvenes que habíamos trabajado como acomodadores en el Concilio en la audiencia que nos concedió el día de la clausura del Concilio: «La tarea de vuestra vida va a ser predicar el Concilio Vaticano II».Pero para predicar el Concilio Vaticano II debemos ser fieles a su espíritu. Ahora bien, ¿en qué consiste el espíritu del Concilio Vaticano II?

Lo que no consiste desde luego es en la postura de los integristas, que serían la extrema derecha, que opina que como el Concilio Vaticano II no definió ningún dogma nuevo, en consecuencia podemos prescindir totalmente de él. Suponer que bastante más de dos mil obispos se puedan reunir durante cuatro períodos, de unos tres meses cada vez, para no sacar nada nuevo ni importante me parece un insulto a la inteligencia del Espíritu Santo y de los Obispos. Claro es que en el Concilio se contaba el chiste de que se había recibido en él un telegrama del Espíritu que decía: «Imposible acudir. Todas las fechas ocupadas por …(y aquí venía el nombre de un conocido movimiento apostólico)».

Pero también por la extrema izquierda se ha traicionado el espíritu conciliar, considerando los documentos del Concilio no como un punto de llegada y reflexión, sino como un ir más allá con una concepción puramente democrática de la Iglesia o el sacerdocio femenino, y llegando incluso a defender la eutanasia y la ideología de género, aberraciones que ciertamente un católico no puede defender.

Entonces, ¿en qué consiste el espíritu conciliar? Por supuesto lo encontramos ante todo en sus documentos, cuya lectura no puedo sino recomendar y que contienen preciosos tesoros que tanto pueden contribuir a mejorar nuestro conocimiento de la Iglesia, del mundo y nuestra propia vida espiritual. Pero hoy me voy a detener en los mensajes que el Concilio, con motivo de su clausura dirigió al mundo y estaban destinados de modo especial a los gobernantes, a los hombres del pensamiento y de la ciencia, a los artistas, a las mujeres, a los trabajadores, a los pobres, a los enfermos, a todos los que sufren y a los jóvenes.

A los gobernantes se les recuerda que sólo Dios es la fuente de la autoridad y el fundamento de las leyes y que es a ellos a los que corresponde ser los promotores del orden y de la paz entre los hombres. La Iglesia sólo les pide «la libertad de creer y de predicar su fe; la libertad de amar a su Dios y de servirle; la libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje de vida». Por cierto en la Gaudium et Spes hay una muy bonita definición de patriotismo: «Cultiven los ciudadanos con magnanimidad y lealtad el amor a la patria, pero sin estrechez de espíritu, de suerte que miren siempre al mismo tiempo por el bien de toda la familia humana, unida por toda clase de vínculos entre las razas, pueblos y naciones»(nº 75).

A los hombres del pensamiento y de la ciencia: «Para vosotros tenemos un mensaje, y es éste: Continuad buscando sin cansaros, sin desesperar jamás de la verdad… Pero no lo olvidéis: si pensar es una gran cosa, pensar ante todo es un deber; desgraciado de aquél que cierra voluntariamente los ojos a la luz. Pensar es también una responsabilidad».

A los artistas: «Si sois los amigos del arte verdadero, vosotros sois nuestros amigos… No cerréis vuestro espíritu al soplo del Espíritu Santo. Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza».

A las mujeres: «La Iglesia está orgullosa, vosotras los sabéis, de haber elevado y liberado a la mujer, de haber hecho resplandecer, en el curso de los siglos, dentro de la diversidad de los caracteres, su innata igualdad con el hombre… Estáis presentes en el misterio de la vida que comienza. Consoláis en la partida de la muerte… Reconciliad a los hombres con la vida. Y, sobre todo, velad, os lo suplicamos, por el porvenir de nuestra especie».

A los trabajadores: «Estad seguros, desde luego, de que la Iglesia conoce vuestros sufrimientos, vuestras luchas, vuestras esperanzas; de que aprecia altamente las virtudes que ennoblecen vuestras almas: el valor, la dedicación, la conciencia profesional, el amor de la justicia».

A los pobres, a los enfermos, a todos los que sufren: «Cristo no suprimió el sufrimiento y tampoco ha querido desvelar enteramente su misterio: él lo tomó sobre sí, y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor».

A los jóvenes: «Sois vosotros los que vais a recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia… La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a constituir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas y esas personas son las vuestras. Está preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje expandirse su tesoro antiguo y siempre nuevo: la fe, y porque vuestras almas se puedan sumergir libremente en sus bienhechoras claridades… Y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores»

Creo está claro lo que el Concilio y la Iglesia esperan de nosotros: fidelidad al espíritu conciliar.

 

P. Pedro Trevijano, sacerdote

 

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