Se ha señalado a menudo que Sevilla perdió el tren de la Historia en el siglo XVIII y, desde entonces, sumida en un letargo narcisista, vuelve la espalda altivamente a la industrialización y el progreso. De ahí que nos haya recorrido a tantos un repelús de emoción cuando conocimos la noticia: la ciudad albergará —del 21 al 23 de octubre— el IX Congreso Internacional de Profesionales del Aborto y la Contracepción. ¡Nos visitarán los más prestigiosos especialistas del ramo, dignamente alojados por el Hotel Meliá! Y al César, lo que es del César: no cabe sino elogiar el compromiso modernizador de la Junta de Andalucía, que apadrinó tan magno evento declarándolo “de interés científico-sanitario”, y del Ayuntamiento de Sevilla, que figura como patrocinador en los folletos del mismo.
Durante tres días gozosos, la ciudad será la capital mundial de la salud sexual y reproductiva. Aquí se debatirán los últimos avances del fascinante mundo de la interrupción del embarazo. Lastrados por nuestra proverbial desidia, muchos sevillanos no estamos suficientemente al día sobre el ingenio desplegado por estos abnegados servidores de los derechos de la mujer; ofreceremos, pues, una breve panorámica del “state of the art”. Extraigo los datos técnicos del artículo “Cómo se ejerce un derecho en España”, del doctor Luis I. Amorós.
Pocas innovaciones cabe esperar en el sencillo método de aspiración, habitualmente empleado en los tres primeros meses de embarazo. Se dilata mecánicamente el cuello uterino y se introduce un aspirador que succiona al embrión implantado, que cae en el depósito adosado (semejante a la bolsa de una aspiradora). Allí, ejem, muere. Eso sí, no siempre sale entero; de ahí que el procedimiento concluya con un legrado de la superficie del útero, que eliminará los restos de embrión y placenta que hayan podido quedar.
Entre la semana 12 y 16, el feto ha alcanzado un tamaño considerable, lo cual requiere del personal médico técnicas más refinadas (de las que, quizás, conoceremos algún estimulante avance en este congreso). Las dimensiones del feto (que no podría pasar entero por el cuello del útero) obligan aquí en ocasiones al troceado del mismo, lo cual realiza el hábil facultativo, ayudado de una cámara endoscópica, con un pequeño cuchillo. El saco amniótico debe ser previamente resecado.
Entre las semanas 16 y 22 (la ley Aído autoriza el aborto por “peligro para la salud de la mujer” hasta la semana 22; la experiencia desde 1985 muestra que eso equivale en la práctica a aborto libre) aumentan las dificultades; no se arredran frente a ellas, sin embargo, los audaces científicos, que despliegan una inventiva asombrosa. A ella debemos, por ejemplo, la brillante técnica de la inyección intraamniótica: se punciona el abdomen con una larga aguja, que inyecta en la bolsa amniótica una solución de urea. Al tragarla, el feto se intoxica mortalmente; su piel sufre quemaduras de primer o segundo grado, y su agonía puede durar varias horas. Su cadáver será expulsado 48 horas después.
Es a partir de la semana 22, sin embargo, cuando el tamaño del feto obliga a la ciencia a proezas de sofisticación (la ley Aído permite el aborto después de ese plazo si se detecta en el feto “una enfermedad extremadamente grave e incurable”; en la práctica, este concepto puede abarcar, por ejemplo, el síndrome de Down). Estando ya próximo el término del embarazo, lo lógico es utilizar las técnicas normales de alumbramiento: cesárea o inducción del parto con oxitocina. La histerotomía o minicesárea consiste en practicar en el abdomen la misma incisión que para una cesárea reglada, sacar al niño y, ejem, dejarlo morir en una bandeja (niños que podrían ser viables si fueran introducidos en incubadoras). Y el “aborto por nacimiento parcial” consiste en inducir el parto (el feto ha sido antes girado para salir de nalgas) y, cuando las piernas y tronco ya están fuera, introducir unas tijeras por el cogote para perforar el cráneo del niño, cuyo cerebro es succionado a través de la abertura. La sugestiva técnica tiene, además, el mérito de la prudencia preventiva frente a viles acusaciones de infanticidio de ultracatólicos y otros reaccionarios: como la cabeza está aún dentro del seno materno, nadie podrá hablar de asesinato; se trata, a todas luces, de un legítimo ejercicio del derecho de la mujer al control de su propio cuerpo.
El congreso, por otra parte, puede contribuir a relanzar nuestra economía en crisis. Además de asegurar a los heroicos regentadores de las clínicas abortistas la justa retribución de su servicio a la mujer (la facturación de esta industria fue estimada en más de 100.000.000 € anuales por un informe de 2009 del Instituto Efrat), el aborto genera un círculo virtuoso de prosperidad que puede beneficiar a muchos sectores económicos: los restos de los fetos pueden ser muy útiles para la industria cosmética; el gremio de los psiquiatras puede encontrar un filón en la muchedumbre de mujeres que arrastran durante décadas el síndrome post-aborto (culpabilidad, autodesprecio, añoranza del hijo perdido); las funerarias recibirán un saludable estímulo, pues las estadísticas muestran que la probabilidad de que una chica que abortó se suicide es seis veces superior a la media. Sin olvidar al humilde pero honrado ramo de las trituradoras.
Sería justo, pues, que los sevillanos acudamos en masa el 23 de octubre, 12.00 horas, a la concentración convocada frente al Hotel Meliá por Derecho a Vivir y otras asociaciones pro-vida. Podremos expresar allí nuestro entusiasmo y gratitud.
Francisco Contreras Peláez
Artículo publicado en el Abc. Reproducido con permiso del autor