Es indudable que hay una relación entre la homosexualidad y las estructuras familiares. Si las estructuras familiares no logran su desarrollo normal, ello favorece el surgir de la homosexualidad, como acontece en aquellas civilizaciones y culturas en las que la mujer no ocupa el lugar que debiera, sea por excesivamente ensalzada y protegida, sea por demasiado despreciada y minusvalorada. En efecto, en aquellas sociedades en que el machismo, el culto a la virilidad y el espíritu guerrero tenían la categoría de virtudes supremas, hay una infravaloración de lo femenino, y, paralelamente, inclinaciones homosexuales en un más amplio sector, aunque siempre muy minoritario, de la población masculina. Del mismo modo, un feminismo radical que no sólo reivindica los justos derechos de las mujeres sino que fomenta el desprecio hacia lo masculino, puede estar en el origen de algunas formas de homosexualidad femenina.
Pero no sólo sucede esto a nivel de civilización y cultura, sino también a nivel de cada familia y persona. El niño crece seguro y desarrolla su autonomía cuando se siente comprendido, aceptado y amado. La identidad sexual psicológica, que es la manera en que las personas se sienten, relacionan, comunican y expresan como seres sexuados, es decir como varones y mujeres, se construye en los primeros años por una serie de identificaciones con el padre o con la madre. Una educación excesivamente igualitaria y unisex pone en peligro el desarrollo emocional en general y el sexual en particular. El factor preventivo primordial es la consideración del chico como chico y de la chica como chica. Si no hay un verdadero equilibrio en el hogar que da a cada uno su sitio, hay peligro, entendiendo por peligro una mayor probabilidad, no el que necesariamente tenga que ser así, de una desviación afectiva del niño. Entre los factores que intervienen en la génesis de la homosexualidad, es muy importante el papel de la madre, generalmente excesivamente dominante o por el contrario demasiado dominada por su marido. Está claro que también influye y a veces fundamentalmente el error correspondiente del padre, excesivamente pasivo, ausente o autoritario, así como el abandono del hogar por el padre para los chicos y de la madre para las chicas. Podemos decir que la homosexualidad masculina puede ser la resultante de la combinación de defectos de ambos padres. Esto nos ayuda a entender que la homosexualidad no es un fenómeno individual limitado a quien lo sufre, sino con frecuencia es un síntoma de desequilibrio familiar y, no raramente, de discordia entre los padres, aunque también hay otros factores que predisponen, como los complejos de inferioridad, especialmente frente a niños de su misma edad y sexo, por lo que también es importante sentirse aceptado como uno más por la comunidad de coetáneos de su sexo.
Es decir, la mejor prevención contra el surgir de las tendencias homosexuales y la mayor garantía de ortodoxia sexual es lograr que sea posible y fácil para los chicos identificarse con su padre y para las chicas con su madre. El fracaso en esto es crucial porque para el chico su padre es el prototipo de hombre y sentirse apreciado por él es básico para su autoestima, sucediendo lo mismo con la chica en relación con su madre. El conocido apego de muchos homosexuales por su madre o hermana no significa sino una violación inconsciente y no culpable del tabú del incesto, tabú que es la base de la vida social en cuanto introduce en ella la necesidad de comunicación y donación.
Educar sobre la orientación sexual y la homosexualidad puede ser muy conveniente para disminuir los prejuicios contra los homosexuales, pero siempre teniendo muy claro que la homosexualidad no es una simple variante de la heterosexualidad y que la educación ha de intentar llevar hacia ésta. Considerar por ello que da lo mismo ser homo que heterosexual, y no tratar de defender a nuestros adolescentes y jóvenes de experiencias equivocadas, puede originar dentro de poco una verdadera epidemia de homosexualidad, fuente de problemas psicológicos y de frustraciones dolorosas. La educación sexual debe saber respetar el estadio de latencia sexual, respondiendo a todas las preguntas, pero no yendo demasiado lejos. Ha de procurarse hacer todo a su tiempo, sin reticencias, sin mentiras, sin retrasos, pero también sin excesivas prisas.
Es oportuno puntualizar que la sexualidad normal es el punto de llegada de un largo proceso de evolución susceptible de paradas y regresiones. En una evolución normal la llegada a la heterosexualidad supone llegar al final de un proceso de desarrollo psicológico que comprende las etapas de descubrimiento de mí mismo, descubrimiento del otro de mi sexo, descubrimiento del otro sexo. Por ello la homosexualidad rara vez se manifiesta durante la infancia, sino que normalmente se revela en la adolescencia. Se ha producido algo que ha impedido el desarrollo libre y total del dinamismo sexual.
“Optar por una actividad sexual con una persona del mismo sexo equivale a anular el rico simbolismo y el significado, para no hablar de los fines, del designio del Creador, en relación con la realidad sexual. La actividad homosexual no expresa una unión complementaria, capaz de transmitir la vida, y por tanto contradice la vocación a una existencia vivida de esa forma de autodonación que, según el Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana. Esto no significa que las personas homosexuales no sean a menudo generosas y no se donen a sí mismas, pero cuando se empeñan en una actividad homosexual refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual desordenada en sí misma caracterizada por la autocomplacencia” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 7, Roma 1-X-1986).
Pedro Trevijano, sacerdote