Según Esopo, hubo una vez un mosquito que, tras permanecer largo rato en el cuerno de un toro, decidió partir, no sin antes pedir la venia al bovino, el cual le respondió: «Pues si no me he enterado de cuando has llegado, tampoco me voy a enterar de cuando te marches»[i]. Efectivamente, son muchos los que viven con inquietud y desasosiego el hodierno proceso sinodal, pero, debido a la morbosa debilidad de su ánimo, al toro le es completamente indiferente su presencia o ausencia; no molesta, pero tampoco resulta útil. Más aún, el consecuente silencio culícido, que, en unos, significa una falta de interés por el Sínodo de la Sinodalidad, pero, en otros, o sea, en los desasosegados, es señal inequívoca de un pavor paralizante, se convierte de facto, tanto en unos como en otros ―aunque sin pretenderlo ni quererlo―, en una tácita aquiescencia respecto de todos los errores de algunos ―pocos, pero muy activos y preponderantes― que se valen de él y lo instrumentalizan para sus intereses ideológicos, o sea, para su esperanzada revolución, orientada ésta a provocar el tan cacareado cambio de paradigma, esto es, el imposible cambio substancial de la Iglesia.
A propósito de lo que estamos diciendo, no creo que podamos acusar de taciturnos pusilánimes a José Antonio Ureta y Julio Loredo de Izcue, a los cuales debemos darles nuestra más sincera enhorabuena. Como sabemos, estos autores han realizado un magnífico esfuerzo de síntesis en su reciente publicación El proceso sinodal, una caja de Pandora (Lima: Tradición y Acción, 2023), con prólogo del gran cardenal Raymond Leo Burke. Este libro consta de 100 preguntas con sus correspondientes 100 respuestas, en las que, no sólo se resuelven las dudas más importantes, sino que se presenta brillante, rigurosa y pedagógicamente la actual situación del Sínodo de la Sinodalidad y también del Synodaler Weg alemán. Estamos hablando de una obra simplemente excelente a la par que profética, en la que, desde la objetividad más escrupulosa y el sumo respeto al Santo Padre ―como no podía ser de otro modo―, se detecta y critica, desde una perspectiva fiel y católica, pero incisiva e inteligente, los graves riesgos a los que nos vemos expuestos en la actual dinámica del proceso sinodal. Al respecto, el peligro es de tal magnitud, que, no sin razón, ambos autores terminan recurriendo a la célebre analogía mitológica de la caja de Pandora, para ilustrar, de este modo, los potenciales males que próximamente podrían sobrevenirnos.
No pretendo hacer aquí un comentario in extenso de esta especie de vademécum sinodal alternativo ―ya existe uno oficial―[ii], ni siquiera un resumen del mismo; lo mejor es acudir a él directamente, pues, aunque inquietante, es de fácil y amena lectura. En consecuencia, me limito a recomendarlo vivamente para todos aquellos que se sienten perdidos ante la exuberante existencia de elementos, factores y actores, tan complejos como oscuros ―por no decir siniestros―, que han ido apareciendo en estos últimos años del susodicho doble proceso, universal y germano.
Sin embargo, por honestidad intelectual, me veo obligado a realizar una única crítica a este libro, relativa a una omisión que, por cierto, considero imperdonable; entiéndase la broma: se neglige por completo el mayor mal que hoy está padeciendo la Iglesia, a saber, el indietrismo, el cual, como bien sabemos, consiste en un volver al pasado, evitando, así, que la Iglesia avance. Consiguientemente, pienso que, para que la Iglesia pueda progresar hacia la bienaventuranza eterna, esto es, su fin último sobrenatural, debemos rechazar toda suerte de mirada nostálgica hacia las épocas más rancias, obsoletas y rígidas, sobre todo rígidas... Ahora bien, ¿cuándo es que se da o produce dicho fenómeno decadente?
- El indietrismo se produce cuando se apela al espíritu del Mayo del 68 y se recurre a la marxistización de la teología, al estilo de la teología política o de las teologías de la liberación y del pueblo.
- El indietrismo se produce cuando se niega el derecho natural y de gentes, como se hizo a partir de la modernidad.
- El indietrismo se produce cuando existen cátedras episcopales o teológicas que se muestran en actitud genuflexa ante el mundo y sus errores.
- El indietrismo se produce cuando se enaltece el indigenismo, la Pachamama y el absurdo mito roussoniano del buen salvaje.
- El indietrismo se produce cuando se criminalizan de modo furibundo, como en los años 70, las sotanas, el gregoriano o las misas tridentinas.
- El indietrismo se produce cuando toda una conferencia episcopal ―i. e., la alemana― se empodera y desafía, al modo luterano, la unidad y autoridad de la Iglesia.
- El indietrismo se produce cuando existe el ardiente deseo de reformular heterodoxamente la Sagrada Escritura o el Catecismo ―como pasó, por ejemplo, con el holandés (1966)―, poniendo en peligro la custodia del depositum fidei.
- El indietrismo se produce cuando pretende reemplazarse la estructura jerárquica de la Iglesia por otra asamblearia de corte comunista, apelando a una supuesta inversión de la pirámide eclesial.
- El indietrismo se produce cuando quiere atacarse nuevamente los principios morales de la Humanae vitae o de la Veritatis splendor, promoviendo, entre otras cosas, la justificación doctrinal de la contracepción, el aborto, la eutanasia o la bendición litúrgica de parejas del mismo sexo.
- El indietrismo se produce cuando quiere adoptarse una visión materialista, marxista y hegeliana de la historia de la salvación y de la Iglesia.
- El indietrismo se produce cuando la eclesiología asume una visión neoconciliarista de índole nominalista.
- El indietrismo se produce cuando, en los escritos teológicos, vuelven a escucharse los ecos de Arrio, Lutero, Loysi, Rahner, Schillebeeckx o Hans Küng.
- El indietrismo se produce cuando de vuelta quiere adoptarse, para la formación de las conciencias, un corrosivo psicologismo de carácter freudiano.
- El indietrismo se produce cuando se reivindica el diaconado y sacerdocio femeninos, como ocurrió en el inmediato Postconcilio y ulteriormente en las comunidades protestantes.
- En fin, el indietrismo se produce cuando se recuperan los trasnochados slogans de los años 70, especialmente aquél que clama diciendo: «Iglesia, sal de ti misma».
Seguramente, el remedio a este mal indietrista consiste en la suscitación de una santa reacción en contra de los que quieren deformar el Cuerpo Místico de Cristo. Tenemos la tranquilidad, no obstante, de que la Iglesia de Dios subsistirá siempre allí donde esté la comunidad, aunque sea pusillus grex, de los que creen y defienden la verdad divina. Bien sabemos que la Iglesia triunfante y gloriosa es perpetua, pero tampoco debemos olvidar que incluso la militante, aquí en la tierra, es indefectible; subsistirá usque ad consummationem saeculi, fundamentalmente porque el Señor la sostiene y vivifica. Sin embargo, debemos tener en su debida cuenta que, a causa de la pasividad culpable de los buenos, son muchas las almas que pueden perderse en el caso de que llegue a abrirse la antedicha caja de Pandora. Por esta razón, pienso que, en esta hora tenebrarum, la solución estriba en la lucha por la restauración de la antigua, bella, perenne y siempre viva Tradición, de forma que ésta pueda terminar ahogando al viejo y enmohecido indietrismo propio del progresismo más recalcitrante. Ahora bien, estimo que, para dicho propósito, es menester que, desde ahora, empiecen a proliferar más avispas que mosquitos.
Mn. Jaime Mercant Simó
Notas
[i] Esopo, Fábulas, n. 137 (Hrs. 140, Ch. 189), Madrid: Gredos, 2000, p. 73.