A veces nos ocurre a los sacerdotes que, al ir identificados como tal, en el metro, o en una parada de autobús, se acerca alguien y te dice: “Padre, ¿podría hablar un momento con usted?”. Y después de una protocolaria introducción observas que no quiere dialogar sino discutir y, con el corazón herido, afirma que es ateo.
No sé por qué siempre que encuentro un ateo lo veo malhumorado, quizá tengo mala suerte y hay ateos felices… Y yo, pobre sacerdote, no puedo discutir sobre el Amor de mis Amores, sólo mostrarlo.
Me pregunto cómo puede decir alguien que busca a Dios y no lo encuentra. Os confieso con gozo que cuando he pedido siempre se me ha dado, cuando he buscado siempre he encontrado y cuando he llamado a la puerta del Corazón de Dios siempre he sido acogido y amado, de manera tan singular, que su amor hace llorar mi alma de alegría.
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mt 7, 7 -11).
¿Cómo hiciste hermano ateo para no encontrarte con su Presencia?, no lo comprendo.
El cristianismo es la religión de la Revelación. El mismo Dios desea hacerse accesible y busca al hombre. Pero el amor divino es un misterio: Dios omnipotente, necesita permiso para comunicarse contigo. Así de impresionante, así de incomprensible y maravilloso.
Dices que deseas tener fe. Inténtalo, guarda silencio y pide que te hable. Busca a Dios reconociendo quién eres, y reconociendo quién es Él… Entrégale el corazón, los deseos, virtudes y pecados… Deja que Dios vea todo dentro de ti... y, con todos tus errores y aciertos, acéptale como Señor. Olvídate de ti mismo y mira a Dios. Deja que Él señoree en ti… Reconócelo y Él te reconocerá a ti… Y habrá un antes y un después en tu vida, porque la fe cambiará radicalmente todo cuando se manifieste. Mira que estoy a la puerta de tu corazón llamando, si me abres comeremos juntos (Ap 3,20).
Intenta averiguar en esa intimidad qué es lo que el Creador quiere de ti… Entrarás en la sencillez de su vida, será el momento de la gracia. Cristo Vivo Resucitado quiere darse a conocer, envolverte en su Presencia, explicarte tu propia historia.
Y cuando esto suceda te darás cuenta de que nunca te dejó solo, de cuánto deseó y esperó ese momento, que nada te reprocha…
Este es el misterio de amor divino. Si le das permiso, si te sientes pequeño y necesitado, actúa; y la experiencia de amor y gracia no se olvida jamás y empiezan a cambiar las cosas, los valores; a partir de entonces todo es nuevo.
Si has probado todo esto con sinceridad y no funciona, mira a la Santísima Virgen, y pídele el regalo de la fe, de experimentar a su Hijo: nunca falla. Déjale a Ella, que te llevará a Jesús.
Y si tienes la audacia de darle el corazón y no negarle nada, Él rápidamente lo cogerá y te invitará a soñar sueños que nunca te habías planteado.
Cuando vuelvas a ver, agradécele lo que estás viviendo. El agradecimiento de los dones de Dios atrae nuevos dones.
P. Ignacio María Doñoro de los Ríos, sacerdote