En la tradición cristiana hay una correlación muy estrecha entre la conciencia y la presencia de Dios. Así lo dice el salmo: «Tu luz nos hace ver la luz» (Sal 36,10). Pues bien, aunque en nuestro imaginario la Cuaresma es un tiempo en el que escuchamos de forma reiterada la llamada a la conversión, la clave no está tanto en el imperativo moral, sino en descubrir el «horizonte» desde el que se nos dirige esta llamada: «Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro» (Sal 27,8). Es ahí, en nuestro corazón, donde Dios dialoga con nuestra conciencia y donde se nos muestra el verdadero horizonte. Este horizonte no es tanto un código de conducta, sino más bien un rostro: el de Cristo.
Para iluminar lo que quiero expresar, rescato unas palabras que pronuncié hace un año en la Catedral de Orihuela con motivo de mi llegada a la Diócesis: «¿Quién es nuestro público? ¿Ante quién nos levantamos por las mañanas y nos esforzamos en el día a día? ¿A quién esperamos agradar y de quién confiamos obtener la aprobación de cuanto hacemos? ¿Acaso no nos condiciona sobremanera que hablen bien o mal de nosotros? ¿Bailamos o dejamos de hacerlo, tal vez, dependiendo de quién nos mire o nos deje de mirar? Ojalá pudiéremos hacer nuestra la conocida expresión del poeta Juan Ramón Jiménez: «Ni el elogio me conmueve ni la censura me inquieta. Soy como soy. Nada me añade el aplauso y nada me quita el insulto». La experiencia nos demuestra que solo viviendo en presencia de Dios se puede actuar en conciencia. De lo contrario, la vanidad acaba siendo el motor de nuestra vida, o los miedos y temores al fracaso terminan por paralizarnos, o incluso nuestra propia autoestima se resiente gravemente, hasta el punto de hacernos entrar en profundas crisis de identidad.»
Pues bien, estamos en el momento álgido de una gravísima crisis cultural, iniciada hace décadas con el proceso de secularización, hasta derivar abiertamente en un eclipse de la razón y de la conciencia. El practicismo ha sustituido a la ética y las encuestas han pasado a ocupar el lugar de la conciencia; o, dicho de otro modo, «el «todo por la patria» ha sido sustituido por el «todo por los votos» (expresión, esta última, que escuché recientemente en un encuentro de empresarios).
Lo estamos viendo de forma patente en la vida política española: El Gobierno deroga o reforma los delitos del Código Penal para garantizarse el apoyo de quienes han delinquido. El Tribunal Constitucional, que había reconocido en 1985 el derecho a la vida del nasciturus, bendice ahora una ley que reconoce el derecho al aborto libre hasta la semana 14. El líder de la oposición se felicita finalmente de esta resolución del Constitucional que avala el derecho al aborto, cuando hace trece años su partido político no solo votó en contra, sino que interpuso el recurso de inconstitucionalidad… Desgraciadamente los ejemplos que podemos extraer de nuestra actualidad política son muy numerosos.
Es decir, no hay verdad o mentira, no hay bien o mal, sino que la política se convierte en el arte de suscitar las sinergias necesarias para generar la mayoría requerida para mantenerse en el ejercicio del poder o intentar alcanzarlo. Sin embargo, la primacía de la conciencia nos dice otra cosa: Las urnas no pueden cambiar la verdad, sino únicamente el poder… ¡Necesitamos liderazgos en la vida pública que escuchen a la conciencia antes de consultar las encuestas!
No creo que sea necesario subrayar que esta crisis que vemos en el escenario político no es sino un reflejo de la crisis social, familiar y personal… Os invito a leer el reciente documento publicado por la Conferencia Episcopal Española bajo el título: «El Dios fiel mantiene su alianza», con el subtítulo: «Instrumento de trabajo pastoral sobre persona, familia y sociedad ofrecido a la sociedad española desde la fe en Dios y la perspectiva del bien común.»
Decía al comienzo que la llamada a la conversión está supeditada a algo que es previo y determinante, y es definir cuál es el ‘horizonte’ de nuestra vida; cuál es el ‘espejo’ en el que nos miramos… Es conocida la expresión de Kant: «Hay dos cosas que me llenan de admiración y respeto: las estrellas que están sobre mí y la conciencia que está dentro de mí.» Los creyentes sabemos que esa conciencia es, en última instancia, la presencia oculta de Dios en nosotros. Cuando el Miércoles de Ceniza escuchamos las tradicionales invocaciones: «Convertíos y creed en el evangelio», «Recuerda que eres polvo y al polvo has de volver», en nuestro interior podemos traducirlas diciendo: «¡Caminemos en presencia de Dios a la luz de la vida!» (Sal 56,14). ¡Actuemos en conciencia a la luz de su presencia!
+ José Ignacio Munilla Aguirre
Obispo de Orihuela-Alicante