«Cualquiera que comete estos delitos es indigno del sacerdocio, porque el sacerdote ... representa a Cristo como el buen pastor y, por lo tanto, debe ser un ejemplo espiritual y moral para todos los creyentes. Además, un sacerdote católico no solo debe moverse dentro de los límites del derecho admisible, sino que debe evitar toda ofensa en su comportamiento y toda ambigüedad en su discurso». Son palabras muy recientes del cardenal Müller, cuyas declaraciones se distinguen por su germánica contundencia y, también, en la escuela de Benedicto XVI, por su finura intelectual. Y es que el asunto de la pederastia clerical está causando un daño sin precedentes a la Iglesia católica, por más que todos los estudios y estadísticas fiables muestren que la incidencia real de esa perversión es prácticamente irrelevante, menor que en cualquier otra confesión religiosa y, desde luego, muy inferior al de las profesiones que tienen trato con niños o menores, incluyendo la mía de docente para que nadie diga.
Hasta hace poco España parecía a salvo de la plaga, pero una oportunidad así no podía ser desaprovechada por los enemigos de la Iglesia. A raíz de la pertinaz campaña de El País, el Congreso se propone una investigación con trompetería sobre la pederastia clerical, la cual representa el 0,2% de los casos conocidos. No interesan y se dejan de investigar el 99'8% restante, imputables a todo tipo de ambientes, entre ellos algunos muy caros a los promotores de este linchamiento colectivo. Esos son los datos reales y contrastables, referidos a los años 2009 a 2019, no de décadas atrás ni prescritos como posibles delitos. La Conferencia Episcopal recibe ahora esta nueva bofetada en las mejillas del clero, quizá como premio por su torpeza inaudita al ofrecer en bandeja al Gobierno laicista un penoso e innecesario titular a propósito de la inmatriculación de inmuebles, basado en otra clamorosa falsedad.
Termino como empecé, con el cardenal Müller, sobre las causas de la mínima pero intolerable pederastia clerical: También se generalizó una imagen progresista de los sacerdotes posteriores al Concilio, cuyos protagonistas ya no querían ser tan «rígidos» en cuanto a la moralidad sexual... Incluso hoy en esta línea frívola están los hipócritas «reformadores de la iglesia» que quieren prevenir los delitos sexuales contra los adolescentes legitimando los contactos heterosexuales y homosexuales de sacerdotes o empleados laicos con adultos... La Iglesia no puede salir de este colapso mediático socavando la moral sexual...». Amén.
Publicado originalmente en el Diario de Sevilla