Cuando hablamos de derechos humanos nos referimos a los derechos que el ser humano tiene por el hecho de ser humano. Eso, evidentemente, implica conocer la naturaleza humana, pero la modernidad teme las realidades objetivas, y pretende sustentar los derechos en la subjetiva voluntad de los ciudadanos. ¿Qué implicaciones tiene eso?
El concepto de derecho y el de libertad están estrechamente vinculados. Si en otra ocasión comentábamos los problemas existentes en el concepto de libertad al entenderla en sentido negativo, como ausencia de límites para obrar, con el derecho sucede algo similar: si los derechos son sólo expresiones de la autonomía de la voluntad, nos encontramos con una serie de posibles contradicciones que, o bien demuestran que los derechos no son nada en sí sino sólo voces lanzadas al aire sin sentido real, o que nuestra concepción de los derechos es errada.
Si, por ejemplo, sostuviésemos los derechos en sentido negativo, esto es, como ausencia de impedimentos para desarrollar mi voluntad, entonces nos encontraríamos con un problema: por un lado el vecino X tiene el derecho a la libertad de expresión y decide expresarse hablando mal del vecino Y, mientras que éste a su vez tiene el derecho a la honorabilidad y a que nadie hable mal de él sin motivo.
Este juego de derechos y contraderechos que, supuestamente, encuentra su solución en el llamado contrato social, es una contradicción. Según esta supuesta solución, como ambos vecinos tienen derecho a una misma cosa, y ya que la ley del más fuerte es caótica, lo que hacen los vecinos es renunciar a sus derechos, o cederlos, y nombrar a un soberano que, como quien reparte el dinero de un botín, va repartiendo derechos por medio de algo llamado Constitución.
Pero esto es, sencillamente, errado. En la física sabemos que un espacio no puede estar ocupado al mismo tiempo y bajo las mismas circunstancias por dos cuerpos distintos. De igual modo, no puede ser que los derechos de dos individuos tengan una colisión como la mencionada. Esta forma de entender los derechos humanos es insostenible.
El derecho, por sí mismo, debe ser la determinación de lo justo, y no hay conflicto posible así: algo no puede ser justo e injusto al mismo tiempo. El derecho no puede depender de la sola voluntad de las personas, sino que ha de depender de algo más que le dé un sentido universal de bien. No existe un derecho al mal: nadie tiene derecho a robar, a cometer adulterio, a matar…
El derecho debe estar orientado a un bien, y ese bien es la vida social virtuosa, que lo acerca a su fin último, para lo que está hecho. El derecho orientado al bien es el derecho a ser lo que debes ser. Por ejemplo, un lapicero es puntiagudo y, por tanto, se puede usar como arma, pero si el lapicero fuera un sujeto de derecho, su derecho sería a ser tratado como lo que es, a ser usado como lapicero, no como arma.
De igual modo el hombre puede, por su naturaleza libre, realizar el mal, pero no tiene derecho al mal porque no es la finalidad del hombre, sino todo lo opuesto. El ser humano, por su naturaleza, tiene un ordenamiento a un fin, un deber ser. El derecho es, por tanto, al deber. Lo exponemos, así:
Los derechos son para ayudar al hombre alcanzar su fin último, que es Dios. De Él procede la ley natural de la que se desprenden los deberes del hombre, que consisten en ser como debemos ser en las diferentes disposiciones de la naturaleza humana. Y de esos deberes se despliegan los derechos. Por tanto, el derecho humano es derecho a cumplir mi deber como humano. Como esposo, por ejemplo, tengo el deber de ser fiel a mi esposa, de educar a mis hijos y de procurarles a todos el ambiente adecuado para eso. Por tanto, tengo el derecho a la patria potestad, al débito y fidelidad hacia mi esposa y a disponer de los medios adecuados y necesarios, como un hogar, para el desarrollo de los derechos mencionados.
Y entonces, para conocer los derechos humanos en este sentido, ¿cómo conocemos la naturaleza humana y los deberes que le corresponde? Del mismo modo que se distingue la finalidad de cada cosa: por las notas características que la definen y, sobre todo, por el testimonio de su autor. Si queremos distinguir una bicicleta de carretera de una de montaña, podemos observar las diferencias pero, sobre todo, podemos preguntar al fabricante. Así, a la hora de evaluar si tal o cual cosa es en verdad o no un derecho humano, podemos profundizar en la naturaleza humana para ver con qué causa final ha sido creada, pues todo lo que se oponga a esto distará de ser derecho humano, sea quien sea que le ponga ese nombre.
En conclusión, nadie tiene derecho al error o al mal y, por tanto, no hay conflicto posible. De nuevo, al igual que con la libertad, el gobierno se hace de este modo mucho más agradable y menos conflictivo, pues se deja el moderno tira y afloja de la ley del más fuerte y de las temidas influencias para pasar al disfrute de la verdad, donde gobernar es reconocer la verdad de las cosas, no según mi propio interés y viendo cómo puedo llevar agua para mi molino, que es fuente de corrupción, sino recurriendo a la honesta realidad para poder, finalmente, descansar en ella.