Estimado Director:
Me imagino que los lectores (al igual que algunos de tus compañeros de trabajo), al ver mi firma en la parte inferior de la «correctio filialis», se habrán preguntado si esta iniciativa va en línea de lo que voy escribiendo durante años en mis libros, en artículos de revistas científicas e incluso en los muchos artículos que me pediste y publicaste en la «Nuova Bussola Quotidiana» (NBQ). Por otra parte sé que muchas interpretaciones periodísticas del evento lo cargan de connotaciones negativas: se habla de una «afrenta al Papa», de un «gesto de rebelión» etc. Sobre todo, por parte de aquellos que no tienen ningún interés real en lo que se concierne a la fe católica, no tienen en cuenta el contenido propiamente doctrinal del documento, limitándose a encuadrarlo en la lucha intraeclesial entre conservadores y progresistas. De esta manera habría participado en un acto subversivo, gravemente lesivo de la unidad de la Iglesia bajo la guía de su Pastor Supremo. Las cosas no son así en absoluto, y los lectores de la NBQ merecen una información más veraz, tanto sobre el documento en si como sobre el hecho de que yo lo haya firmado. Trato de aclarar todo en orden.
1) Yo personalmente he firmado ese documento por un motivo puramente teológico y pastoral, es decir, por aquel compromiso apostólico que San Juan Pablo II pedía a todos los católicos en el motu propio Ad tuendam fidem (18 de mayo 1998). Otros lo habrán hecho por otros motivos y en representación de ambientes y alineamientos eclesiales autodefinidos como «tradicionalistas». Yo en cambio hablo y escribo en nombre de la Iglesia, cuando se trata de comunicar la fe en la catequesis y en la enseñanza de la teología; si después se trata de exponer, no el dogma, sino las hipótesis de interpretación del dogma (es decir, las opiniones), hablo en mi propio nombre, sin mezclar la certeza absoluta de la fe con las certezas relativas de las ideologías.
Por esto, yo nunca fui, y continúo sin serlo, ni un conservador ni un tradicionalista. Respeto a quien ama etiquetarse y ser etiquetados así, pero para mí basta y sobra con la calificación de católico. Soy simplemente un católico que estudia por toda una vida la verdad de la fe cristiana, la transmite a través de su ministerio sacerdotal, muestra su notable progreso histórico (llamado acertadamente «evolución homogénea del dogma»), al mismo tiempo que combate las adulteraciones secularistas así como los reduccionismos ideológicos y políticos, no importa si de carácter conservador o progresista (lo saben muy bien los muchos lectores de mi tratado sobre la verdadera y falsa teología. Cómo distinguir la auténtica «ciencia de la fe» de una equivoca filosofía religiosa, que llegó ahora a la tercera edición).
2) Ese documento yo lo leí cuidadosamente antes de poner mi firma, y lo corregí en algunas frases que consideré inapropiadas. Al final me pareció oportuno, en el momento presente, dirigir este llamamiento urgente al Papa para que ponga fin, en cuanto que está en su poder, a la deriva antidogmática de cierta teología tendencialmente heterodoxa (Karl Rahner y Teilhard de Chardin a Hans Küng y Walter Kasper), que ha llegado a ser dominante en los centros de formación eclesiásticos, en el episcopado católico, e incluso en los dicasterios pontificios, llegando a contaminar el lenguaje y las referencias teológicas de ciertos documentos del magisterio pontificio, como fue el caso de la exhortación apostólica Amoris laetitia.
3) ¿Es lícito tal recurso, incluso en los términos respetuosos con que fue redactado y entregado al Papa? Ciertamente es moralmente lícito y canónicamente legítimo. Éste, de hecho, en contra de la forma en que fue presentado por los comentaristas poco atentos o propensos al sensacionalismo, no tiene intención de acusar al Papa de herejía, pero lo llama respetuosamente a no favorecer ulteriormente la deriva claramente herética que contamina la vida de la Iglesia. Lo que significa, en la práctica, pedirle respetuosamente la rectificación de algunas de sus tendencias pastorales que han resultado ambiguas o desorientadoras, sobre todo porque son contrarias a una tradición dogmática y moral bien establecida, respaldada por el magisterio solemne y ordinario de sus predecesores inmediatos.
Es decir, el «correctio filialis» no afirma que el Papa haya incurrido en herejía con actos interpretables como verdadero y autentico magisterio pontificio (lo que se llama «magisterio ordinario y universal»); o sea, no afirma que en sus encíclicas y en la exhortación apostólica post-sinodal sea evidente alguna herejía propiamente dicha, o sea una enseñanza dogmática materialmente incompatibles con la fe ya definida por la Iglesia. Si la «Correctio filialis» contuviese tal acusación, ciertamente no la habría firmado. La hipótesis de un Papa hereje yo la rechacé enérgicamente en un libro recientemente publicado (Teologia e Magistero, oggi, Leonardo da Vinci, Roma 2017), aduciendo argumentos que creo que son teológicamente indiscutibles, incluso en oposición a algunos estudiosos que son también son signatarios de la «Correctio filialis» (por ejemplo, Roberto De Mattei).
En cambio, la «correctio filialis» afirma que la praxis pastoral del Papa está contribuyendo a la propagación de herejías, tanto para los puntos que utiliza en sus discursos y documentos (argumentos claramente derivados de consejeros conocidos por su mala doctrina), como por su las decisiones del gobierno (designaciones de algunos y dimisiones o alejamiento de otros) que terminan por dar poder y prestigio en la iglesia a los teólogos que enseñan tales herejías desde hace tiempo, mientras que aleja de sí y de los dicasterios de la Santa Sede a los teólogos de recto criterio.
4) ¿Quién me da a mí y a todos los demás signatarios el derecho de dirigir este llamamiento al Papa? ¿No sería hereje precisamente el hecho de contradecir la enseñanza de un Papa o negar su autoridad doctrinal? No, no es un acto herético, porque sólo hay herejía donde se contradice formalmente un dogma, y con esas observaciones críticas de la «correctio filialis» no se contradice ningún dogma formulado por el Papa Francisco ni ninguna doctrina moral que haya propuesto como verdad que obliga a todos los católicos a creerla como irreformable. La «Correctio filialis» denuncia justamente lo contrario, es decir, el hecho de que algunas declaraciones pastorales del Papa Francisco cuestionan la doctrina que sus predecesores habían propuesto como verdad ya definida.
5) Ahora, llamar la atención del Papa sobre el efecto nocivo que esta praxis - aunque probablemente dictada por buenas intenciones pastorales - está produciendo en la opinión pública católica, no es ofensivo para el Papa y no nace de la presunción o el espíritu de controversia o división. Cabe señalar que la praxis de la autoridad eclesiástica está hecha por decisiones prudenciales, que pueden ser juzgados (por Dios) más o menos sabias y oportunas, pero siempre se puede rectificar a la vista de sus efectos. Dije que sólo Dios es el juez de estas acciones de sus ministros. Pero también a los fieles se les puede permite tener una opinión (no la certeza absoluta, que en esta materia los hombres no pueden tener) sobre la conveniencia o utilidad de este tipo de decisiones prudenciales de la autoridad eclesiástica.
Yo llegué a la certeza (sólo relativa, por supuesto) de que esta praxis de un magisterio no dogmático, «líquido», reformista, es más, revolucionario, no es útil para el verdadero bien de las almas, o sea en el progreso de la vida cristiana de todos los fieles de la Iglesia Católica. Ésta es una opinión que me la he formado principalmente sobre la base de mi experiencia personal de la administración de los sacramentos, y luego recogiendo también las experiencias de mis hermanos sacerdotes que están en una crisis de conciencia sobre cómo entender y cómo aplicar las nuevas directrices pastorales de Amoris laetitia.
6) ¿La iniciativa de la «Correctio» es contraria al sensus ecclesiae? La corrección fraterna entre los discípulos de Cristo es mandada por el mismo Cristo en el Evangelio. Yo, como todo cristiano, me refiero al sensus ecclesiae como responsabilidad al Evangelio, que debe ser vivido personalmente y profesado comunitariamente. Además, como sacerdote, soy y me siento participe de la misión apostólica del colegio episcopal (la «Sollicitudo omnium Ecclesiarum»), que vivo manteniéndome siempre en comunión de fe y de disciplina eclesiástica con mi ordinario diocesano, que es el mismo Papa, Obispo de Roma (pertenezco de hecho al clero romano). La aplicación práctica de esta participación, afectiva y efectiva, a la misión apostólica del Colegio episcopal es la preocupación acerca de cómo las enseñanzas y orientaciones pastorales de la Iglesia son aceptadas y vividas, lo que contribuye positivamente a la construcción del Pueblo de Dios en la fe y en la caridad.
Esta preocupación hoy día crece por la gravísima desorientación pastoral causada por la interpretación ideológica de los documentos del Concilio Vaticano II así como por el magisterio post-conciliar de acuerdo con aquella "hermenéutica de la ruptura" que fue denunciado en su momento por Papa Benedicto, y que consiste en la percepción generalizada de que ya no existe una «doctrina de la fe», sino sólo programas de reforma de la Iglesia Católica para homologarla a las otras religiones, sobre la base de una «ética mundial» también patrocinada por las ideologías políticas dominantes en el mundo (véase mi introducción teológica al libro de Danilo Quinto , Disorientamento pastorale, Leonardo da Vinci, Roma 2016). En estas circunstancias eclesiales, hace poco escribí en NBQ, que cada uno de los fieles católicos deben hacer lo que está dentro de su alcance, yo hago lo que puedo, en cuanto creo que es útil.
Publicado originalmente en La Nuova Bussola Quotidiana. 27 de septiembre de 2017.
Traducción de Cristián Cisneros para Dominus Est