Casi dos meses después del lanzamiento de Amoris Laetitia, una lectura cuidadosa del texto confirma un análisis muy positivo del significado y las implicaciones del amor, sus valiosas sugerencias y orientaciones pastorales, tanto para los que se preparan para el matrimonio como para la ayuda de las personas que viven la vocación conyugal en sus diversas etapas y circunstancias, y su enfoque en tratar de ayudar a las personas que luchan con crisis y/o en situaciones irregulares.
Del mismo modo se confirman las profundas preocupaciones de que la conciencia pueda ser gravemente malentendida y su adecuada formación puesta en peligro por lo que afirma el texto y por lo que omite.
1. El status magisterial de la exhortación
La sugerencia de que este texto no constituye un acto de magisterio es errónea. Las exhortaciones apostólicas se han publicado después de la mayoría de los sínodos de obispos, y en ellas el Papa ha presentado los aspectos clave de las discusiones de los obispos y ha propuesto la auténtica doctrina y orientaciones pastorales de los mismos; aunque los textos son en su mayoría pastorales, algunos han proporcionado desarrollos importantes de doctrina, incluida la moral.
Algunas personas piensan que todo lo que dice el Papa es correcto y debe ser seguido, pero el sucesor de Pedro no puede hacer lo que le plazca. El ministerio petrino incluye el poder de las llaves para atar y desatar, pero también exige específicamente alimentar a las ovejas del Señor y confirmar a sus hermanos, no arbitrariamente, sino en la fe católica y en la vida moral que ésta exige de los discípulos del Señor. Cada Papa debe entregar o transmitir lo que Cristo ha revelado para nosotros y para nuestra salvación y por lo tanto está obligado por esa revelación, por el Evangelio en su sentido más amplio y por la tradición viva de la Iglesia, incluyendo su dimensión moral. Aunque el desarrollo de la doctrina genuina es posible en el sentido de confirmar auténticos nuevos conocimientos o nuevas aplicaciones de la verdad moral a nuevas situaciones, esto nunca puede contradecir la revelación de Cristo o dogmas anteriores o las enseñanzas constantes del anterior magisterio de la Iglesia; a través de estos desarrollos doctrinales cada Papa se une, como cuestión de fidelidad, al Señor, a la tradición viva y a la misión de la Iglesia.
Francisco declaró que el sínodo sobre la familia de 2014 a 2015 no tenía la intención de cambiar la doctrina, sino sólo quería examinar asuntos de disciplina pastoral. Se debe aceptar que él no cambió ninguna doctrina; por lo tanto, la enseñanza anterior permanece plenamente vigente. Si bien la disciplina pastoral no es doctrina directamente como tal, debe expresar y basarse en la doctrina; nunca la debe socavar. Por lo tanto, en caso de que un Papa quisiera introducir simplemente una nueva disciplina, si esa disciplina pareciera contradecir o poner en entredicho la enseñanza de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, la de San Pablo que dice que el adulterio excluye del reino de Dios o la doctrina y práctica de la Iglesia de que quienes tengan la intención de vivir en un estado gravemente contrario a esas enseñanzas no pueden ser absueltos o recibir la comunión, tal Papa estaría bajo una obligación moral grave de explicar claramente a los fieles cómo, en su opinión, ese cambio disciplinar no contradice esas doctrinas.
2. Doctrina y fidelidad a Cristo
Las sugerencias en Amoris Laetitia de que la doctrina es una cuestión de adhesión a reglas áridas, carentes de motivación, desprovistas de compasión, y de que los pastores desean lanzar piedras a las personas en dificultades reales, son generalidades; son injustas para los que verdaderamente quieren permanecer fieles a Cristo en la indisolubilidad del matrimonio. Benedicto XVI, humilde y compasivo, no veía ninguna forma de cambiar la disciplina aquí sin comprometer la fidelidad a Jesús. De Pío XI a Benedicto, la doctrina sobre el matrimonio fue también positiva y motivada pastoralmente; a estos Papas no se les puede acusar de no haber tenido compasión o de legalismo farisaico.
3. La formación de la conciencia
Los textos magisteriales en Amoris Laetitia están distorsionados pues se citan selectivamente o son ignorados casi por completo. Presentando repetidamente la conciencia como el santuario donde el hombre se encuentra a solas con Dios (GS, 16) sugiere que es sólo un asunto privado entre el individuo y Dios, mientras que las referencias a la ignorancia invencible y otros factores de reducción de responsabilidad podrían dar a entender que la gente rara vez cae en pecado o rara vez es culpable. Las correcciones de Veritatis Splendor a interpretaciones gravemente erróneas de la doctrina conciliar sobre la conciencia, fueron básicamente ignoradas en Amoris Laetitia. La enseñanza conciliar y papal de que nadie puede actuar de buena conciencia si hace caso omiso a la enseñanza del magisterio o lo trata como mera opinión (Dignitatis humanae, 14; Juan Pablo II, Alocución, noviembre de 1988) no se menciona. Distinguir el bien del mal a través del diálogo y el ejemplo en las familias y más allá de ellas, no es algo automático; le falta la claridad, la coherencia y la justificación ofrecida por la educación también en el Decálogo y en la enseñanza moral de la Iglesia, necesaria para que los jóvenes estén convencidos y puedan defender la verdad moral objetiva ante sus compañeros.
4. ¿Casuística o discernimiento?
El discernimiento ignaciano no es un sustituto de la correcta formación de la conciencia. Amoris Laetitia rechaza el legalismo y la casuística. La afirmación de Santo Tomás de que, al aplicarla concretamente, la ley moral obliga en la mayoría de los casos, pero no obliga en una minoría de casos, está mal interpretada. Tomás había excluido anteriormente todos los actos intrínsecamente inmorales (asesinato, adulterio, perjurio, etc.); su axioma se aplica a la elección entre diferentes acciones positivas, moralmente buenas, y las leyes meramente humanas, cuando éstas no impiden un mal moral intrínseco u objetivo. El amor es incompatible con la inmoralidad. La vida moralmente buena exige la virtud de la prudencia (informando la conciencia a través de la asesoría y sobre la base del magisterio, distinguiendo características comunes y excepcionales en diferentes situaciones o casos). San Ignacio sabía esto, al igual que Suárez y Vásquez, moralistas jesuitas que ayudaron a formar las conciencias de la gente en medio de la persecución, la guerra y la injusticia. Más tarde, sacerdotes que asesoraron a reyes, a menudo manipularon la verdad moral, inventaron excusas para permitir o tolerar la inmoralidad. El discernimiento ignaciano genuino excluye esto.
Amoris Laetitia, sin embargo, bien podría dar la impresión de algo aún peor, de la privatización de la conciencia, de motivar o autorizar a las personas para remitirse a sacerdotes ignorantes o disidentes de la enseñanza del magisterio. El riesgo de la ética de situación, del laxismo, del relativismo moral y de la generalizada práctica pastoral contradictoria, a pesar de que el Papa no desea nada de esto, parece ser considerable.
P. George Woodall
Publicado originalmente en The Catholic World Report
Traducido por InfoCatólica