El Instituto Juan Pablo II para el estudio del matrimonio y la familia acoge con respeto, gratitud y disponibilidad filial la exhortación apostólica post sinodal Amoris Laetitia, con la que el papa Francisco ha completado el camino sinodal que empezó ya hace un par de años. Hemos acompañado este camino con la preocupación de que no falte nuestra contribución, con apertura de mente y de corazón, con claridad y con parresía (hablar con franqueza), seguros de la fecundidad de la inspiración que nace de san Juan Pablo II, «el papa de la familia» y que ha madurado en estos ya 34 años de compromiso en la investigación y la didáctica, vividos siempre en un estrecho contacto con la experiencia concreta de la pastoral familiar.
Deseo comunicar rápidamente algunas reflexiones, que derivan de una primera lectura del documento. Habrá tiempo y ocasiones para profundizar con la atención que merece esta enseñanza del papa Francisco, que se caracteriza sobre todo por su gran anhelo pastoral de anunciar la Buena Nueva de la familia desde la perspectiva de la misericordia, intentando encontrar a las familias en la concreción de sus problemas y fragilidades, abriendo para todos caminos de conversión y de crecimiento en el amor.
En el debate eclesial y en la opinión pública ha habido un gran interés respecto a una cuestión concreta, que no es ciertamente la más importante desde un punto de vista pastoral: la eventual admisión a la Eucaristía de los divorciados con una nueva unión civil. En efecto, como el mismo papa Francisco ha hecho notar, no era éste el problema central del sínodo; basta pensar en los grandes desafíos de la Iglesia respecto a la familia en el contexto actual: el hecho de que los jóvenes se casan cada vez menos; la pérdida del rol social del matrimonio; las nuevas ideologías que amenazan a la familia; y sobre todo y antes de nada, la gran tarea de llevar a Cristo a todas las familias en una nueva evangelización... Y sin embargo se ha querido concentrar la atención sobre este punto específico, considerándolo el test de verificación del esperanzado eventual cambio de la posición de la Iglesia (se ha dicho una «revolución»), quizás, como se mantenía, solo a nivel pastoral y no doctrinal.
Un camino de acompañamiento e integración para las personas lejanas
Por tanto la pregunta es legítima: ¿el texto acabado de publicar representa de verdad un cambio en la disciplina tradicional de la Iglesia, permitiendo finalmente a los divorciados «recasados» recibir la comunión, al menos en algunos casos? Después de haber leído el capítulo octavo, en el que se examina la cuestión, hay una sola conclusión posible: la exhortación apostólica Amoris Laetitia no cambia la disciplina de la Iglesia, que se apoya en razones doctrinales, como indicado de la Familiaris Consortio 84 y confirmado de la Sacramentum Caritatis 29. En efecto, el cuerpo del texto del capítulo octavo ni siquiera menciona la Eucaristía. En ninguna parte de la nueva exhortación post sinodal el papa Francisco dice que los divorciados «recasados» pueden acceder a la Eucaristía sin el requisito de «vivir como hermano y hermana» y por tanto esta exigencia de la Familiaris Consortio 84 y la Sacramentum Caritatis 29 queda totalmente válida como punto de referencia para el discernimiento. Esta claridad es el mínimo que se debería pedir para legitimar el cambio de una disciplina arraigada en la tradición y doctrina de la Iglesia, establecida firmemente del magisterio de la Iglesia (cfr. Mt 5, 37). En efecto, San Juan Pablo II en la Familiaris Consortio y Benedicto XVI en la Sacramentum Caritatis se han expresado con cristalina claridad.
Es evidente, entonces, que el papa Francisco, que ha insistido sobre la importancia del principio de sinodalidad de la Iglesia, no ha querido ir más allá de las decisiones sinodales. Por tanto, se ha de decir con claridad que después de la Amoris Laetitia admitir a la comunión a los divorciados «recasados», fuera de las situaciones previstas de la Familiaris Consortio 84 y de la Sacramentum Caritatis 29, va contra la disciplina de la Iglesia y enseñar que es posible admitir a la comunión a los divorciados «recasados», más allá de estos criterios va contra el magisterio de la Iglesia.
Lo que el documento del papa Francisco propone, en cambio, es un camino de integración, que permita a estos bautizados acercarse gradualmente al modo de vida del Evangelio. En efecto las normas objetivas no tienen en cuenta la culpabilidad subjetiva, de la cual solo puede ser juez Dios, que escruta los corazones, pero muestran las exigencias y la meta a la que tiende toda evangelización: una vida plena conforme al Evangelio, que la Iglesia es llamada a ofrecer a todos, sin excepciones ni casuística. Esta es en efecto posible, porque es lo que pide el Evangelio (n. 102).
¿Cuál es, entonces, la novedad de este capítulo octavo? No es la novedad de un cambio de doctrina, sino de la aproximación pastoral misericordiosa de Francisco, en su deseo de llevar el Evangelio a los que están lejos, siguiendo así una lógica de integración progresiva. Por esto el documento señala que pueden haber circunstancias en las que las personas, que viven objetivamente en una situación de pecado, quizás nos sean subjetivamente culpables por motivos de ignorancia, miedo, afectos desordenados u otras razones, que siempre ha reconocido la tradición moral y que el Catecismo de la Iglesia Católica menciona en el nº 1735. Esta afirmación es importante: significa que no debemos juzgar o condenar a estas personas, sino ser misericordiosos y pacientes con ellos, así como lo es el Padre con cada uno de nosotros, y buscar para cada uno el camino de conversión del pecado y de crecimiento de la caridad. Cierto que la afirmación de la Amoris Laetitia de la imposibilidad de definir la mortalidad del pecado personal prescindiendo de la verificación de la responsabilidad del sujeto, que puede ser atenuada o faltas (nº 301), no quita la necesidad de decir que sin embargo es un estado objetivo de pecado (como se hace en el nº 305).
Una nueva perspectiva pastoral para la Iglesia
Pero entonces, una vez excluidas las interpretaciones casuísticas y tendenciosas, ¿ qué cosa realmente nos quiere decir el Santo Padre con este texto? Aquí la respuesta simple y decisiva: quiere anunciar de una nueva manera el evangelio de la familia y quiere invitar a todos, en cualquier situación que se encuentren, a un camino: «¡Caminemos, familias, continuemos a caminar!» (nº 325). El mismo había sugerido esta clave de interpretación fundamental, cuando, entrevistado al volver de Tierra Santa, en mayo de 2014, había dicho que la pregunta fundamental que le había inspirado a promover el camino sinodal no era una cuestión casuística, sino la urgencia de anunciar »lo que Cristo lleva a la familia». Y en el documento él parte de la constatación que por desgracia en nuestras sociedades occidentales, también entre muchos bautizados, el matrimonio ya no se percibe como una buena nueva. Este es el verdadero problema pastoral, del que la exhortación apostólica se hace cargo, con valentía. El papa quiere abrir un nuevo camino para la proclamación de la buena nueva del matrimonio y de la familia para la vida de la Iglesia.
Para entender en qué sentido, se observa que en este documento el Papa pone en el centro de su mediación el himno de la caridad de 1 Cor 13 (capítulo IV), en el cual el apóstol San Pablo habla de la caridad como una vía mejor. De este modo el Papa muestra que para él el amor es una vía siempre nueva, para recorrer en la plena fidelidad al diseño de Dios sobre el amor humano. Este diseño de Dios del amor humano incluye naturalmente las dimensiones fundamentales, que la gran teología del cuerpo de San Juan Pablo II, retomada del documento (cfr. nº 150 ss), había recordado y que vienen ilustradas y recordadas por el papa Francisco: la diferencia sexual, la unidad indisoluble y fiel y la apertura a la vida en la fecundidad.
En el recorrido de esta vía del amor resaltamos algunos elementos decisivos, de gran valor para la renovación pastoral:
1. La centralidad del tema educativo como vocación al amor (cap. VII). Frecuentemente en el documento se habla de «camino», de «historia», de «narración». Son términos que muestran la importancia de la dimensión de la libertad en el tiempo: la Iglesia no solo sale y se acerca a las personas, las acoge como son, pero se hace compañera de su camino, encontrándolas donde estén y ayudándolas a llegar la posible meta. Frente al analfabetismo afectivo y a la fragilidad de la libertad frente a decisiones exigentes de cada persona e irrevocables, «para siempre», la respuesta solo puede ser un renovado compromiso formativo de la familia, de la Iglesia, de los grupos sociales
2. La claridad de la enseñanza sobre el amor conyugal y la fecundidad, a partir de la encíclica Humanae Vitae. Se abre así la tarea de retomar la encíclica de Pablo VI (de la que en 2018 celebraremos el 50 aniversario) como propuesta de la Iglesia para evangelizar la intimidad sexual. Es una luz muy necesaria en una cultura, que a partir de la revolución sexual, ha olvidado el lenguaje del cuerpo y de la sexualidad (nº 222). Este magisterio realmente profético se confirma plenamente en la prospectiva de una ecología integralmente humana.
3. El reconocimiento de la centralidad pastoral de la familia en la Iglesia: la familia no es ante todo un problema pastoral entre otros a resolver, sino más bien un sujeto vivo y presente, esto es el principal recurso para la evangelización, también en vista de una Iglesia más familiar, una Iglesia que tenga el perfil de una «familia de Dios». Se activa una circularidad y una sinergia virtuosa entre Iglesia y familia. Así como la familia es una «pequeña iglesia doméstica», de la misma manera la Iglesia grande debe tener las trazas y vivirse como «la familia de Dios» (nº 86-87).
4. El carácter sacramental de la vida cristiana: el cristianismo se basa en un evento histórico que nos alcanza en la carne y transforma la carne del hombre. No son los planes pastorales elaborados en una mesa lo que nos puede salvar y todavía menos los que buscan adaptar la moral cristiana a la mentalidad de un mundo occidental, en crisis de sentido. Por esto es necesario superar cualquier ajuste puramente emotivo del amor o banalmente contractual y recuperar el sentido del matrimonio como «bisagra» vocacional de la vida cristiana, para que es llamado.
Saliendo de una lógica casuística, entonces se atrapa el gran horizonte positivo que el documento abre para la misión de la Iglesia respecto a las familias, poniendo en el centro la cuestión educativa como la cuestión pastoral decisiva. Aquí el Instituto Pontificio Juan Pablo II se siente llamado en causa en un modo muy particular, por la misión recibida y por la experiencia madurada a nivel teológico y pastoral.
Monseñor Livio Melina
Traducido por Josep Maria Fontdecaba Climent, del equipo de traductores de InfoCatólica
Publicado originalmente en Il Foglio