Disparate tercero: el matrimonio, institución a combatir. En esta concepción se concibe al ser humano de un modo puramente individualista, sin la dimensión relacional que es parte suya y que necesita para llegar a ser él mismo. Se ha amalgamado además la idea de liberación con la del feminismo, siendo la igualdad radical un principio básico de esta ideología que pone la sexualidad al servicio del placer.
La “ideología del género” quiere terminar con la opresión de la mujer por el hombre, considerando al matrimonio monógamo como la principal expresión de esta dominación, ya que en esta ideología se considera a la mujer como un ser oprimido, por lo que la liberación de la mujer sirve de núcleo para cualquier actividad de liberación. La lucha de clases propia del marxismo pasa a ser ahora lucha de sexos, siendo el varón el opresor y la mujer la oprimida. La relación entre los sexos no se basa en el amor, sino en la lucha permanente. La sexualidad es una relación de poder y el matrimonio es la institución de la que se ha servido el hombre para oprimir a la mujer. El matrimonio y la familia son dos modos de violencia permanente contra la mujer y por tanto instituciones a combatir. Para lograrlo se pretende eliminar la idea de que los seres humanos se dividen en dos sexos y se defiende la libre elección en las cuestiones relativas a la reproducción y al estilo de vida.
Estilo de vida mira a la promoción de la homosexualidad, del lesbianismo y de todas las formas de sexualidad fuera del matrimonio. En esta concepción, las diferencias corpóreas, llamadas sexo, se minimizan, mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, se subraya al máximo y se considera primaria, hasta el punto de que cada individuo escoge la sexualidad y el modo de vida que más le atrae. En cuanto a la actividad sexual, es justificable cualquier actividad sexual, pues serían simplemente modos alternativos de expresar la sexualidad.
Esta mentalidad tiene su origen en una frase de Simone de Beauvoir en “El segundo sexo” y continuada en varias importantes universidades americanas: “No naces mujer, te hacen mujer”, completada posteriormente con el “no se nace varón, te hacen varón”. El ser humano tiene que hacerse a sí mismo según lo que él quiera, sólo de ese modo será libre y estará liberado. En pocas palabras, cualquier forma de sexualidad es buena, menos la matrimonial., porque para este tipo de feminismo, desde Simón de Beauvoir, a la mujer hay que cerrarle la puerta del hogar.
Disparate cuarto: las consecuencias para el niño. La maternidad subordina a la mujer, constituyéndola en un segundo sexo dependiente del varón para complacer su egoísmo. Una expresión extrema de esta mentalidad, fue la realizada en el Parlamento Gallego el 17 de Febrero del 2011 por doña Beatriz Sestayo, diputada del PSG, en su intervención contra el proyecto de Ley de Apoyo a la Familia y a la Convivencia de Galicia, argumentando que es “un ataque a la mujer” y “una vuelta al patriarcado”, porque, según esa señora, “las mujeres sólo cocinarán y tendrán hijos y esto es un modelo de extrema derecha”. Para ella el que se intente ayudar a las mujeres embarazadas (sea cual fuere su situación civil) dándoles asistencia y proporcionándoles trabajo, “reproduce el discurso de la Conferencia Episcopal: que las mujeres están aquí para parir y, si tienen suerte, podrán trabajar”. Para mí lo asombroso no es que alguien diga tonterías, sino que nadie le diga que, con estas afirmaciones, deja en ridículo a todo su Partido.
Es evidente que donde está mejor un niño es en una familia normal, con un padre y una madre que se quieren y aman a su hijo. La Asociación Española de Pediatría es contundente: “Un núcleo familiar con dos padres o dos madres es, desde el punto de vista pedagógico y pediátrico, claramente perjudicial para el armónico desarrollo y adaptación social del niño”(La Razón 4-VI-2003, 27). La Congregación para la Doctrina de la Fe nos dice: “Como demuestra la experiencia, la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones. A éstos les falta la experiencia de la maternidad o de la paternidad”(31-VII-2003, nº 7).
En resumen, la primera vez que oí hablar de ideología de género debo decir que creí que había entendido mal. No me cabía en la cabeza que alguien pensase seriamente esto, y cuando lo intento explicar, si alguien no está en el tema, encuentro la misma incredulidad. Leyes así, no sirven desde luego para incrementar el prestigio de nuestros políticos. Cuando uno ve donde nos lleva esta ideología, hoy legal y a enseñar en España, a uno sólo le queda decir: creo en el sentido común, aunque para algunos sea el menos común de los sentidos.
P. Pedro Trevijano, sacerdote