La cuestión de la credibilidad de la fe cristiana, de sus propuestas y sus prácticas, es el territorio privilegiado de la Teología Fundamental. No obstante da la impresión de que a menudo el modo habitual de plantear dicha cuestión parece dirigirse a quienes ya estamos convencidos del valor y pertinencia de la fe, y descuida a quienes dudan o rechazan su contenido y mensaje de salvación, es decir, aquellos que deberían constituir el objetivo prioritario del empeño teológico.
Es inquietante observar cómo se está viniendo abajo el mundo de la fe en Europa, y de forma especial en España, y muchos teólogos seguimos mirando hacia otro lado, sin sentirnos afectados por lo que ocurre. No se puede proponer un discurso teológico hoy en los mismos términos que podría proponerse si siguieran asistiendo a misa el 50% de la población, o cuando los seminarios y Facultades de Teología estaban llenos. Ante la grave crisis que atravesamos habría que cambiar el modo de hacer teología, sobre todo la Fundamental, que tiene la misión de ser vanguardia y vigía ante los problemas que sufre el anuncio de la fe y que amenazan la supervivencia de la Iglesia.
Para salir al paso de ese déficit y evitar seguir planteando de forma poco realista o poco útil dicho tema, propongo un programa de trabajo que ayude a orientar la labor. Para ello expondré de forma esquemática y en pocos puntos, los pasos a dar en cualquier proyecto que se proponga reivindicar la credibilidad de la fe. Para ello sirve un caso concreto al que aplicar los principios: el delicado tema de la credibilidad de la Iglesia. Los puntos que convendría tener en cuenta son:
- Realizar un amplio diagnóstico sobre las causas del problema, es decir sobre el supuesto “déficit de credibilidad” que se detecta. Para ello es muy conveniente recurrir a datos empíricos, a encuestas ya realizadas, o preparar una ad hoc. En el caso que nos ocupa, sería realtivamente fácil hacer un sondeo a estudiantes sobre los motivos de desprestigio de la Iglesia. Para empezar tendríamos que tener en cuenta, al menos: los escándalos en los que resulta implicado el clero; los errores y abusos históricos; la falta de participación o la deficiente organización; el desinterés por los servicios o acompañamiento religioso, además de factores culturales y mediáticos hostiles. La teología fundamental puede hacer una gran aportación en la medida que logra identificar dichos problemas y realizar un primer diagnóstico, cualificando los retos actuales.
- Hacer un discernimiento en torno a las causas de la crisis. Una vez se tiene un panorama bastante completo en torno a los motivos que afligen a la credibilidad de una cuestión o punto de la fe, es importante distinguir entre aquéllos que competen a la teología, o que pueden ser afrontados a partir de su propio modus operandi, y los que no son de su incumbencia. Por ejemplo: el problema de los escándalos no requiere teología, sino mejores medidas disciplinares, lo que compete más bien al Derecho Canónico, aunque la teología no esté dispensada de pensar esa dimensión de pecado y fragilidad de la Iglesia, en el pasado y el presente. Otros temas pueden suscitar una reflexión orientada a animar decisiones o una gestión por parte de las autoridades encaminada a mejorar algunos aspectos; por ejemplo motivando la conveniencia de pedir perdón o incentivando reformas para mejorar la organización.
- Realizar un análisis exigente de los motivos que se han identificado y que afectan a la credibilidad. Para ello se debe recurrir a menudo a “ciencias auxiliares”, que nos ayuden a comprender la entidad del problema y a profundizar el diagnóstico. Se trata de un paso esencial si se quiere afrontar posteriormente el problema y en la búsqueda de soluciones. En nuestro ejemplo, parece claro que deberíamos recurrir a la historiografía y filosofía de la historia a la hora de precisar mejor la cuestión de los errores pasados de la Iglesia; a las ciencias sociales, sobre todo a la teoría de la organización e institucional cuando se quiere repasar el problema de la falta de legitimidad; o a los análisis de los estudios de la cultura y de los media para comprender mejor los factores culturales adversos y las dinámicas que los orientan.
- Buscar en la propia tradición teológica orientaciones para una primera respuesta. La revisión de motivos bíblicos y de historia de la teología, en cuanto han afrontado ya en el pasado problemas similares, debería constituir un primer paso a la hora de afrontar los retos que se han detectado, al menos aquellos que comparten características ya vividas en otros tiempos. En el caso de la la Iglesia, pueden extraerse muchas enseñanzas útiles de su historia.
- Aprovechar los análisis que proveen las ciencias auxiliares, que ofrecen pistas de interés a la hora de ofrecer un discurso más propositivo, o bien una “crítica de la crítica”. Por ejemplo, la teoría de las organizaciones muestra los límites de los niveles de participación, así como los vínculos de instituciones tradicionales; la historiografía nos ayuda a construir mejor el pasado y a analizar la dimensión moral en el juicio histórico.
- Mostrar las realidades positivas de la Iglesia como institución, en el pasado y en el presente, si es necesario recurriendo a datos reales. Un ejemplo consiste en subrayar la dimensión de comunión que incentiva la alteridad, frente al anonimato y el individualismo actual; o bien la necesidad de un marco institucional y ritual para mantener viva la comunicación de trascendencia; o en palabras más nuestras, la exigencia de una tradición viva para que la salvación en Cristo siga siendo predicada.
- Ser sensibles a las motivaciones y expectativas del contexto cultural contemporáneo a la hora de ofrecer razones en favor de nuestra propuesta de fe. Hay que tener en cuenta que a menudo dichos contextos son plurales, lo que exige desarrollar diversas estrategias, atentos a los distintos “segmentos” y horizontes culturales. En nuestro caso, la gran sensibilidad terapéutica del momento invita a presentar a la Iglesia y su mensaje de salvación en términos terapéuticos, también respecto de la experiencia religiosa, que debe ser acompañada para evitar que caiga en formas patológicas. La cultura científica puede ser contactada para mostrar que la Iglesia se presenta como comunidad de interpretación, o de “cognición distribuida”, que asegura una mayor plausibilidad a sus propuestas.
- Pasar al contra-ataque. En ocasiones conviene responder con una crítica o denuncia de las alternativas o de los ambientes más ajenos a la fe y a la Iglesia, o bien mostrar las deficiencias de quienes deslegitiman o de los discursos que intentan desprestigiar a la Iglesia; se trata de una estrategia que adoptan bastantes autores en sus apologéticas actuales, para ridiculizar incluso a las alternativas que se proponen en nombre de la visión secular o laicista.
- Utilizar la imaginación y la creatividad. Hay que recurrir a la imaginación para mostrar los desastres que supondría la desaparición de la Iglesia en muchas partes del mundo; se pueden producir textos incluso de ficción para imaginar escenarios catastróficos en los que se ha perdido completamente la esperanza trascendente. Los datos empíricos sobre las consecuencias negativas de la secularización proporcionan una buena gúia.
- Sacar conclusiones útiles para otros sectores de la Iglesia. Por otro lado, en lo que sea conveniente, la reflexión teológica, al identificar déficits o limitaciones, debería sugerir inputs o mensajes de corrección para otras instancias eclesiales: autoridades, derecho, pastores, moral... con el fin de corregir lo que sea conveniente. Como complemento, esa misma reflexión, al reconcer errores y déficits, o bien el “pecado” en la Iglesia, debería fomentar actitudes de revisión, de aceptación de niveles de falibilidad, y de petición de perdón, cuando sea necesario. La Iglesia se vuelve más “creíble” cuando reconoce sus errores y pice perdón, que cuando los esconde y pretende ser “infalible”.
Lluís Oviedo, OFM, teólogo, profesor del Antonianum y de la Gregoriana