«El primer deber de la Iglesia no es dictar condenaciones o anatemas, sino proclamar la misericordia de Dios, llamar a la conversión, y conducir a todos los hombre y mujeres a la salvación en el Señor» (Cf. Jn. 12:44-50).
Papa Francisco, Discurso al Cierre del Sínodo, 24 de Octubre de 2015.
«Sabemos que la ley es buena, siempre que uno la utilice de la forma que se supone que la ley debe ser utilizada–esto es, con el entendimiento de que está dirigida, no a los hombre buenos sino a los sin ley e insubordinados, los areligiosos y los pecadores, los malvados y los sin Dios, personas que matan a sus padres o madres, asesinos, fornicadores, pervertidos sexuales, secuestradores, mentirosos, perjuros, y aquellos que de otras maneras alardean de la sólida enseñanza concerniente al glorioso Evangelio de Dios–bendito sea–que me ha sido confiado».
1 Timoteo, 1:8-11.
I.
Desde su elección al papado, muchos comentaristas han reparado en el diferente «estilo» y contenido del legado del papa Francisco comparándolo en particular con Juan Pablo II y Benedicto XVI. El papa Francisco ha citado frecuentemente a Pablo VI, y muchos comentaristas católicos sostienen que en un momento decisivo, Francisco se inclinaría por la postura de Pablo VI en el ámbito de la enseñanza Católica básica.
Pero después de lidiar con muchas declaraciones papales informales, de observar su agenda y leer su reacción al Sínodo de la Familia, muchos ahora llegan a la conclusión de que el papa Francisco no parece seguir el muy criticado firme ejemplo del papa Montini. Si bien un sudamericano, Francisco parece en espíritu al menos, más cercano a las muy conocidas jerarquías alemana, belga y suiza. Parece haberse distanciado de los obispos africanos, asiáticos y otros más en la línea de Juan Pablo II y Benedicto.
El papa Francisco, al final del Sínodo, dijo que se preguntó a sí mismo: «Qué va a significar para la Iglesia la conclusión de este Sínodo dedicado a la familia?» Lo primero es que «el Sínodo no estaba dirigido a resolver todas las cuestiones relacionadas con la familia». Sin embargo, mucha gente pensó que el Sínodo debía resolver al menos algunos asuntos básicos. ¿Lo hizo? ¿O mas bien suscitó dudas sobre cuestiones que la mayoría pensaba que estaban ya resueltas? El Sínodo debía también «urgir a todos a considerar la importancia de la familia y del matrimonio entre hombre y mujer, basado en la unidad e indisolubilidad y valorándolo como base fundamental de la sociedad y vida humana». En esto no hay problema. La palabra «criatura», como telos de complementariedad sexual, no se encuentra aquí. Pero ahí están hombre, mujer, unidad e indisolubilidad.
La gente viene a Roma de todas partes del mundo con sus «cargas y desafíos» familiares. Estas «voces» también deben ser oídas; es difícil imaginar cómo podrían soslayarse. Pero en este grupo que vino a Roma ¿no había también familias funcionales que piensan que la familia es una buena idea y necesita protección de aquellas ideas de familia que la trastocan, a pesar de cuánto se nos dice que sus amenazas son «naturales» o ineludibles? Uno tiene la impresión de que las familias intactas fueron el único grupo poco escuchado, que sus sacrificios y esfuerzos para seguir las enseñanzas de la Iglesia no eran tenidos en cuenta. Nadie quiere rechazar a las familias disfuncionales o ignorar los efectos de una estructura familiar mínima sobre todos los implicados. Pero, en líneas generales, si uno quiere saber porqué algo no funciona, es una buena idea fijarse en algo que si funciona.
La Iglesia está para «sacudir las conciencias aletargadas» y no teme discusiones «francas». En medio de un «creciente pesimismo», debemos ver «las realidades actuales» a través de los «ojos de Dios». Presumiblemente, hacemos esto a través del seguimiento de lo que dicen las Escrituras, la Tradición, la experiencia y la razón sobre la familia. No hay motivo para pensar que «las realidades actuales» no puedan ser tratadas a través de los medios que ya nos han sido dados por la razón y la revelación. No existe ninguna nueva revelación de Dios que indique cualquier otro camino. Se nos ha dado la razón para encontrar la verdad de la familia en cualquier sociedad en la que vivamos. Así, «el Evangelio continúa siendo una fuente vital de novedad eterna».
Sin ser explícito ni indicar nombres, a menudo el Santo Padre parece detectar «corazones cerrados que frecuentemente se ocultan detrás de las enseñanzas de la Iglesia o las buenas intenciones». Estas personas, evidentemente quieren «sentarse en la Silla de Moises y juzgar... casos difíciles y familias heridas». Nos gustaría realmente saber quienes son exactamente esos corazones «cerrados». Hacer esas acusaciones sin indicar nombres después de todo constituye en si un «juicio».
Si los casos son «difíciles» y las familias están «heridas», tratar con ellas no será una tarea fácil en ningún lugar o tiempo, no sólo para ellos mismos, sino para los familiares, hijos, médicos, abogados o sacerdotes. Uno no puede menos que simpatizar con los obispos y los así llamados burócratas de la Iglesia, que hacen todos los esfuerzos por encontrar luz y verdad sobre las que basar un juicio que sea conforme a las enseñanzas de Cristo. A veces olvidamos la antigua sabiduría de que el pecado, si es esto lo que estamos tratando, no simplifica las cosas; las hace enormemente complicadas.
II
La Iglesia, continúa Francisco, «es la Iglesia de los pobres de espíritu y de pecadores que buscann el perdón». Presumimos aquí que la frase «pobres de espíritu» no se contrapone con «pobres de hecho», las cuales están ambas in las Escrituras. De acuerdo a la redacción de los Evangelios, Cristo vino efectivamente a salvar pecadores. Evidentemente, esta empresa tiene algún tipo de prioridad, antes de que otras cosas, también importantes, pudieran concretarse. Para perdonar pecados, primero necesitamos saber que es lo que éstos son, exactamente. ¿Qué es pecar? ¿Cómo abordamos los pecados? Se nos han dado guías. De esto tratan los sacramentos; no son de origen humano. Así que la misión de la Iglesia es la de mantener su verdad ante nosotros.
El Papa aparentemente contrasta lo «justo y lo sagrado» con los pecadores. Habla de aquellos que son «justos y sagrados» porque se «sienten ellos mismos pobres pecadores». Parece extraño decir que si yo me «siento» a mi mismo un pobre pecador, soy por lo tanto «justo y sagrado» sin más discusión. Recuerdo haber sido enseñado en una antigua clase de catecismo que, en caso de emergencia cuando no había ninguna otra alternativa, un buen acto de contrición sería suficiente para cubrir la situación si se perfilaba la muerte. Pero eso no era simplemente una «sensación». Y también es verdad que ningún Cristiano, excepto la Santa Madre, pensaría de sí mismo que es «justo y sagrado» sin ser también un «pobre pecador».
A continuación el papa Francisco habla de «alzarse sobre teorías de la conspiración y puntos de vista prejuiciados». Nuevamente, nos gustaría saber donde están precisamente esas teorías y puntos de vista y quienes los sostienen. También se nos advierte sobre los «lenguajes que son arcaicos o simplemente incomprensibles». Presumo que poder seguir el lenguaje juvenil es un problema en cualquier idioma. La razón de esta atención a los obstáculos es la de «defender y propagar la libertad de los hijos de Dios». La libertad de las criaturas de Dios es presumiblemente la libertad de conocer lo que es el pecado y los medios para tratar con él. Normalmente el problema no es el lenguaje en el cual se expresa sino el pecado en sí.
El papa Francisco trata a continuación con lo que llamamos «enculturación». Nos dice que hay «cuestiones dogmáticas claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia». Aunque sé de Denziger, en el cual tales dogmas están establecidos, confieso que me gustaría, como un curso de refresco, que Francisco definiese justamente lo que piensa él que son estos dogmas. Pero aparte de estos «dogmas», el Papa nos dice que obispos de una parte del mundo, a menudo hacen lo opuesto a lo que hacen obispos de otra parte del mundo. Recientemente vi una referencia a una Alocución de Pío XII sobre el gran daño que pueden causar las discrepancias entre obispos sobre cosas básicas. Pero aquí el Papa está hablando de cosas como los «ritos chinos». Algunos entierran a sus muertos, otros los creman, otros los echan en los ríos o los entierran en el mar. En principio todos son aceptables. La cuestión está en tratar en cualquiera de los casos a los muertos con respeto.
He visto recientemente un video en YouTube sobre «el Cristianismo de Vladimir Putin». Lo mostraba en la Iglesia Rusa en la que fue bautizado e hizo su primera comunión. Lo mostraba en una liturgia rusa, en Navidad, y en varias Iglesias adornadas, junto a prelados y sacerdotes, todos con sombreros y atavíos bastante sorprendentes. Las misas africanas bajo el rito Romano duran varias horas, al igual que las del rito bizantino. Muchas de estas cosas varían. Esta variedad entre ritos no es mala sino un esfuerzo por incorporar tradiciones mas antiguas que dan buenos aspectos a la fe. Así es como tenemos Navidades y muchas fiestas en sus propios atavíos.
Esta es la «riqueza de la diversidad». El asunto, naturalmente, es que no todo es diverso. Para ser Cristiano es necesario que ciertas doctrinas, prácticas y sacramentos estén presentes de una forma común reconocible. Debemos proclamar el Evangelio a «hombres y mujeres actuales» y «defender la familia de asaltos ideológicos e individualistas». Necesitamos saber precisamente qué es una familia, lo que necesitan saber hombres y mujeres.
El Papa se preocupa por el «relativismo» y la « denominación de otros». La palabra «misericordia» llena los comentarios del Papa, que incluyen citas de Pablo VI, Juan Pablo y Benedicto. Alguien contó misericordia 17 veces y sólo dos «verdad» en el discurso y sus anotaciones. Dios trasciende todo reconocimiento humano y desea que todos sean salvados; estas proposiciones son verdad. Lo que no está tan claro es que, si Dios ha revelado lo que El quiere para nosotros sobre cómo debemos vivir, aún si se pone en términos de «no deberás» y se demuestra bastante difícil de llevar a cabo, podemos ser salvos si seguimos un camino diferente de nuestra propia formulación.
«Los verdaderos defensores de la doctrina no son aquellos que postulan la letra sino el espíritu; no las ideas, sino la gente; no las formulas sino la gratuidad del amor y el perdón de Dios». Uno se pregunta porqué en un momento dado se formularon las leyes si no existía intención de comprenderlas y obedecerlas. Aquino trataba este problema bajo la rúbrica de «equidad». «Equidad» significaba la comprensión de lo que la doctrina de la ley suponía en un caso particular en el que las circunstancias podían hacer inaplicable la letra de la ley. No había intención de permitir ningún cortocircuito a la ley sino su estricta observancia en todos los casos. De hecho, la mayor parte de la letra de la ley es bastante clara. No hace falta un genio para entender lo que significa mentir, robar, divorcio, adulterio, actos homosexuales, matar y miles de cosas mas. La realidad es que los abogados siempre han sabido que la forma mas fácil de moverse alrededor de la ley es hacerla tan complicada que nadie pudiera entenderla.
Esto de ninguna manera intenta restar importancia a las formulas, leyes y mandamientos divinos, sino mas bien exaltar la grandeza del Dios verdadero, el cual no nos trata conforme a nuestras obras sino únicamente de acuerdo a la generosidad sin límites de su Misericordia». Uno sólo necesita añadir a esto que la generosidad sin límites de la misericordia de Dios también asumió que éramos libres y responsables de nuestros actos que, en concreto, las cosas eran o buenas o malas. En Su misericordia, Él indicó cuales eran de hecho los actos indebidos, perversos, que no deben cometerse. Esta libertad del pecado fue la base del resto de nuestras libertades.
III
Finalmente, el Santo Padre repite su lema introductorio: «El primer deber de la Iglesia no es dictar condenaciones o anatemas, sino proclamar la misericordia de Dios, llamar a la conversión, y conducir a todos los hombre y mujeres a la salvación en el Señor». La misericordia de Dios sólo funciona cuando hay algo que necesita ser tratado misericordemente. Quiere decirse, algún pecado que necesite nuestra conversión. Si no hay una realidad de desorden definido, comprensible en nuestras almas, no hay nada de lo cual haya que ser salvado.
Lo que a mucha gente le gustaría saber, aún cuando duela, es esto: ¿cuales son específicamente las cosas que yo hago que requieren mi búsqueda del perdón y la salvación? Sabiendo esto, ¿tenemos una forma dada por Dios por medio de la cual nuestros pecados nos son perdonados? Estas son las cosas que esperamos que la Iglesia nos enseñe para que podamos estar libres de nuestros pecados, los enumerados por San Pablo y aclarados por la Iglesia en cada era, los que hay que enseñar en cada familia de forma que sus miembros estén libres para adorar a Dios en paz.
Traducido por Carina Gietz, del equipo de traductores de InfoCatólica