En lo religioso, lo que más interesa sobre el origen del universo es quién y para qué ha creado el Universo. En lo científico, en cambio, la pregunta más interesante es cómo se ha creado el Universo.
Hasta no hace muchas décadas, los astrofísicos, carentes de medios y de instrumentos no podían atreverse a intentar resolver el problema del origen del universo, aunque ya desde hacía varios siglos el heliocentrismo se había ido imponiendo gradualmente al geocentrismo. Por ello se aceptaba comúnmente la narración de los siete días del Génesis, pero desde comienzos del siglo XX técnicas y teorías habían progresado extraordinariamente y se apoyaban mutuamente. Pudo así empezar a estudiarse científicamente el origen del universo.
El Universo parece haberse formado como consecuencia de una gran explosión llamada Big Bang, habiendo sido formulada esta teoría de un modo metódico y científico por el astrofísico y sacerdote belga Lemaître en 1930, que él la llamó la Gran Implosión. La proporción existente de ciertos elementos en todo el universo, particularmente hidrógeno, deuterio y helio, proporcionan argumentos convincentes sobre la teoría del Big Bang, y hoy los físicos están generalmente de acuerdo en que el universo empezó como un punto de energía infinitamente denso. Toda la materia y energía del universo estaba superconcentrada en un pequeño espacio. Según esta teoría, si el universo se expande como la metralla de una bomba que ha explotado, es de suponer que era como una especie de “huevo cósmico”.
El Big Bang lleva a la conclusión que la naturaleza tuvo un inicio definido, pues no se concibe cómo la naturaleza inexistente puede crearse a sí misma. Sólo una fuerza sobrenatural fuera del espacio y del tiempo, es decir Dios, puede haberlo hecho. De todas maneras recordemos que ninguna prueba científica puede alcanzar el nivel de prueba absoluta de la existencia de Dios. De la existencia de Éste, tememos argumentos, tenemos razones, mucho más fuertes al menos para mí que las contrarias, pero no llegamos a la evidencia y por eso tenemos fe, pero no cabe duda que el Big Bang ofrece un argumento interesante a favor de la existencia de un Creador.
Podemos preguntarnos también qué pasó antes del Big Bang. A esta pregunta contestan los científicos que no lo sabemos, que es inimaginable e indeducible y que ellos son físicos, pero no metafísicos.
¿Y qué sucedió después? Durante el primer millón de años después del Big Bang, la temperatura cayó y se empezaron a formar núcleos y átomos. La materia se empezó a agrupar en galaxias por la fuerza de la gravedad, debido a un movimiento rotativo que les dio forma de espiral. En cuanto al sol es una estrella que se formó hará unos cinco mil millones de años. En lo referente a la Tierra, inicialmente demasiado caliente, se enfrió poco a poco, generó una atmósfera y se hizo potencialmente habitable hará unos cuatro mil millones de años, Apenas ciento cincuenta millones de años más tarde ya bullía de vida, hasta que finalmente aparece, ciertamente no hace mucho tiempo, el hombre.
Un importante físico escribe: “Cuanto más examino el universo y los detalles de su arquitectura, más pruebas encuentro de que el universo debe haber sabido en cierta forma que nosotros llegaríamos”. Ello supone un Creador inteligente que crea el mundo con un fin: el ser humano, “única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24), y a la que Dios ha hecho “a su imagen y semejanza”, para que seamos, como nos dice San Pablo “hijos de Dios por adopción” (Gal 4,4-7; Rom 8,14-17; Ef 1,5). Pero estamos ya en el campo de la Religión y de la Teología.
Para este artículo he utilizado dos fuentes: el libro de Francis S. Collins, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica, “Cómo habla Dios” y el de mi hermano Manuel Trevijano “Fe y Ciencia”.
Pedro Trevijano, sacerdote