Respecto al futuro de Europa, nos encontramos con dos diagnósticos contrapuestos: de una parte, la tesis de Oswald Spengler, el cual creía que se podían fijar para las grandes expresiones culturales una especie de ley natural: el momento del nacimiento, el crecimiento, el florecimiento, su lento decrecimiento, la vejez y la muerte. La tesis de Spengler era que occidente ha llegado a su época final, que corre inexorablemente al encuentro de la muerte. Europa puede transmitir sus dones a una cultura nueva emergente, como ha sucedido en precedentes decadencias, pero ella tiene ya agotado su tiempo de vida.
Esta tesis biologística ha encontrado opositores en el tiempo entre las dos guerras mundiales, especialmente en el ámbito católico. De manera especial se ha opuesto Arnold Toynbee. Él saca a la luz la diferencia entre el progreso material-técnico y el progreso real, que define como espiritualización. Admite que el mundo occidental se encuentra en crisis, la causa de la cual la ve en que desde la religión se ha caído en el culto de la técnica. Mas, si se conoce la causa de la crisis, se puede también indicar la vía de la solución: debe nuevamente ser introducido el factor religioso, de la que forma parte, según Toynbee, la herencia religiosa de todas las culturas, especialmente aquello «que ha permanecido del cristianismo occidental». A la visión biologista se contrapone una visión voluntarista que se apoya sobre la fuerza de las minorías creativas.
Benedicto XVI dijo crudamente que hay un odio de sí mismo del occidente, que se puede considerar solamente como algo patológico: el occidente intenta de modo laudable abrirse a la plena comprensión de los valores externos, pero no se ama ya a sí mismo. De su propia historia ve solamente aquello que es despreciable, mientras no está en situación de percibir aquello que es grande y puro.
La multiculturalidad huye de las cosas propias. Pero no puede subsistir sin puntos de orientación de valores propios, sin respeto a lo que es sagrado. Debe ir con respeto al encuentro de los elementos sagrados del otro, pero esto lo podemos hacer solamente si lo sagrado, Dios, no es extraño a nosotros mismos. Debemos nutrir el respeto ante aquello que es sagrado y mostrar el rostro de Dios que se ha manifestado tan humano que él mismo se ha hecho hombre, para darnos el sentido de nuestra vida y una perenne esperanza. La Razón
Cardenal Ricardo M.ª Carles