¿Nos daremos cuenta o preferiremos mirar a otro lado? El Informe del Defensor del Pueblo sobre los abusos en la Iglesia puede ser una gran ocasión. Una para la Iglesia, otra para todos, si vamos más allá de clericalismos y anticlericalismos.
Por un lado, más allá de las interpretaciones ideológicas, la Iglesia, la mía a la que amo, la católica en España, ha tomado conciencia y está reaccionando hacia el buen camino. Tarde para muchas, muchas, víctimas, pues además de los abusos por los abusadores estuvo el ocultar para no escandalizar que ha tardado demasiado en caer. La sociedad ha tenido que empujar y agradezco este urgente y necesario empujón, aunque lo que muestra duela mucho y en muchos sentidos. No fueron suficientes los endurecimientos de las penas intraeclesiales de Juan Pablo II y Benedicto XVI, la luz empieza a verse a partir de Francisco con una colaboración con el ámbito civil, una transparencia y un volver la mirada sobre los que ocultan y miran a otro lado, sean obispos o más. Habrá que reparar y habrá que evitar repeticiones manteniendo la guardia alta y reaccionando rápido ante cada nuevo caso. Algo decrece. Se ha tardado y el daño está hecho: las víctimas, la sociedad y la propia Iglesia, la propia comunidad ha quedado herida y necesitará sanar.
Muchos aún no dan crédito a la dimensión de los hechos y quizá busquen refugio en pensar que es exagerado debido al anticlericalismo manipulador. Y es cierto, este manipula y exagera, pero no es cuestión de si han sido 1x ó 2x ó 3x, la cuestión es que han sido y no deberían haber sido, ni deben ser ya más, nunca más.
La nota de la Conferencia Episcopal del lunes 30 de octubre asume el Informe del Defensor del Pueblo y se compromete a seguir sus recomendaciones, transparencia, prevención, reparación… No debía ser de otro modo, se trata de Derechos Humanos y de servir. Es el camino.
Por otro lado el informe pone delante de quien quiera verlo una realidad sobrecogedora. Además de los abusos en ámbito eclesial hay alrededor de un 90% de víctimas en otros ámbitos, un 34,1%, terrible, horroroso, en el ámbito dónde la víctima, las más de las veces una niña de entre 5 y 11 años, debía estar segura y encontrar refugio: en su casa y entorno familiar. ¿Nos atreveremos a poner la mirada, a enfocar esta realidad para poner remedio y sanar o miraremos a otro lado? La sociedad lo demanda. ¿Responderán medios e instituciones?
El País, que no el Informe, extrapola los porcentajes de abusos eclesiales –en contra del parecer del mismo Informe, pues la ciencia sociológica no permite esa extrapolación ya que no hay contraste externo posible– para obtener una cifra que ‘visibilizase’ la dimensión del problema (usa un no del todo exacto 1,13% proyectado sobre la población española actual). La cifra así obtenida resulta escandalosamente terrible: 440.000 de los cuales 233.000 por curas y frailes, monstruoso.
Si usáramos su misma acientífica fórmula de cálculo para ‘visualizar’ las víctimas de abusos total en España y así tomar conciencia el resultado es sobrecogedor: TRES MILLONES OCHOCIENTAS SESENTA Y DOS MIL SEISCIENTAS CINCUENTA Y CINCO (3.862.655). De estas víctimas, las abusadas en su entorno familiar serían 1.327.788, sí, más de UN MILLÓN TRESCIENTAS MIL. No me he atrevido a extrapolar lo que sería el porcentaje aplicado a Europa o al mundo, temo que se me rompa la cabeza y el corazón, quizá sea tan enorme que resulte inverosímil y muestre la inadecuación de estos cálculos, pero al menos el sobrecogimiento pone delante el problema en su dimensión social, un problema que no disminuye a nivel mundial, aunque puede que algo, poco –siempre será poco– en Occidente. Me duele pensar en cada una, en cada uno, no puedo, pero hay que hacerlo. ¿Qué está pasando y por qué? Es nuestro deber, el de todos. Esta es la segunda gran ocasión que este informe nos brinda.
José Antúnez UESD