Este es el porcentaje de denuncias por abuso sexual a menores que pertenecen al ámbito de la Iglesia católica en España. Incluye no solo a sacerdotes y religiosos, sino a trabajadores de colegios u hospitales católicos.
Creo que es un dato interesante para retener y compartir cuando uno oye comentarios sobre la pederastia en la Iglesia. Es enteramente fiable, pues está facilitado por la Fiscalía General del Estado en 2022. Concretamente señala que de los 15.000 casos abiertos, solo 68 pertenecen al ámbito de la Iglesia.
Supongamos que esas denuncias son de los tres últimos años, algo razonable teniendo en cuenta que la justicia no es muy rápida y son procedimientos en curso. Si aceptamos esa estimación, podemos calcular que hay unas 25 denuncias anuales, es decir, una cada dos semanas. Ese, más o menos, es el ritmo al que desgraciadamente deberíamos acostumbrarnos mientras no mejoren las cifras.
Casi nunca se trata de abusadores que lleven años cometiendo el delito y hayan contado con el favor de las instituciones de las que dependen para encubrirlo. Al revés, si uno observa los casos de cerca, advierte que la Iglesia está actuando con rapidez y con contundencia cuando recibe denuncias.
Tampoco hay que olvidar que no se trata de acusaciones probadas y puede haber alguna denuncia falsa. Y también que muchas veces tendemos a imaginar lo peor cuando oímos la expresión «abuso sexual», aunque no siempre se trata de abusos tremendos. Al usar la misma expresión para contabilizar una violación y una palmada en el trasero, se pierden muchos matices importantes, aunque no por eso dejan de ser acciones imprudentes y condenables.
El diario El País lleva unos años sacando cada semana la historia personal de gente abusada y silenciada por la Iglesia. Es evidente que lo hace más por atacar a la Iglesia que por una preocupación real por las víctimas, pues no hay más que ver lo poco que presiona para que se investiguen los abusos que acaecen en otros contextos, que como se sabe son mayoría.
Aunque es lógico que a los creyentes nos duela la insistencia de la prensa con este asunto, posiblemente si no se hubiese presionado desde los medios, las investigaciones en curso no habrían tenido lugar, la Iglesia no hubiera cambiado sus protocolos y se perpetuaría esa lacra por más tiempo.
Ahora que el número de denuncias de abusos comienza a estar más claro, es razonable que los creyentes vean positivamente las medidas empleadas en la Iglesia para acabar con los abusos. Y también que muestren su apoyo a los sacerdotes, pues no es justo que sean sospechosos de nada y vean amenazada su presunción de inocencia ante cualquier tipo de acusación.