Me dicen que así se los llama, con el horrendo calificativo que estampo como título de esta especie de carta. En buen castellano, cancelar significa «anular», «borrar de la memoria», «abolir», «derogar». Sinceramente, nunca hasta ahora había oído que esto ocurriría. Aventuro, entonces, una interpretación. El general Juan Domingo Perón, tres veces presidente de la Argentina, acuñó una fórmula que expresa, no sólo lo que él mismo practicó, con un cinismo difícil de igualar, durante sus accidentales períodos de gobierno, sino también una conducta raigalmente humana, ancestral (propia del «hombre viejo», según el Apóstol Pablo) observada en los más diversos regímenes políticos. La fórmula peronista reza: Para los amigos, todo; a los enemigos, ni justicia. Es asombroso; el peronismo, que ha tratado siempre de usar a la religión, se ingenió para dejar su impronta en la Iglesia Católica. Aunque resulte odioso después de tanto tiempo, no habría que olvidar la quema de las más antiguas y bellas Iglesias de Buenos Aires, en junio de 1955; y la desaparición bajo el fuego que abrasó la Curia Eclesiástica, del Archivo Histórico -o buena parte de él- que reunía documentos desde el siglo XVII. La policía del régimen cometió esta aberración, por supuesto con el guiño aprobatorio de Perón.
A quien no se considera amigo, por ejemplo a causa de diferencias doctrinales -en especial por el desacuerdo respecto del valor y actualidad de la Tradición eclesial-, o pastorales, o políticas (siempre opinables) se le niega la justicia; se puede afirmar entonces que se lo cancela. Conociendo la situación doctrinal y pastoral que se registra oficialmente en toda la Iglesia en los últimos años, hace una década –digamos- podemos pensar sin temor a equivocarnos -ya que se trata de muchos casos notorios-, que quienes han sido ganados por el relativismo o incurren en posiciones ajenas a la Tradición, cuentan con la simpatía oficial, son amigos. A propósito de la Tradición, hay que recordar que ella se actualiza constantemente, pero siempre igual a sí misma; es una Tradición viva. San Vicente de Lerins explicaba que el lenguaje ciertamente puede adaptarse, se puede decir nove, pero no se puede decir nova, o sea, introducir novedades ajenas a la inmutable Verdad. Existen fenómenos como el cisma inmanente del Sínodo alemán, ante el cual Roma calla, para confusión y escándalo de los católicos fieles. ¿A dónde llevará ese camino? Sínodo significa algo así como «hacer el camino juntos», ¿hacia dónde?
Pensando en el caso de tantos sacerdotes cancelados, me permito abordar uno muy doloroso, el de la diócesis de San Rafael (Mendoza, Argentina). Resultó incomprensible la conducta del Obispo Monseñor Eduardo María Taussig; a quien siempre he estimado como hermano y amigo, y sigo estimándolo al presente, al decretar que -según lo indicaba el Estado a causa de la pandemia, y que todos debíamos por nuestras actitudes prevenir los contagios- que era obligatorio distribuir la Sagrada Eucaristía en la mano. En dos oportunidades, en conversaciones telefónicas originadas en llamadas suyas, le aconsejé que no se empeñara en mantener esa obligación, que contrariaba la disciplina vigente en la Iglesia, ya que ésta permite a los fieles que libremente comulguen de pie o de rodillas, en la mano o en la boca. Ocurrió todavía algo peor: la mayoría del clero, que no aceptó aquella disposición del obispo, fue sancionada, por lo cual se creaba una situación insostenible. No descarto que haya existido cierto componente ideológico en la oposición a la medida episcopal; resultan injustificables las marchas, manifestaciones hostiles contra la sede del obispado y otras reacciones de los laicos. Pero no comprendo cómo Monseñor Eduardo no se empeñó, con serenidad y amor, en hacerse entender; el ambiente creado semejaba el odium plebis, algo muy doloroso. El obispo, en un caso así debe sufrirlo heroicamente, sin crispar su posición. ¿Fue la iniciativa de prohibir y oponerse algo decidido por él, o le fue indicado o sugerido ex auctoritate superiori? La situación de fuerza derivó en algo gravísimo, la clausura del Seminario Diocesano, y la dispersión de los numerosos formandos ¿Qué tuvo que ver Roma en esta decisión?
En nuestro país, desde mitad de los años 60 del siglo pasado (indico una fecha aproximada), el progresismo fue apoderándose de casi todas las casas de formación sacerdotal, y se crearon «casitas» con pequeños grupos impulsados por algunos obispos; en ellas -es mi opinión- no se desarrollaba una formación integral; eran una especie de remedo de los seminarios. Si un obispo lograba excluir el suyo de esa corriente, cuyos frutos nefastos son innegables, y lo ajustaba según la gran Tradición eclesial, era mal visto por el «oficialismo». Por mi parte, a fines de los años 70, se me encomendó organizar el Seminario Diocesano de San Miguel, del cual luego fui rector durante una década, apoyado y acompañado paternalmente por los dos primeros obispos de aquella diócesis. De allí me sacó el Cardenal Antonio Quarracino, arzobispo de Buenos Aires, para hacerme Obispo Auxiliar. Estando dedicado a la formación sacerdotal, no sé qué se pensaba de mí y del seminario que dirigía; me bastó contar con el beneplácito y el apoyo del Obispo. Pero hubo algún caso en que un Seminario con orientación tradicional, y al que acudían jóvenes de distintos puntos del país, tuvo que sobrellevar la mala fama que le creaba el ubicuo progresismo.
Volviendo a San Rafael, no era posible que la injusta cancelación de sacerdotes y seminaristas se prolongara indefinidamente. Me entristece sobremanera la situación de Monseñor Taussig; ¿renunció por su propia iniciativa, o la «renuncia» le fue impuesta por la superior auctoritas? ¿Se podrá sanar en breve el daño que se ha causado? ¿Cuál será el destino de tantos buenos sacerdotes cancelados?
Me he detenido en este caso –creo que la memoria no me ha traicionado al exponerlo- porque me resulta cercano al pensamiento y el corazón; pero estoy informado de que en toda la Iglesia se verifica el fenómeno de la cancelación sacerdotal. Por ejemplo, si un presbítero desea celebrar en latín, o utilizar el Misal de 1962, o si en su predicación aborda los temas que la Iglesia Católica ha abandonado (los temas doctrinales espirituales, que no se deben descuidar), lo más probable es que resulte cancelado. Quedará sin un oficio pastoral normalmente encomendado, y será privado de los ingresos económicos necesarios para llevar una vida decente; su familia, o los fieles que lo siguen con devoción y gratitud, tendrán que ayudarlo a sobrevivir. Que esto ocurra en una Iglesia en la cual -se dice- ha sido redescubierto el valor de la misericordia, constituye simplemente un escándalo. Como es escandaloso que se haya depuesto, el pasado miércoles 9 de marzo, al buen obispo de Arecibo, Puerto Rico, Mons. Daniel Fernández; por defender la objeción de conciencia, ante la ridícula «obligación moral» de vacunarse, impuesta por la Santa Sede. Volveré a ocuparme de este caso en próximos artículos.
El pontificado de Benedicto XVI, y su decidida y sabia intención de evangelización de la cultura y de reivindicación de la Verdad natural y sobrenatural, había entusiasmado a muchos sacerdotes (también a mí), pero su pase a la condición de Papa emérito (¡qué cosa extraña!) ha ensombrecido la Iglesia, y ha abierto en ella grietas por las que se deslizan afuera muchos de sus miembros. Es sabido que en la historia de la Iglesia se han presentado problemas análogos; la mirada de la fe debe dirigirse a los orígenes, a los tiempos apostólicos, de los cuales tenemos testimonios en el Nuevo Testamento. En varias ocasiones el Santo Padre invitó a sus oyentes a hacer lío (es esta una expresión figurada y familiar con la que ha soliviantado especialmente a los jóvenes). Significa promover agitación, barullo, para manifestar la situación que se vive, pero ruidosamente, buscando la participación de otros y para oponerse a algo. Pero estoy seguro que no le agradaría que los sacerdotes «cancelados» se uniesen para «hacer lío» ¿Cómo reaccionaría si eso sucediera?
Ahora me dirijo personalmente a ustedes, hermanos sacerdotes, con una palabra que quiere ser de comprensión y consolación. En la Segunda Carta a los Corintios, San Pablo comenzó escribiendo: «Bendito sea Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación (pasēs paraklēseōs), que nos consuela (parakalōn) en la tribulación (thlipsei)… si abundan en nosotros los sufrimientos (pathēmata) de Cristo, también abunda nuestra consolación (paraklēsis)», ¡Pueden ustedes, queridos hermanos, vivir intensamente estas palabras! La situación de injusticia que están experimentando vívanla con fortaleza; libres de toda indignación y acrimonia. El Apóstol nos enseña a vivir alegres en la esperanza. Pueden aparecer como excesivas la alegría y la esperanza, en este contexto; pero yo no me refiero a esperar, temporalmente, que la situación cambie. Sería esta actitud legítima, humana. Pero yo me refiero a la Esperanza teologal, que nos conecta con el Cielo.
Una de las dimensiones más bellas de la espiritualidad católica, que la tradición elaboró a partir de la enseñanza del Cardenal Pierre de Bérulle, es el abandono confiado en las manos de Dios. La escuela sulpiciana y, en general, la espiritualidad francesa, pasando por Santa Teresita del Niño Jesús, llega al beato Charles de Foucauld, a quien debemos la siguiente oración:
«Padre, me abandono a Ti, haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma: te la doy con todo el amor del que soy capaz.
Porque te amo, necesito darme, ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza.
Porque tú eres mi Padre»
Esta actitud pasiva tiene una fuerza maravillosa para cambiar las cosas. Recen los unos por los otros; recen también por los que los hacen sufrir. Háganlo delante del Sagrario, adorando al Señor, allí presente. Encomiéndense filialmente a la Santísima Virgen María, Madre del Dios hecho Hombre, Madre de la Iglesia, Madre de cada uno de nosotros.
¿Qué más puedo decirles? Pienso en los sacerdotes cancelados de todo el mundo; les estoy cercano, de corazón, los bendigo y les pido que ustedes me bendigan a mí.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
Buenos Aires, miércoles 16 de marzo de 2022.
Memoria de San José Gabriel del Rosario Cura Brochero.