Ha aparecido ya el documento más esperado del magisterio de los últimos años y que sin duda marca un giro en el pontificado de Francisco. El motivo que alentaba esta espera venía de las enormes expectativas creadas en torno a los dos sínodos sobre la familia y que han dado lugar a un gran debate dentro de la Iglesia. Ahora tenemos ya unas primeras respuestas.
La primera y más evidente, quien esperaba un cambio en la doctrina de la Iglesia no lo va a encontrar y se quedará desilusionado. Era una premisa que se había repetido insistentemente que el fin de los sínodos era pastoral y no doctrinal. Pero muchos no quisieron comprenderlo. Pero se impone una primera razón pastoral que era muy clara, dentro de la pastoral familiar en la Iglesia, no se puede considerar que el tema central sea la comunión de los divorciados en una nueva unión, con gran acierto se señala que es más grave y numeroso el caso de los que conviven sin ninguna unión, con las graves carencias de percepción del amor que esto supone (nn. 123-125. 319-320), la necesidad de una preparación adecuada al matrimonio que todavía no se ha llevado a cabo (nn. 205-216), el acompañamiento a las parejas en los primeros años en los que se dan el mayor porcentaje de rupturas (nn. 217-231)… Quien no comprenda la auténtica inspiración pastoral del Papa y tenga un interés principal en cambios revolucionarios estará defraudado.
Es más, quien esperaba que la exhortación apostólica del Papa fuera más allá de los Sínodos, también quedará desilusionado. Algunos soñaban con ello después de la Relatio finalis de las XIV Asamblea general ordinaria del Sínodo de Obispos, porque no respondía a muchas de las cuestiones despertadas por el debate anterior. Ahora hemos visto que el Papa tampoco ha querido responderlas. Así como el Sínodo no se mencionaba explícitamente la recepción de la comunión o de la confesión en el caso de los divorciados vueltos a casar, aquí tampoco se hace. En todo el largo capítulo octavo sobre las situaciones de dificultad no se menciona en el texto la Eucaristía. El Papa, como manifestación de una postura personal, no ha querido sino refrendar el Sínodo en sus mismas expresiones. Este deseo es muy manifiesto en toda la exhortación en donde hay bastantes números enteros que no son sino una cita seguida de los textos de las dos relaciones sinodales sin ningún comentario. En un tema que era abierto de conveniencia dentro de la comunidad y que podía haber intervenido con su autoridad, pero no hace sino repetir la afirmación del Sínodo del 2015: “es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas” (AL 229, citando la Relatio, 2015, 84). No ha querido completar el Sínodo, sino atenerse a él.
La primera consecuencia que se saca de la exhortación es que la propuesta del Cardenal Kasper que fue rechazada en el Sínodo no ha sido asumida. No hay en el texto reclamo alguno a una tolerancia oficial de una situación de una segunda unión no sacramental. Las condiciones que señalaba el cardenal Alemán no aparecen nunca mencionadas. Su petición de que dovrebbe valere ed essere pubblicamente dichiarati dei criteri vincolanti”[1] con la razón clara de que “nella mia relazione ho cercato di farlo”[2] no ha sido recogida.
Pero no podemos olvidar la prudencia de lo que decía de la necesidad de “un buon e comune cammino”[3]. Si el Papa hubiese querido un cambio en este sentido lo hubiera dicho explícitamente como muestra de la parresía a la que alude el mismo cardenal[4]. El hecho de no haberlo hecho confirma que no ha querido un cambio como valoración de todo el proceso sinodal que es el contexto verdadero de la Exhortación
En definitiva no se da ninguna razón objetiva para que un divorciado en una nueva unión pueda recibir los sacramentos fuera de las condiciones que ya exponía Familiaris consortio, n. 84 que en la Relatio del 2015 se señalaba (n. 85) como “un criterio global que debe considerarse la base para la valoración de estas situaciones”. Esto no se da en ningún momento. Las simples insinuaciones de las notas 336 y sobretodo 351 se refieren a situaciones genéricas de casos difíciles, sin referirlas de hecho a los divorciados en una nueva unión. Piden por sí mismas un esfuerzo de aclaración no una aplicación de un principio de gran ambigüedad que, sin otras razones que definiesen mejor el motivo que la ayuda sacramental, daría lugar a una arbitrariedad negativa dentro de la práctica eclesial.
Entonces, ¿qué podemos encontrar en la exhortación apostólica? Ante todo lo que expresa con su mismo título: amoris laetitiae. Un impulso a tomar en serio el amor con la fuerza del gozo que caracterizaba la Evangelium gaudii. Puede parecer una interpretación muy ligera, pero responde al texto y a la intención que late en Él. El mismo Papa dice que en un texto tan largo hay partes diferentes que se leerán de modo diverso (n. 7). El fin del texto entonces no es hacer una revolución en la Iglesia, sino llevar a cabo una “conversión pastoral misericordiosa” (cfr. nn. 201 y 293). Esto sí que es nuevo, evangélico y desde luego misionero, aunque no sea lo que más hayan esperado los medios de comunicación.
Por eso avisa inicialmente lo que serían dos interpretaciones erróneas por brotar de un ámbito innecesariamente polémico (n. 2): “Los debates que se dan en los medios de comunicación o en publicaciones, y aun entre ministros de la Iglesia, van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación, a la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas”. Es una forma de decir que cualquier cambio debe ser reflexionado y fundamentado y que así lo expresará él. La conclusión clara es que no ofrece ningún cambio. Sino que, como dice él inmediatamente, abe a un proceso de reflexión dentro de (n. 3): “una unidad de doctrina y de praxis” abierta a las variaciones de culturas y tradiciones.
Para comprende el valor novedoso de los textos se pueden distinguir tres partes en la exhortación. Toda una serie de textos que sistematizan las aportaciones de los Sínodos y que siguen casi al pie de la letra sus indicaciones. Los textos que se han de considerar unos comentarios a las Catequesis del Papa Francisco sobre la familia y que dan puntos preciosos sobre la convivencia familiar desde el misterio de Dios presente en la familia. Los textos en los que el Papa habla muy libremente y novedosamente y que apenas si tienen referencias. Esto se encuentra sobre todo el capítulo cuarto y quinto. Estos son los más personales suyos, donde encontramos las afirmaciones más propias que deben dar luz a las demás.
Esto no es lo que buscan los medios, sino lo que el Papa quiere ofrecer a la Iglesia en el proceso abierto por el camino sinodal. En este contexto encontramos que cita profusamente la teología del cuerpo de San Juan Pablo II, que en cambio, había pasado casi inadvertida en los Sínodos. Es donde se encuentra reafirmada con delicadeza pero con firmeza la Humanae vitae como una luz necesaria del amor conyugal.
Por eso toda su doctrina del amor no es una sola bella reflexión sino un interés grande de un cambio pastoral de importantes dimensiones. Deja clara su intención: (n. 199): “Sin pretender presentar aquí una pastoral de la familia, quiero detenerme sólo a recoger algunos de los grandes desafíos pastorales”. En este sentido, es especialmente importante la afirmación que hace (n. 211): “La pastoral prematrimonial y la pastoral matrimonial deben ser ante todo una pastoral del vínculo, donde se aporten elementos que ayuden tanto a madurar el amor como a superar los momentos duros. Estos aportes no son únicamente convicciones doctrinales, ni siquiera pueden reducirse a los preciosos recursos espirituales que siempre ofrece la Iglesia, sino que también deben ser caminos prácticos, consejos bien encarnados, tácticas tomadas de la experiencia, orientaciones psicológicas. Todo esto configura una pedagogía del amor que no puede ignorar la sensibilidad actual de los jóvenes, en orden a movilizarlos interiormente”. En ella se ve la primacía de una visión pastoral centrada en enseñar a amar que supera la sola visión doctrinal o las consideraciones espirituales. El hecho de centrarla en el vínculo señala la necesidad de tener como objeto primero esa realidad humana preciosa que no se puede reducir a una consideración sólo jurídica.
Por eso sus aportaciones nuevas son una reflexión más por extenso de la teoría del gender (n. 56) y la necesidad de superar un sentimentalismo del amor lo cual requiere una educación sexual adecuada (nn. 280-286). Además de aportar la reflexión más sistemática sobre la caridad conyugal que se encuentra en el Magisterio (nn. 120-122). Estos son las luces que han de guiar las acciones que aparecen en el capítulo octavo y que han de tener siempre como fin conducir a las personas a esa plenitud de vida que el amor les ofrece. Esto es lo que el Papa ve unido directamente al kerygma en donde siempre ha fundado su impulso pastoral (n. 58) como anhelo evangélico que acompaña todo su pontificado.
Esto es de verdad de una intuición pastoral muy grande que toma la familia, porque. como dijo en Santiago de Cuba (2-IX-2015), las familias: “no son un problema, son principalmente una oportunidad” (n. 7). Esto es esencial para plantear el cambio importante de hacer una Iglesia más familiar auténtica “Familia de familias” (n. 87). Lo cual requiere esa conversión pastoral de una acción misericordiosa que es la luz para todo el capítulo octavo.
No se puede considerar una parte secundaria, sino que se ha de ver siempre a la luz de la positividad del amor para no caer en un casuismo que el Papa rechaza. Esto lo entiende como que aquello que busca no es un cambio de normas que es en cambio lo que algunos esperaban. En palabras de Papa (n. 304): “Ello no sólo daría lugar a una casuística insoportable, sino que pondría en riesgo los valores que se deben preservar con especial cuidado”.
Es aquí donde quiere invitar a una reflexión más profunda sobre la acción pastoral en la que la misericordia forme parte de su misma razón interna. Esto es una tarea todavía por hacer y en la que el Papa quiere abrir el camino. Es aquí donde se cumple lo que pide desde un inicio (n. 2): “La reflexión de los pastores y teólogos, si es fiel a la Iglesia, honesta, realista y creativa, nos ayudará a encontrar mayor claridad”. Las tres claves que introducen el capítulo octavo: “acompañar, discernir e integrar” tiene sentido, no como acciones separadas sino como guiadas desde el amor que les da su contenido.
Sin cambios en la doctrina ni en la normativa eclesial, abre un proceso de comprensión mayor de la misericordia en la pastoral de la Iglesia. Pero lo hace claramente desde su reflexión anterior del amor, porque la misericordia es fruto suyo (n. 27). Es bien consciente entonces del “el verdadero sentido de la misericordia, la cual implica el restablecimiento de la Alianza” (n. 64). Como reflexión pastoral no deja de hacer referencia a los documentos anteriores que son principio de interpretación del alcance de sus afirmaciones. Como ocurre con la Familiaris consortio, con el del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración sobre la admisibilidad a la sagrada comunión de los divorciados que se han vuelto a casar (24-VI-2000). Para la acción humana y su racionalidad cita profusamente a Santo Tomás de Aquino y el Catecismo de la Iglesia Católica. En verdad está señalando un camino en una continuidad eclesial muy grande, eso sí con un nuevo aliento. Esa alegría que une este documento con Evangelii gaudium.
Hemos de entender bien la apertura pastoral de esta exhortación para evitar caer en interpretaciones ambiguas de la misma que el mismo Papa es bien consciente de que tiene efectos desastrosos en la pastoral por lo que comenzaba pidiendo como hemos visto (n. 2) una necesidad de claridad.
Esto dependerá en gran medida de las familias cristianas que reflejen el verdadero Evangelio que las une.