«Déjame nacer. El aborto no es un derecho»

Cuando escuchamos a los defensores de esta ley, es tal el nivel de demagogia y medias verdades, tal el cúmulo de razones que no lo son, que hace patética e irrisoria la defensa, si no estuviera en entredicho la vida humana del ser más inocente.

Presentación del libro de Magdalena del Amo “Déjame nacer. El aborto no es un derecho”.

 

Hace dos meses coincidí en Orense con Dª Magdalena del Amo en el Salón de Actos de la Diputación Provincial de esa bella ciudad gallega. Yo era el ponente, una paciente oyente. Nos saludamos al final, y quedé emplazado para hacerme presente en este acto, que con mucho gusto acepté. Por ella, por la temática que aborda en su magnífico y documentado libro, y como una ocasión para saludar a un grupo de ovetenses en esta encomienda que desde el sábado pasado he comenzado entre ustedes como Arzobispo de Oviedo. Permítanme una breves palabras a modo de aportación a la cuestión. Digo sobre el libro que es quizás la obra más orgánica y completa de cuantas conozco: además de la agilidad del género periodístico sin merma del rigor investigativo, es de notar los diferentes registros en los que la problemática del aborto es posible presentarla.

Este acto quizás pueda decirse que tiene un invitado de fila cero especial: el niño que podría haber nacido y que no se le ha permitido ver la luz de la vida. Tal vez porque esa voz no tiene voz, ni cauce su derecho más elemental como es la vida que Dios no le negó, por eso estamos aquí un grupo de personas que creemos en la vida como el don más hermosos y la tarea más pendiente a la vez.

Los obispos españoles que formamos la Comisión Permanente, dijimos ya el 17 de junio pasado sobre el Anteproyecto que ahora ya está en el Parlamento que “el aspecto tal vez más sombrío es su pretensión de calificar el aborto provocado como un derecho que habría de ser protegido por el Estado. He ahí una fuente envenenada de inmoralidad e injusticia que vicia todo el texto. En el artículo 3. 2. «se reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida». Lamentablemente esta expresión no significa aquí que toda mujer tiene derecho a elegir si quiere o no quiere ser madre; significa, más bien, que tiene derecho a decidir eliminar a su hijo ya concebido”.

Cuando escuchamos a los defensores de esta ley, es tal el nivel de demagogia y medias verdades, tal el cúmulo de razones que no lo son, que hace patética e irrisoria la defensa, si no estuviera en entredicho la vida humana del ser más inocente.

No sabemos (o nos produce sonrojo conocerlo) los intereses que puede haber detrás de esta criminal medida, pues ¡se trata del crimen de un ser humano sin que pueda rechistar! Intereses económicos en las clínicas abortistas y en los laboratorios que mercadean con las píldoras abortivas. Intereses políticos de guiños descarados a una mal llamada progresía, para recabar pingües beneficios electorales frente a los crasos maleficios de los niños así asesinados que no tenían la edad de votar. Intereses de jaleamiento social, en un tema que es mayor donde los haya, para que las gentes hablen de esto, mientras consumen tiempo y espacio para callar ante otras cuestiones como la crisis económica, las corrupciones propias y ajenas, y el desprestigio internacional.

Nuestra posición humana y cristiana consiste en salvar la vida del no nacido y salvar la vida de la madre gestante, porque junto al infanticidio horrendo se da al mismo tiempo el matricidio fatal. Lo intentarán disfrazar como derecho de la mujer (innombrable subterfugio de la irresponsabilidad machista), y dirán que es una demanda social, y que no se quiere la cárcel de la madre, todo ello lugares tópicos, nunca mejor dicho, para propiciar un cruel fusilamiento en un paredón entre algodones cuya fosa común será luego un vulgar cubo de basura.

El niño así asesinado lleva consigo el suicidio de su madre. Tal como suena. Lo he podido comprobar en tantas mujeres que vienen a escondidas a pedirte la ayuda que no les darán jamás algunos legisladores injustos, o algunos los políticos de la demagogia, ni quienes subvencionan sus desvaríos para hacer su agosto en laboratorios y en clínicas. Es un asesinato suicida, donde muere el bebé concebido y donde comienza para la madre su terrible y larga agonía. Hay que salvar a ese niño salvando a esa mujer, y salvar a la madre salvando al hijo de sus entrañas.

El grito de la vida se ha dejado oír por miles y miles de gargantas que respetuosamente lanzaban su clamor a los vientos: no matemos al más inocente e indefenso de los seres, el ser humano en su gestación; no dejemos en agónica soledad a la mujer. Es una cuestión infinitamente anterior a otras causas respetables como la protección de algunas especies animales o vegetales en peligro de extinción, o el tan traído cambio climático. Antes, mucho antes; luego, mucho después, está la vida humana en cualquiera de sus fases y circunstancias.

El portillo que esta ley del aborto abre y que ha sido puesta en entredicho por una creciente mayoría de la sociedad española, no sólo atenta contra esa vida del bebé no nacido, sino que también arroja a una soledad destructora a la madre gestante. Por salvar a ese pequeño y por salvar a su madre, hemos dicho y repetiremos que no a una ley criminal. Pero para llegar a la negación de la vida con la impunidad a la que llega esta ley, supone haber negado la vida en otros factores anteriormente. Trayendo a colación la escena bíblica del primer homicidio narrado en la Sagrada Escritura, podemos decir que Caín mató a Abel, pero para ello antes se había matado a sí mismo: había matado su conciencia, había pervertido su libertad, había destruido su relación amorosa con el tú de su hermano para erigirse con su yo más solitario y suicida.

Frente a la mujer que en aras de la ideología de género feminista se abandona con irresponsabilidad machista y se deja en soledad desesperada, hemos querido señalar lo injusta que es esta ley, no sólo y principalmente para el bebé en el vientre de su madre, sino también para la madre como tal. Y aquí resuena lo que tantas veces dijo Jesús a no pocas mujeres abandonadas por el egoísmo prepotente del varón o por la dureza de una soledad insufrible: “no llores”. Es la expresión de un Dios que no se escandaliza, que no abandona, que siempre espera. Un Dios que no se resigna al desvarío de nuestras pesadillas y continuamente nos sigue proponiendo el sueño de una belleza, una verdad, una bondad para las que hemos nacido, esas que coinciden con las exigencias del propio corazón.

La compañía de un Dios así de leal, debe visualizarse y palparse en la compañía humana que nos debemos ofrecer. Porque ante la pregunta de dónde está Dios cuando suceden tantas cosas terribles, la única respuesta es decir que Él está en las víctimas expresando su divina solidaridad y en nuestras manos y labios ofreciendo su consuelo y su salvación. Somos testigos de la compañía del mismo Dios, la única que abraza como nadie nuestra soledad. Ante una mujer embarazada, no podemos responder diciendo: “quédate con tu llanto de madre asustada y solitaria o quédate con tu agonía tras abortar al hijo de tus entrañas”, sino decir como Cristo: “no llores más”, porque te ayudo a respetar tu vida y la vida que en ti nace acompañándoos con todas las consecuencias, acompañándoos de verdad, para que tu hijo salga adelante salvándote a ti, para que tú salgas adelante salvándole a él.

Y antes aún, se precisa una auténtica educación afectiva y sexual de nuestros más jóvenes especialmente, que no consista en el abaratamiento del amor como frívolo producto de consumo, cuya única medida sea la de propiciar parches y engañifas para disfrutar irresponsablemente de un simple placer que no ha aprendido a ser maduro en la verdadera entrega del amor.

Bienvenidas cuantas iniciativas sean necesarias en forma de libro, de foro o debate, de pacífica manifestación y de canto a la vida. Se está despertando un importante movimiento social y cultural que expresa pacíficamente su negativa a matar la vida humana del no nacido, o del enfermo o anciano terminal, y que igualmente dará la batalla a favor de los que por tantos motivos tienen que llevar una vida sin libertad, sin trabajo o sin dignidad. Porque es toda la vida la que queremos defender, toda la vida en cada uno de sus tramos y circunstancias. Ha nacido un grito por la vida, un clamor de esperanza, que en tantas personas de bien, se ofrece como compañía.

 

+ Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

Magdalena del Amo. “Déjame nacer. El aborto no es un derecho”. Ed. La Regla de Oro. Madrid 2009, 389 págs.

Presentación en el Club Prensa Asturiana-La Nueva España, Oviedo, 4 febrero de 2010.

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2 comentarios

María Josefa
Afortunadamente hay personas buenas,que creen en "La vida".No desmayemos y luchemos por ella, el don más preciado que tenemos. No hay nada el mundo comparable a una vida humana, a la sonrisa de un niño, al calor de una madre, al consejo se un anciano...Ayudemos a las madres que intentar abortar.Debemos formar a las personas desde temprana edad al amor y respeto por la vidadesde la familia,célula de la sociedad,pequeña Iglesia en donde los padres debemos formar a los hijos en valores "cristianos"...
7/02/10 6:21 PM
Al querido Obispo Jesús Sanz Montes le escribo desde Argentina. Muchas gracias por tan buenas reflexiones y tan bien dichas, y no me refieron sólo a este artículo, que está estupendo, sino a éste y muchos otros.
Apostamos, como usted hace, al amor, al bien, a la verdad sobre la vida y, por tanto, a la plenifición ya aquí, pero especialmente a la que no tiene fin, pero que se siembra en el tiempo.
Muchas gracias nuevamente por el vigor de sus artículos, y también por lo bien escritos que están, con estilo, con caridad.
3/12/10 8:36 PM

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