Meditaciones en tiempos de crisis

Cuando parece que todo se hunde, que nada puede salvarnos, que todas las fuerzas extrañas de este mundo se han desatado para llevarnos a la ruina, a la guerra, al fondo del lago y no sabemos que va a ser de nuestra sociedad, o de nuestra propia vida; Cristo se levanta, increpa al mar y todo vuelve a la calma.

Se mire por donde se mire, sólo aparece la crisis a nuestro alrededor. Todos los periódicos, radios y televisiones nos hacen desayunar, comer y cenar con ella, casi como una prescripción facultativa. Nos anuncian crisis de todos los tipos: La económica, la social, la política, la del cristianismo, la de Oriente Medio, la de valores, la de la familia… hasta la del fútbol. Todas se suman, sin duda, a la serie de crisis personales que todos llevamos, más o menos mal, en nuestro interior. De una manera u otra, parece que todos estamos en crisis.

En esta situación, ¿a quién, con un mínimo de cultura cristiana, no le viene a la mente el pasaje del Evangelio de la tormenta en el lago?:

“Un día Jesús subió a una barca con sus discípulos y les dijo: pasemos a la otra orilla del lago. Y ellos remaron mar adentro. Mientras navegaban, Jesús se durmió. De repente se desencadenó una tempestad sobre el lago, y la barca se fue llenando de agua. Al ver el peligro, se acercaron a Él y le despertaron: ¡Ayúdanos, Señor, que nos hundimos! Jesús les dijo, ¿por qué tenéis miedo? Después se puso en pie, dio una orden al viento y al mar, y todo se calmó”.

Cuando parece que todo se hunde, que nada puede salvarnos, que todas las fuerzas extrañas de este mundo se han desatado para llevarnos a la ruina, a la guerra, al fondo del lago y no sabemos que va a ser de nuestra sociedad, o de nuestra propia vida; Cristo se levanta, increpa al mar y todo vuelve a la calma. Son especialmente bellas las palabras de San Agustín comentando este pasaje: “Cristiano, en tu nave duerme Cristo, confía plenamente en Él. Despiértale, invócale, que Él increpará a la tempestad –el peligro, la congoja, la turbación, el miedo, el sufrimiento– y se hará la calma”.

La Sagrada Escritura está llena de palabras consoladoras en este mismo sentido. El libro del Eclesiástico también afirma: “El Señor lo es todo” (43, 27). Se mire a donde se mire, Dios está detrás, sosteniendo, siendo fundamento de lo real. Por eso no hay crisis, ni poder de este mundo, ni problemas personales que sean más grandes que Dios, porque sólo Dios lo es todo. Frente a Él no hay nada grande ni insuperable.

El propio Benedicto XVI, nos ha recordado, en estos días pasados, la necesidad de Cristo para estas crisis. En la audiencia general del miércoles 17 de diciembre, en el mensaje de Navidad del 25 de diciembre, en el Mensaje Urbi et orbi, o en el discurso del 12 de enero ante los miembros de la Administración de la región del Lazio. En todos ellos, el Papa nos recuerda que siempre ante cualquier crisis, de la naturaleza que sea, sean cual fueren sus causas, sólo Cristo puede ser la solución: Él que da el gusto y sentido por el vivir, Él que orienta, Él que fortalece, Él sana las heridas y las frustraciones, Él da la vida. Cuando se habla de recetas para la crisis, la respuesta es Cristo y los valores del Evangelio.

Rafael Amo Usanos, sacerdote

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