¿Zapatero, maestro de moral?

Personalmente lo tengo muy claro: entre Jesucristo y Rodríguez Zapatero, a quien respeto como jefe de gobierno, pero no como maestro de moral, entre la Iglesia de Jesucristo y la mayoría parlamentaria, seguiré a Jesucristo.

El primer principio ético con el que nos encontramos es el de que hay que hacer el bien y evitar el mal. ¿Pero cómo distinguir el bien del mal? Porque hoy en día hay grandes discrepancias entre lo que está bien y lo que está mal: ante el problema del aborto, por ejemplo, hay quien sostiene que es un derecho y quien piensa que es un crimen. Está claro que los dos pueden estar equivocados, o sólo uno de los dos tener razón, pero lo que es evidente es que los dos a la vez no pueden tener razón.

Fundamentalmente hay dos tendencias o corrientes éticas. Los que creemos en Dios pensamos que hay un Dios Creador y Ordenador del Universo, que hay una Ley divina y un orden moral objetivo, y que las leyes humanas, incluso civiles, tienen que respetar ese orden objetivo, al que llamamos Ley Natural. El derecho positivo no otorga y da, sino reconoce derechos preexistentes, siendo el derecho natural la fundamentación última del derecho positivo y consiguientemente es la base de los derechos del individuo y de los grupos frente al poder político, concepción ésta del derecho natural que también tienen algunos no creyentes.

En cambio en la concepción relativista, como Dios no existe, el orden social no se ve como reposando en las leyes de Dios o de la naturaleza, sino como resultado de las elecciones libres del individuo y del pueblo soberano. A nivel individual nos encontramos con el subjetivismo, el hecho que no hay ningún ser superior a mí y la no existencia de reglas generales universalmente válidas. De la legítima pluralidad de posiciones se da el paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Se confía tan solo en la libertad, desarraigada de toda objetividad, por lo que la clave para distinguir el bien y el mal reside en la sinceridad: “lo que yo sinceramente tengo por bueno, eso es realmente bueno”, lo que me erige en maestro supremo de moral, puesto que si yo fuese racista o abortista, no tengo autoridad superior para decirme: “estás equivocado”.

A nivel colectivo en la concepción relativista quién debe decidir es el pueblo soberano. Pero ¿quién es el pueblo soberano, o mejor dicho a quién corresponde hablar en nombre del pueblo soberano? Como es evidente que en la gran mayoría de los casos no hay un consenso pleno, contestaríamos que a las mayorías y en nuestros países democráticos a la mayoría parlamentaria. Pero todos sabemos como funcionan nuestros partidos, con la disciplina de partido y el que se mueva no sale en la foto, con lo que en realidad es muy poca gente, incluso podríamos decir tan sólo el Jefe del Partido o del Gobierno, que pueden ser y generalmente son la misma persona, quien decide por todos. Con ello me encuentro que en asuntos tan graves como la ideología de género, el aborto o la eutanasia quien decide lo que es legal y de paso lo que es moral, pues no hay que olvidar el valor educativo de las leyes, es en estos momentos Rodríguez Zapatero y luego, quien vaya detrás de él.

Personalmente lo tengo muy claro: entre Jesucristo y Rodríguez Zapatero, a quien respeto como jefe de gobierno, pero no como maestro de moral, entre la Iglesia de Jesucristo y la mayoría parlamentaria, seguiré a Jesucristo. Pero creo es bueno que nos demos cuenta a qué aberraciones nos lleva el relativismo moral. Menos mal que la Declaración de Derechos Humanos y la Constitución, que tienen mucho de expresiones del Derecho Natural, hacen difícil algunos disparates

Pedro Trevijano, sacerdote

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