Ministros extraordinarios y la escasez de vocaciones
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Ministros extraordinarios y la escasez de vocaciones

Cabe preguntarse, ¿por qué necesitamos de los ministros extraordinarios?

No es mi objetivo en este breve escrito analizar la historia de la participación de los laicos en las funciones del orden sagrado. Simplemente deseo señalar que, actualmente, ante la escasez de vocaciones sacerdotales surgió la figura de los ministros extraordinarios de la comunión, y plantear una preocupación.

La función de los ministros extraordinarios, como aclaran los documentos, es la de colaborar con los ministros ordenados (los sacerdotes) ante ciertas necesidades reales y específicas, pero nunca la de sustituirlos. Además, también aclaran los documentos, la Iglesia siempre debe velar para que Dios suscite vocaciones al sacerdocio, vocaciones que son «necesarias a la existencia misma de la comunidad como Iglesia… el sacerdocio ministerial es por tanto absolutamente insustituible. Se llega a la conclusión inmediatamente de la necesidad de una pastoral vocacional que sea diligente, bien organizada y permanente para dar a la Iglesia los necesarios ministros… Otra solución para enfrentar los problemas que se derivan de la carencia de sagrados ministros resultaría precaria»[1].

Por tanto, el ministerio extraordinario de la comunión es, como señala su nombre, una situación «extraordinaria». Es simplemente una necesidad «momentánea» o «temporal», algo «accidental», o así debería ser. No es una distinción. No es un título de honor o promoción del laico, no es un «progreso» en la Iglesia. Es sólo un transitorio servicio a la Iglesia y, digámoslo, una decisión de urgencia ante una situación dolorosa y alarmante: la escasez de vocaciones sacerdotales.

Por eso la Iglesia, cuando trata el tema de los ministros extraordinarios de la comunión, erradamente llamados «ministros extraordinarios de la eucaristía»[2], invita a todos, en primer lugar, a rezar por las vocaciones al sacerdocio. «Solamente por verdadera necesidad se recurra al auxilio de ministros extraordinarios, en la celebración de la Liturgia. Pero esto, no está previsto para asegurar una plena participación a los laicos, sino que, por su naturaleza, es suplementario y provisional. Además, donde por necesidad se recurra al servicio de los ministros extraordinarios, multiplíquense especiales y fervientes peticiones para que el Señor envíe pronto un sacerdote para el servicio de la comunidad y suscite abundantes vocaciones a las sagradas órdenes... Por lo tanto, estos ministerios de mera suplencia no deben ser ocasión de una deformación del mismo ministerio de los sacerdotes, de modo que estos descuiden la celebración de la santa Misa por el pueblo que les ha sido confiado.»[3].

Pero donde hay buena voluntad, también hay abusos: de ahí que la Iglesia, como Madre y Maestra, mande directivas e instrucciones. Porque puede suceder, y de hecho sucede, que el ministerio extraordinario se convierta en habitual, que lo que es algo excepcional se convierta en lo más común y normal. Puede suceder, en otras palabras, que el carácter suplementario y provisional de los ministros extraordinarios pase a ser algo obligatorio y permanente, una promoción, una vocación especial, una especie de sacerdocio ministerial laical, pero sin estolas.

Cabe preguntarse, ¿por qué necesitamos de los ministros extraordinarios? Ya lo dijimos: por una realidad angustiante, que es la falta de vocaciones. Debido a eso, los pocos sacerdotes que hay en el mundo, no alcanzamos a ver a todos los enfermos que se nos encomiendan, no llegamos a ofrecer la Santa Misa en todas las periferias y realidades de nuestras jurisdicciones, no podemos dar las comuniones a todos los fieles sin extendernos demasiado tiempo durante las celebraciones, por decir sólo algunas cosas… ¿Pero es realmente así en todo lugar?

Esto exige un profundo y sincero examen de conciencia personal y comunitario. Podríamos preguntarnos, por ejemplo: ¿estamos rezando insistentemente, ofreciendo sacrificios para que Dios suscite vocaciones sacerdotales de entre nuestros hijos y promocionando el sacerdocio, y así terminar con la necesidad momentánea de los ministros extraordinarios? Y los sacerdotes: ¿realmente necesitamos de ministros extraordinarios en nuestra realidad pastoral? Es decir: ¿realmente no tenemos tiempo para visitar personalmente a los enfermos de nuestra jurisdicción parroquial? Es cierto que, en algunos lugares, la necesidad es real, pero ¿lo es así en todo lugar? ¿es verdad que en muchos lugares no podemos organizarnos bien y llegar a visitar personalmente todas las periferias durante el mes o durante el año? ¿y se hace honestamente muy larga la ceremonia de la Santa Misa si sólo los ministros ordenados de la parroquia administramos las comuniones? ¿y qué implica «muy largo tiempo»: más que la homilía, más de cinco minutos, diez? ¿pensamos en el ministerio extraordinario de los laicos como una vocación especial, como una promoción, o lo vemos como un servicio accidental y una real preocupación ante la escasez de vocaciones sacerdotales?

Roguemos a Dios que suscite pronto, de entre nuestros jóvenes, muchos pastores abnegados para su abundante mies, santos ministros según el corazón de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, formados con verdadero celo pastoral, dispuestos a morir, día a día, por las almas a ellos encomendadas. Y que haga de nosotros, los que ya venimos fatigándonos en esta lucha espiritual, alegres, fervorosos y abnegados sacerdotes.

 


[1] Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los fieles, de 1997

[2] «Redemptionis Sacramentum» n°154 y n°156

[3] Instrucción «Redemptionis Sacramentum», de 2004, n°151 y n°152

1 comentario

Lucy

Padre Hernán, sus palabras se ajustan a la verdad. Todas las situaciones que Ud. menciona, ocurren, lamentablemente.

Por mi parte, le agradezco a Ud. y a otros muchos sacerdotes que se esfuerzan por hacer lo que les toca, aquello para lo cual han sido formados e instituidos. Mucho nos educa ese ejemplo de vida.
28/11/25 9:25 PM

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