Dios, Padre Misericordioso, me ha regalado bajo un diluvio, en La Plata, un encuentro providente con uno de sus hijos errantes. Remarco lo de providente porque está claro que Él lo mandó. Siempre ocurre así: cuando uno está muy apurado, Dios nos muestra su urgencia, en alguno de los suyos. No hay casualidades, sino causalidades de la Causa incausada…
Como podía, un servidor sujetaba el paraguas, frente a las ráfagas de viento. Vinieron a mi memoria, entonces, aquellas palabras del poeta Robert Frost: «La lluvia al viento le dijo: tú arrasas, y yo inundaré. Castigaron tanto al lecho del jardín que las flores se doblegaron; se arrodillaron para protegerse, pero no murieron. Yo sé lo que las flores sintieron». Mientras meditaba, un muchacho, a distancia, me dijo:
-- Buenas tardes, «pastor» (imaginé, entonces, su procedencia de alguna secta evangélica). Con todo respeto…
-- Buenas tardes. Dios te guarde-, le dije; mientras me acercaba con el paraguas para que no se mojase tanto.
-- Está bien, «pastor». Gracias por su gesto. Estoy en «situación de calle» y con mucho frío. Quisiera tomar algo caliente en la estación de servicio.
-- ¿Por qué estás en «situación de calle»’ ¿Eres de aquí, de La Plata, o vienes de otro lado?
-- Sí, soy de un barrio platense. Pero me quedé sin familia, por la droga… ¡Quiero salir y no puedo, y no sé cómo!
Y ahí, Ariel --tal es su nombre- me dijo que sus adicciones lo llevaron a robar; que estuvo preso, y que su esposa lo echó de la casa. Y hace tiempo que no ve a sus hijos. Y que, cuando dejó de comprar y de vender droga, todos sus «amigos y compañeros» lo dejaron solo…
-- ¿Usted, «pastor», conoce algún lugar bueno y serio para recuperarse? ¡Porque estoy cansado, también, de ciertas «granjas» y centros de rehabilitación donde se consume más que afuera!
-- Sí, hijo. Es verdad; hay de todo. Aquí te dejo anotado, de cualquier modo, un sitio bueno; católico, con presencia internacional. Ponte en contacto y luego avísame, cómo te ha ido…
Le pregunté, entonces, si era creyente. Y, por supuesto, me confirmó su procedencia «evangélica». Y, como suele ocurrir en estos casos, me disparó los conocidos cuestionamientos sobre la Virgen Santísima, el Bautismo, y el Papa, entre otros. Con paciencia, dejé que se desahogue y, poco a poco, fui respondiéndole. Asentía sorprendido lo que le contestaba; hasta que de pronto volvió a la carga con el celibato:
-- ¿Y usted cómo puede vivir sin una mujer? ¡No siente deseo de estar con una esposa!
-- ¡Tengo esposa y un sinfín de hijos! La castidad de los sacerdotes, las religiosas y los otros consagrados se vive, no se explica. El mismo Jesús lo dice: «Algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!» (Mt 19, 12). Como el propio Cristo lo afirma, ayer, hoy y siempre, están los que no quieren o no pueden comprender…
Ariel me miró con extrañeza, pero con cierta comprensión. Que le haya citado la Biblia no le dio margen para mayores cuestionamientos. Le di, entonces, unos pesos para que fuera a tomar algo caliente. Y me puse a disposición para echarle una mano.
-- Me encuentras en el hospital, hijo. Avísame, por favor, los resultados de tus gestiones para recuperarte. ¡Fuerza, mucha fuerza! ¡Cristo es nuestra Paz!
Le di un abrazo, lo bendije y le regalé uno de los rosarios que traje del Vaticano; de esos que se iluminan con la oscuridad. Noté su reticencia inicial a recibirlo. Y, por eso, enfaticé: «¡Tómalo, hijo!¡Tiene la Cruz, que vence a todo mal! Viviste esclavo de un montón de vicios; y bien sabes que ‘el precio del pecado es la muerte’ (Rm 6, 23). Todas las cadenas te sometieron; ésta, la ‘dulce cadena que te une con Dios’, te liberará. Además, la Virgen María, a la que el propio Jesús nos entregó como Madre (cf. Jn 19, 26-27), no te abandonará nunca. Calla, reza y trabaja».
-- ¡Gracias, padre! ¡Fue un gusto conocerlo! -, me dijo; mientras me daba otro abrazo.
-- ¡Fue un gusto, también, para mí, hijo! ¡Padre Christian, para servirte!
Siguió avanzando entre el temporal, rumbo a la cafetería más próxima. Mientras iba para el hospital, donde me aguardaban varios enfermos, y otros hijos para confesión y dirección espiritual, antes de la Misa, le di gracias a Dios por este nuevo regalo. Y me vinieron a la mente y el corazón otros tres muchachos, que el Señor puso en mi camino, en distintos momentos de mi vida: un gran amigo, Ariel, hoy destacado odontólogo santafecino, a quien conocí en mi Rosario natal, mientras yo cumplía el Servicio Militar Obligatorio. Otro Ariel, a quien acompañé en su camino de conversión, y regreso a la Iglesia; pese a la feroz oposición de sus padres. Y el querido padre Ariel; un joven hermano Sacerdote, que me edifica, todo el tiempo, con su fe íntegra, su virilidad sin dobleces, y su valentía sin fisuras.
Dios quiera que este nuevo Ariel, que me mandó el Señor, pueda salir adelante como los otros tres. La Madre Teresa de Calcuta decía: «Jesús, cuando tenga hambre, mándame alguien que tenga más hambre que yo. Cuando tenga sed, mándame alguien que tenga más sed que yo…». Gracias, Señor, por mostrarme, una vez más, en medio del temporal platense, que eres el verdadero Dueño de la agenda. Y por salir, nuevamente, a mi encuentro en el momento y en la persona menos esperados. ¡Que nunca deje de reconocerte!
+ Pater Christian Viña
La Plata, martes 4 de noviembre de 2025.
San Carlos Borromeo, obispo. -







