Tomás es de aquellos adolescentes argentinos que no teme, como católico, a presentarse como diferente; y a mostrar su pertenencia a Jesucristo con naturalidad, y sin jugar a las escondidas. Con padres que se conocieron muy jovencitos, en la parroquia, como miembros de un grupo de escultismo, la suya es una de las familias que hoy no abundan como quisiéramos; en un país con multitud de «paganos bautizados», según certera calificación del recordado Benedicto XVI. Sus papás, con diligencia, se ocupan de su formación cristiana. Y son también, así, excepcionales: hasta hace unos años era común que los padres nos pidiesen a los curas que hablásemos con sus hijos; hoy buena parte de los chicos nos piden que hablemos con sus padres… Numerosos adultos, diezmados por la falta de fe y la apostasía estruendosa –y los consecuentes descontroles- de las últimas décadas, hoy descubren a Dios, o vuelven a Él, por sus hijos o nietos. Y aunque las secuelas del pecado original están en unos y otros, es bien verificable que las nuevas generaciones –tal vez hartas por los padecimientos que les infligen sus propios mayores- quieren vivir mejor, ancladas en la Esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5).
Alegre, contagioso en su testimonio y bien integrado en su grupo juvenil, Tomás es de los que no se escapa de sus compromisos. Sabe que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20, 35); y, por eso, es de lo que no espera todo de los demás, sino que se apresura, antes, a ofrecer su tiempo y recursos. De cualquier modo, cada tanto, le asalta (¡predominante pecado capital en nuestra Argentina!) la pereza:
- Tomás, ¿fuiste a dar una mano con los hornos de barro, que están construyendo en casa de Diego, con el fin de recaudar fondos para los campamentos?, le pregunté de improviso a la salida de Misa.
- No, padre. Me queda lejos…
- ¡Más lejos queda la tierra del Cielo, y Jesús bajó igual! ¡Y nosotros, con su auxilio, tenemos que llegar a su Eterna Morada!
- Pero, bueno, padre. Usted sabe…
- ¿Te falta dinero para la SUBE? (en Argentina, una tarjeta electrónica recargable, para poder viajar en el transporte público), insistí.
- No, no es eso. En realidad…
- Sí, me imagino: “fiaca”, “pachorra”, vagancia o algo por el estilo. Te voy a dar, de cualquier modo, la “SUBE al Cielo”; para que la completes, la plastifiques, la lleves siempre con vos y, si te ocurre algo en la calle, puedan llamar a un médico y, sobre todo, a un Sacerdote, que te prepare para el Cielo…
Le di la credencial del creyente, y de paso, a él y a sus compañeros, aproveché para recordarles sobre la Unción de los Enfermos. Y cómo debemos estar “¡siempre listos!” para ir a rendir cuentas a Dios. Éste es, claro está, el viaje más importante de la vida.
- ¡Está buena, padre! ¡Muchas gracias! ¿Le debo algo?
- Sí, un Padrenuestro. ¡Pídele al Padre por nosotros, los sacerdotes, para que seamos, en el Hijo, cada vez mejores padres!
- ¿Padre: no la tiene en versión digital?
- No. Además, los Sacramentos no pueden ser virtuales. Son siempre presenciales; en vivo, y en directo.
- ¿Y si desarrollo una aplicación, para compartirla con los celulares?
- Me parece buena idea. ¡Pero siempre hay que llamar al Sacerdote! No te cobraré derechos de autor. Es el Autor de todo, Quien me la inspiró. Y en Él, los números son diferentes…
Sonrisas de despedida, oración y Bendición final; y a seguir con los demás apostolados. Mientras enfilaba para ir a visitar a un enfermo, le di gracias a Dios por los jóvenes como Tomás. Que son el presente del futuro de la Iglesia y de la Patria. Y que, incluso desde su frescura y espontaneidad, nos muestran, una y otra vez, la docilidad del barro fresco, en manos del alfarero (cf. Jr 18, 6).
P Christian Viña
La Plata, martes 24 de junio de 2025
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