El momento que marca el inicio de la existencia de un ser humano está constituido por la penetración del espermatozoide en el ovocito. En el reino animal todo nuevo organismo es en su inicio unicelular. Hoy la biología nos da suficiente fundamento para pensar que un embrión humano es ya un verdadero ser humano desde el momento de la fecundación, con una programación genética individual e indeleble, dentro de un proceso vital estrictamente humano y personal, perfectamente distinto de cualquier otro aunque sea profundamente dependiente, como, por otra parte, lo seguimos siendo durante toda la vida. La fecundación impulsa toda una serie de acontecimientos articulados y transforma la célula huevo en cigoto. Éste, evidentemente distinto de los gametos, es un organismo nuevo de la especie humana programado para que crezca y se desarrolle de modo coordinado, continuo y gradual. Ya en la preimplantación se puede afirmar que el embrión humano es un ser de la especie humana, individual y que posee en sí la finalidad y la capacidad intrínseca de desarrollarse en cuanto persona humana. Está en juego aquí la protección de la vida humana, la única especie biológica dotada para la reflexión y capaz de comportamiento ético, siendo esta protección uno de los fines fundamentales de la Moral y del Derecho. “Desde el momento en que es fecundado el óvulo, se inaugura una nueva vida que no es ni la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por cuenta propia” (Instrucción de la Congregación de la Doctrina de la Fe “Donum Vitae” I, 1, 22-II-1987).
En el “Manifiesto de Madrid” del 2009, un buen número de científicos españoles declaran que “existe sobrada evidencia científica que la vida humana empieza en el momento de la fecundación”. A partir de la fecundación los dos gametos actúan ya como un sistema único orientado hacia una precisa, continua y definida evolución. En Biología se considera que todo espécimen empieza cuando se constituye el cigoto. Desde el momento de la fecundación, y con la reacción cortical que impide el acceso de otros espermatozoides al óvulo, se inicia el desarrollo de un nuevo individuo con las características de la especie, diferente de cualquier otra especie animal. Para la Genética es evidente que ya en el zigoto está presente un ser con su preciso genoma humano, que es el conjunto global de la información genética que existe en el núcleo del zigoto, formado tras la fecundación, y que se conserva en forma invariable en todas y cada una de las células del individuo, constituyendo su patrimonio biológico. Que el feto es un miembro de la especie humana es un hecho científico basado en la observación de sus cromosomas. Definir la vida es complicado, pero en su aspecto más material podemos decir que se trata de un dinamismo biológico, detectable en cualquier ser vivo desde su origen y que comienza con la unión del óvulo con el espermatozoide, y que de no mediar alteraciones que interfieran en el proceso, conduce inexorablemente a la formación del niño y después del adulto. Ciertamente el óvulo fecundado es algo vivo y posee, si se le permite vivir, la capacidad de dar origen a un recién nacido, por lo que en modo alguno puede ser considerado como una simple prolongación o excrescencia del cuerpo de la madre, ya que es claramente un ser humano distinto. Lo que está en potencia no es el ser humano sino su desarrollo. Este desarrollo no es para llegar a ser un ser o persona humana, sino que se da porque lo es ya. El embrión es un ser individual de la especie humana, que posee en sí la finalidad de desarrollarse en cuanto persona humana y a la vez la capacidad intrínseca de realizar ese desarrollo, no existiendo razón significativa que lleve a negar que el embrión sea un ser humano ya en esta fase. Mientras la personalidad se va haciendo y es fruto de una evolución, el ser persona no es un proceso, sino un acto instantáneo por el que inicia una nueva vida un sujeto ontológicamente espiritual y corporal, consciente y libre, aunque su conciencia y libertad todavía o nunca se expliciten. El nuevo ser tiene una propiedad fundamental de los organismos vivos: un predecible, estable y consistente proceso de desarrollo, para lo que posee un patrimonio genético distinto del de sus progenitores, con un ADN absolutamente único, salvo el caso de gemelos idénticos, en el que se encuentran codificadas todas sus futuras características orgánicas. Es autónomo, pero con una dependencia extrínseca, pues para su crecimiento necesita del organismo de la madre, así como después de nacer seguirá necesitando de sus cuidados. Además, si el resultado de la fecundación fuese tan solo un producto uterino, o un amasijo de células, empezando la vida humana tras un cierto tiempo, semanas o meses, tendríamos que concluir que en ese período la mujer no lleva en su seno un hijo, y además el padre no tiene nada que ver con el nuevo ser humano. Por el contrario, es evidente que también el padre, la sociedad entera y, muy especialmente, el ser humano víctima del aborto, están implicados en éste.
Cuando una mujer está embarazada, nunca está un poquito embarazada. O lo está, o no lo está, y si lo está es ciertamente de un ser humano. Además si se presenta ante el médico, no pregunta: “Doctor, ¿cómo va mi feto?”, sino “Doctor, ¿cómo va mi hijo?”. Desde el momento que se entera de su embarazo sabe que es madre y desde luego nunca le dirá posteriormente a su hijo: “Cuando estaba embarazada de un organismo del cual después viniste tú”, y como hay una diferencia esencial entre un ser humano y otro que no lo es, mientras no es un ser humano, no es él, entrando en el terreno de lo absurdo que el mismo ser vivo primero sea no humano y luego sea humano, siendo desde luego inaceptable la famosa afirmación en este sentido de doña Bibiana Aído. A su vez ella ya es madre, y desde luego prefiere serlo de un hijo vivo a de un hijo muerto, por lo que debe ser informada de las ayudas que se le pueden proporcionar para que su hijo pueda vivir. Para abortar con libertad la mujer debe estar bien informada de lo que va a hacer, de las alternativas y ayudas que puede encontrar y de las consecuencias de su acción a corto, medio y largo plazo, es decir informarle también del síndrome postaborto. Sin embargo, en la práctica, la sociedad de hoy le niega esta información.
Tenemos también el caso de la fecundación in vitro en el que el embrión se forma antes de la anidación y con él la vida está ya presente, por lo que muchas mujeres sometidas a estas técnicas se sienten madres y viven angustiadas sabiendo que tienen varios hijos congelados en la espera de poder gestarlos.
Pedro Trevijano, sacerdote