«La filosofía ha muerto»: estas son las rimbombantes palabras de Stephen Hawking en su libro, coautorado por Leonard Mlodinow, El Gran Diseño (1). Siendo Hawking probablemente el científico que más atención mediática recibe en nuestros días, analizar tal tipo de afirmación no es una cuestión menor. Y es que se ha institucionalizado en la mente de no pocas personas la idea de que la ciencia es la única forma de conocimiento válido, siendo la filosofía, por otra parte, pura palabrería y especulación inútil sin ninguna validez. La «excelsa ciencia», por supuesto, solo se guiaría por la evidencia «pura y dura» y no dependería de las chácharas filosóficas. Así, una sociedad cognitivamente evolucionada, no debería basarse en el conocimiento teológico (religioso) ni metafísico (filosófico) sino únicamente en el conocimiento positivo (científico) conforme ya había planteado el padre del positivismo, Auguste Comte con su «ley de los tres estados» (2). Ergo, cualquiera que apele al conocimiento metafísico o, aún peor, al teológico, puede ser calificado de involucionado o arcaico. Y esa es, de hecho, la actitud que se ve en varios ateos y escépticos: considerarse a sí mismos los «hombres modernos» que se basan en el conocimiento científico y considerar a los creyentes como «arcaicos» o «medievales» por apelar al conocimiento teológico o metafísico. «Bah, esas son puras palabrerías filosóficas» o «bah, esas son ideas medievales»: muchas veces el creyente se encuentra tal tipo de respuesta frente a un argumento que ha construido en vez de propiamente una refutación lógica.
Pero, ¿es verdad que la filosofía ha muerto y su lugar ha sido plenamente tomado por la ciencia, como piensan Comte y Hawking? Pues no. Pensar que la ciencia puede seguir viva al mismo tiempo que la filosofía está muerta es una grandísima estolidez pues si la filosofía muere, la ciencia también muere. La ciencia no puede sobrevivir sin la filosofía. ¿Cómo así? Por una muy sencilla razón: porque hay varias formas en que la ciencia depende de la filosofía. Aquí desarrollaremos una cinco.
Primero, toda la ciencia depende de supuestos cuya demostración o dilucidación es exclusivamente filosófica. Por ejemplo, toda ciencia fáctica asume la existencia de la realidad como siendo algo objetivo. Cuando un físico estudia las propiedades de un planeta no lo hace como pensando que ese planeta es una mera creación de su mente, sino que lo estudia como algo realmente existente que su mente tiene que entender y/o descubrir. Entonces, está presuponiendo desde ya la existencia de una realidad objetiva. Pero tal cosa no puede ser probada científicamente. El físico puede hacer mediciones de longitud, peso, etc. para probar que esa realidad es objetiva, pero al aplicar tales mediciones ya está presuponiendo la objetividad de la realidad, ¡lo cual es precisamente el punto a demostrar!, o que nuestras percepciones se corresponden con la realidad, ¡lo cual es también un presupuesto filosófico! Y es que exactamente el mismo ejercicio científico de medición podría hacerse en un esquema en el que, por ejemplo, todo es un sueño (incluidas las «exactas» mediciones). Así que las mediciones y contrastaciones científicas no demuestran la existencia de la realidad, simplemente la presuponen y tal presupuesto corresponde al plano filosófico. Otro claro ejemplo puede ponerse con la noción de causalidad. La física, la química, la biología, etc. parten del supuesto de que existen relaciones causales objetivas entre las cosas que estudian. Sin tal supuesto, no tendrían sentido de ser. Así, resulta que todas las relaciones que establecen presuponen el principio de causalidad. No lo pueden probar en sí mismo ni en general sino solo lo pueden comprobar (presuponiéndolo) para casos particulares. ¿Puede haber una demostración de que el principio de causalidad es objetivo? Bueno, en mi libro ¿Dios existe? desarrollo una (3), pero resulta que no es científica sino filosófica.
Segundo, toda la ciencia ha de estructurarse necesariamente en términos lógicos. Los principios, leyes, teorías, teoremas, etc., deben, inescapablemente, respetar las leyes de la lógica (cuando alguien replica a esto «¡Oye, pero la física cuántica viola las leyes de la lógica!» inmediatamente sé que esa persona o no sabe bien de física cuántica o no sabe bien sobre lógica -o ambas cosas- pues, correctamente hablando, la física cuántica no es contra-lógica sino contra-intuitiva, que es algo distinto, siendo que sus principios se formulan siempre en términos lógicos. «Obviamente la mecánica cuántica no pone en duda de ninguna manera a las reglas de la lógica. La lógica es muy importante en la labor de hacer mecánica cuántica correctamente», dice Sean Carroll, Ph. D. en Astrofísica por la Universidad de Harvard (4)). Como apunta Morán en su libro El Mito de la Neutralidad Científica, existe «una concepción general de la justificación de las proposiciones científicas, de acuerdo con la cual la ciencia tiene que responder únicamente ante dos tribunales: el mundo o realidad, que determina la verdad o falsedad de las proposiciones elementales, y la lógica, cuyas reglas nos permiten enjuiciar la verdad o falsedad de las proposiciones complejas elaboradas a partir de esas proposiciones elementales. Estos dos tribunales pueden identificarse, respectivamente, con los requisitos de correspondencia con la realidad y de consistencia interna de las afirmaciones de la ciencia» (5). Ahora bien, si la lógica es un tribunal para la ciencia (y el otro tribunal sería la realidad, lo cual conectaría con nuestro punto precedente) ello implica que la ciencia no está por encima de la lógica, tiene que ceñirse a esta. Pero la lógica en sí misma, que es lo que importa en este contexto (no tanto su historia, relación con el cerebro o incluso estructura), cae en el campo de estudio de la filosofía. En efecto, la cuestión de la naturaleza y justificación de los sistemas lógicos es algo que se dilucida a nivel metafísico.
Tercero, la ciencia requiere de la filosofía para definirse a sí misma. Esto se refiere a la cuestión de los llamados criterios de demarcación, es decir, aquellos que responden a la pregunta «¿Cómo determinamos si un determinado conocimiento es científico o no?». Esta pregunta no puede ser respondida por la ciencia en cuanto tal pues ella misma es la que está en cuestión. En otras palabras, la ciencia no puede ser juez y parte en definir qué es ciencia y qué no. ¿Pero qué instancia establece y/o dilucida los criterios de demarcación? La epistemología, la cual es… una rama de la filosofía. Así tenemos, por ejemplo, el famoso criterio de demarcación de Popper, de acuerdo con el cual si una teoría es falsable (es decir, susceptible de poder ser demostrada falsa en la realidad empírica), entonces es científica; y si no es falsable, entonces no es científica. En ese sentido, cuando dos científicos discuten teorías contrarias, si su discusión va verdaderamente a fondo, terminarán discutiendo sobre epistemología. A ese respecto cabe mencionar una anécdota que tuve. Como se sabe, siendo yo autor del libro Economía para Herejes: Desnudando los Mitos de la Economía Ortodoxa (6), defiendo un enfoque heterodoxo en teoría económica. Pues bien, cierto día me enfrasqué en una discusión con un catedrático que defendía la postura contraria (ortodoxa). En concreto, se trataba de un relevante académico con postgrado en una de las mejores universidades de los Estados Unidos y la discusión (muy amigable y académica) duró cerca de dos horas. Lo interesante es que en varias ocasiones en que profundizábamos las diferencias entre enfoques y discutíamos cuál de dos teorías (casi diametralmente opuestas) sobre un mismo fenómeno era válida, había que entrar al plano filosófico y entonces yo pasaba a introducir cuestiones sobre validez, predicción, criterios de demarcación, etc. Ante esto mi contraparte siempre respondía: «No, no, no. Yo no me meto a esas cosas… Hace tiempo leí algunos libros filosóficos, pero ahora no le entro a ese tema». Y lo que sucedía es que, en vez de avanzar en profundidad sobre el punto que estábamos discutiendo, se terminaba cambiando de tema (cosa que por supuesto señalaría e incluso restringiría explícitamente si se tratase de un debate formal en lugar de una conversación informal). Ello es una clara muestra de cómo, si de verdad escarbas mucho en la ciencia, terminarás «chocando» con la base, que es la filosofía (a menos que te «eches para atrás», lo cual no sería más científico, sino menos científico).
Cuarto, la ciencia depende de la filosofía en cuanto esta última permite organizar racionalmente el marco conceptual e interpretativo en que se basa la primera. En efecto, los hechos no aparecen «desnudos» en la ciencia, sino que siempre se los ve primero desde algún tipo de marco conceptual previo y luego se los interpreta bajo perspectivas también previamente formadas. Y ello es inescapable: los «hechos brutos» siempre serán percibidos desde una mente. En otras palabras, no hay observaciones ateóricas. Pero si es inescapable y se trata de una condición abarca a la ciencia misma antes que ser abarcada por esta, la dilucidación respectiva debe estar fuera de la ciencia. Y es allí donde nuevamente entra el ámbito de la filosofía. Tomemos el ejemplo de físicos actuales como Lawrence Krauss (7) y el propio Stephen Hawking (8) quienes sostienen que el universo se creó a sí mismo de la nada. Estos físicos construyen hipótesis o modelos científicos con base en esta idea. Pero aquí el gran problema es: «¿A qué se refieren con ´nada´?». Si uno revisa los escritos de ellos terminará encontrando que por «nada» entienden en realidad al «vacío cuántico» que, al ser orientable y dimensional, ya es algo. Ergo, se ve claramente que cometen una falacia del equívoco. ¿Y cómo se determinó esto? Pues no por medio de ciencia, sino por medio de filosofía. Y es que la filosofía juega un papel crucial en garantizar la claridad conceptual de las ciencias. De este modo, cuando algún científico desdeña la filosofía, tal como hace Stephen Hawking, se encuentra en un gran riesgo de caer en graves imprecisiones conceptuales en sus mismos planteamientos científicos y, como nos hace recordar John Lennox, profesor de matemáticas de la Universidad de Oxford, comentando el planteamiento de Hawking, «las tonterías siguen siendo tonterías incluso si son dichas por científicos de fama mundial» (9).
Quinto, toda la ciencia funciona y se desarrolla en términos de valores epistémicos implicados en ella en todo momento. ¿Qué valores son estos? Pues aquellos como verdad, certeza, consistencia, simplicidad, objetividad, poder explicativo, poder predictivo, etc. Ninguno de estos constituye en cuanto tal objeto de estudio de las ciencias sino que estas funcionan presuponiéndolos, aplicándolos y/o buscándolos como fines, siendo que se tratan de categorías eminentemente filosóficas. Y no como categorías meramente descriptivas sino con una fuerte carga valorativa. Como explica Morán: «Tomemos la verdad como ejemplo. Palabras como ´verdadero´ no se limitan a describir una oración de la ciencia del mismo modo que la palabra ´marrón´ describe el color de mis zapatos. La verdad es un concepto normativo, que separa ciertas afirmaciones que debemos aceptar o creer (al menos provisionalmente) de otras que debemos descartar. Otra forma solo ligeramente distinta de decir lo mismo, sustituyendo el vocabulario de la normatividad por el de la valoración, consiste en afirmar que valoramos de forma diferente las afirmaciones verdaderas y las falsas, o que la verdad es un valor para los científicos» (10).
Tenemos, por tanto, cinco claras razones que muestran que la filosofía no puede estar muerta y al mismo tiempo la ciencia estar viva pues la ciencia depende necesaria e indesligablemente de la filosofía. Por tanto, afirmaciones como las de Hawking de que «la filosofía ha muerto» constituyen una tremenda estolidez. Y a este respecto resulta irónico que la afirmación misma de que «la filosofía ha muerto» y que, por tanto, «los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda de conocimiento» (11) no es una afirmación científica ¡sino filosófica! En efecto, no es más que la expresión de una filosofía muy concreta conocida como cientificismo. Así que el «razonamiento» de Hawking, al devenir en autocontradicción, no solo es burdo sino también absurdo.
1. Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, El Gran Diseño, Ed. Crítica, Barcelona, 2010, p. 11.
2. Cfr. Auguste Comte, Discurso Sobre el Espíritu Positivo, 1844, Part. I, cap. 1.
3. Dante A. Urbina, ¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá (y todo ateo temerá) leer, Ed. CreateSpace, Charleston, 2016, p. 66. (http://danteaurbina.com/dios-existe-el-libro-que-todo-creyente-debera-y-todo-ateo-temera-leer/)
4. Sean Carroll, «(Meta)Physics», debate contra Hans Halvorson, California Institute of Technology (EE.UU.), 2 de febrero del 2014.
5. Héctor Morán, El Mito de la Neutralidad Científica, Ed. Hozlo, Lima, 2005, p. 167.
6. Dante A. Urbina, Economía para Herejes: Desnudando los Mitos de la Economía Ortodoxa, Ed. CreateSpace, Charleston, 2015. (http://danteaurbina.com/economia-para-herejes/)
7. Lawrence Krauss, A Universe from Nothing, Free Press, New York, 2012.
8. Stephen Haking y Leonard Mlodinow, El Gran Diseño, Ed. Crítica, Barcelona, 2010.
9. John Lennox, «Stephen Hawking and God», RZIM, November 23, 2010.
10. Héctor Morán, El Mito de la Neutralidad Científica, Ed. Hozlo, Lima, 2005, p. 171.
11. Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, El Gran Diseño, Ed. Crítica, Barcelona, 2010, p. 11.