«El apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo entre los republicanos ha caído 14 puntos en los últimos tres años, según Gallup.» Así lo informa Bryan Metzger, periodista político principal de Business Insider.
Según el análisis de Gallup sobre sus propios datos, diez años después de que el Tribunal Supremo estableciera el matrimonio entre personas del mismo sexo como un derecho constitucional, el apoyo a nivel nacional sigue siendo sólido y estable en un 68%. Sin embargo, esta aparente estabilidad oculta divisiones partidistas cada vez más marcadas. Mientras que el respaldo por parte de demócratas e independientes sigue aumentando o, al menos, se mantiene, entre los republicanos —cuyo apoyo creció inicialmente tras la sentencia de Obergefell— ha descendido durante cada uno de los tres últimos años. La percepción moral de las relaciones homosexuales sigue un patrón similar.
¿Por qué ocurre esto? ¿Qué está sucediendo exactamente? Aún no disponemos de datos concluyentes que expliquen esta tendencia. Pero aquí van algunas reflexiones. No siguen un orden específico y en algunos puntos se solapan.
Primero, no se trata solo de una cuestión partidista. También es generacional. El respaldo de la Generación Z al matrimonio entre personas del mismo sexo ha «caído en picado» en los últimos años.
Segundo, basta con observar algunos comentarios en el hilo de Metzger. Joseph Backholm, del Family Research Council, afirma:
«La gente está empezando a ver el panorama general. El matrimonio entre personas del mismo sexo se vendió sobre la base de que la felicidad personal era el mayor bien. Eso nunca fue cierto, y fingir que lo es conlleva consecuencias nefastas que apenas estamos empezando a experimentar y comprender.»
Tercero, conviene tener en cuenta algunas de esas consecuencias. «Quizá no fue tan buena idea introducir pornografía gay e ideología de género en las escuelas», dice un usuario en el hilo de Metzger. «No tenía ni idea de que aceptar el matrimonio homosexual implicaría también tener que aceptar a hombres en competiciones deportivas femeninas o a médicos practicando mastectomías a adolescentes», comenta otro.
Quienes defienden el matrimonio igualitario lo considerarán exagerado. Pero muchas de estas cuestiones no existían antes de la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. Tampoco lo hacían actividades como los cuentacuentos drag para niños pequeños en bibliotecas públicas, entre otras prácticas que buena parte de la población se ha visto presionada a aceptar.
Cuarto, el transgenerismo es especialmente impopular. Incluso muchas personas que se identifican con alguna de las otras tres letras de «LGBT» se oponen a la «T». Asociar el matrimonio entre personas del mismo sexo con estos otros temas ha contribuido al descenso del apoyo popular.
Quinto, la gente ha tomado conciencia de que fue engañada. Como escribe Matthew Schmitz en First Things, la sentencia Obergefell no trajo los beneficios que se prometieron. Además, aquella afirmación de que el matrimonio entre personas del mismo sexo «no iba a afectar a nadie»… Bueno, ahora muchos piensan que sí lo ha hecho.
Sexto, a nadie le agradan los moralistas entrometidos. Se supone que ese papel lo jugábamos nosotros, los religiosos fanáticos. Pero los activistas del colectivo LGBT han demostrado ser mucho más dogmáticos que los propios conservadores cristianos. Cuando alcanzamos el punto álgido de la cultura woke —hace unos tres o cuatro años—, vivíamos prácticamente en una teocracia LGBT. ¿Recuerdan cuando, hace veinte años, el papa Benedicto XVI nos advertía sobre una «dictadura del relativismo»? Qué nostalgia de aquellos días… El relativismo se desvaneció, pero la dictadura permaneció.
En el mundo empresarial estadounidense, por ejemplo, intenta hoy aplicar un poco de relativismo y verás qué sucede. Cuando llega el Mes del Orgullo, baja a Recursos Humanos y diles que el matrimonio entre personas del mismo sexo será «su» verdad, pero no «la tuya», y que no vas a poner el logotipo con la bandera arcoíris que se ha impuesto a tu departamento. Serás sancionado, por supuesto, e incluso es posible que te despidan. ¿Por qué? Porque ya no se necesita el relativismo: ha cumplido su función y ha llevado a sus defensores adonde querían llegar. ¡El absolutismo moral ha vuelto! Solo que, esta vez, con otro signo: es gay.
Francamente, no estoy tan seguro de que las cifras anteriores —las que mostraban el máximo apoyo al matrimonio igualitario— fuesen tan sólidas como se decía. Mucha gente temía perder su trabajo, sufrir represalias o ser excluida si se manifestaba en contra. Solo ahora, cuando algunos se han atrevido a reaccionar y han provocado un cambio de clima social, más personas se sienten libres para «salir del armario», por así decirlo, y expresar lo que realmente piensan sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Creo que eso es, en el fondo, lo que está detrás del debilitamiento del apoyo a dicho matrimonio. El hecho de que, en realidad, nunca fue tan sólido como muchos medios estaban dispuestos a admitir. Y que ahora la gente empieza a ver las consecuencias de un cambio tan radical en la definición de la unidad más básica de la sociedad.
Aquella vieja pregunta: «¿En qué te afecta que dos personas del mismo sexo se “casen”?» Hace diez o veinte años, muchos no sabían qué responder. Ahora sí. Y no les convencen las respuestas.
Peter Wolfgang
Publicado originalmente en Catholic Culture