La muerte de un papa, además de resultar un momento muy emotivo para los católicos, siempre es un hito en la Iglesia, que conlleva cambios de preferencias y estilos, al menos desde el punto de vista humano. A veces constituye incluso un cambio de época, con efectos a largo plazo.
Ante esos cambios, hay quienes se inquietan y contemplan con miedo el futuro o se dedican a hacer quinielas sobre quién será el próximo papa, como si de eso dependiera el futuro de la Iglesia. La fe, en cambio, nos enseña que Dios es siempre fiel y que quien guía a la Iglesia es Cristo nuestro Señor, mientras que los papas, incluso los mejores y más santos, solo son siervos inútiles suyos.
Por lo tanto, tras la muerte del Papa Francisco, debemos ante todo acudir a Dios. Es tiempo de rezar. En primer lugar, de rezar por el propio Papa, al que le ha llegado el momento del Juicio particular. Muchos imaginan, ingenuamente, que un papa lo tiene más fácil en el Juicio, pero lo cierto es que su responsabilidad es muy grande y al que mucho se le dio, mucho se le pedirá.
Conviene también que recemos todos los días por los cardenales que se reunirán en cónclave para elegir al nuevo Papa, de modo que el Espíritu Santo ilumine sus mentes y ellos se dejen iluminar dócilmente. Es tiempo, finalmente, de que recemos por la Iglesia y pidamos que Dios siga cuidando de ella y de cada uno de nosotros, para que nos mantengamos firmes en la fe católica, que es más preciosa que el oro.
Recemos y no nos cansemos de rezar.